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Capítulo 7

Bodas de sangre – Federico García Lorca
TERCER ACTO

CUADRO SEGUNDO

Habitación blanca con arcos y gruesos muros. A la derecha y a la
izquierda, escaleras blancas. Gran arco al fondo y pared del mismo
color. El suelo será también de un blanco reluciente. Esta habitación
simple tendrá un sentido monumental de iglesia. No habrá ni un gris,
ni una sombra, ni siquiera lo preciso para la perspectiva. Dos
muchachas vestidas de azul oscuro están devanando una madeja roja.
MUCHACHA 1.— Madeja, madeja, ¿qué quieres hacer?
MUCHACHA 2.— Jazmín de vestido, cristal de papel. Nacer a las
cuatro, morir a las diez. Ser hilo de lana, cadena a tus pies y nudo que apriete amargo laurel.
NIÑA (Cantando.).— ¿Fuiste a la boda?
MUCHACHA 1— No.
NIÑA.— ¡Tampoco fui yo! ¿Qué pasaría por los tallos de la viña?
¿Qué pasaría por el ramo de la oliva? ¿Qué pasó que nadie volvió? ¿Fuiste a la boda?
MUCHACHA 2.— Hemos dicho que no.
NIÑA (Yéndose.).— ¡Tampoco fui yo!
MUCHACHA 2.— Madeja, madeja ¿qué quieres cantar?
MUCHACHA 1.— Heridas de cera, dolor de arrayán. Dormir la mañana, de noche velar.
NIÑA (en la puerta).— El hilo tropieza con el pedernal. Los
montes azules lo dejan pasar. Corre, corre, corre. y al fin llegará a
poner cuchillo y a quitar el pan.
(Se va.)
MUCHACHA 2.— Madeja. madeja, ¿qué quieres decir?
MUCHACHA 1.— Amante sin habla. Novio carmesí. Por la orilla
muda tendidos los vi.
(Se detiene mirando la madeja.)
NIÑA (asomándose a la puerta).— Corre, corre, corre el hilo hasta
aquí. Cubiertos de barro los siento venir. ¡Cuerpos estirados, paños de marfil!
(Se va.)
(Aparece la MUJER y la SUEGRA DE LEONARDO. Llegan
angustiadas.)
MUCHACHA 1.— ¿Vienen ya?
SUEGRA (agria).— No sabemos.
MUCHACHA 2.— ¿Qué contáis de la boda?
MUCHACHA 1.— Dime.
SUEGRA (seca).— Nada.
MUJER.— Quiero volver para saberlo todo.
SUEGRA (enérgica).— Tú, a tu casa. Valiente y sola en tu casa. A
envejecer y a llorar. Pero la puerta cerrada. Nunca. Ni muerto ni
vivo. Clavaremos las ventanas. Y vengan lluvias y noches sobre las hierbas amargas.
MUJER.— ¿Qué habrá pasado?
SUEGRA.— No importa. Échate un velo en la cara. Tus hijos son
hijos tuyos nada más. Sobre la cama pon una cruz de ceniza donde estuvo su almohada.
(Salen.)
MENDIGA (a la puerta).— Un pedazo de pan, muchachas.
NIÑA.— ¡Vete!
(Las MUCHACHAS se agrupan.)
MENDIGA.— ¿Por qué?
NIÑA.— Porque tú gimes: vete.
MUCHACHA 1.— ¡Niña!
MENDIGA.— ¡Pude pedir tus ojos! Una nube de pájaros me sigue; ¿quieres uno?
NIÑA.— ¡Yo me quiero marchar!
MUCHACHA 2 (a la MENDIGA).— ¡No le hagas caso!
MUCHACHA 1.— ¿Vienes por el camino del arroyo?
MENDIGA.— Por allí vine.
MUCHACHA 1 (tímida).— ¿Puedo preguntarte?
MENDIGA.— Yo los vi; pronto llegan: dos torrentes quietos al fin
entre las piedras grandes, dos hombres en las patas del caballo.
Muertos en la hermosura de la noche.
(Con delectación.)
Muertos sí, muertos.
MUCHACHA 1.— ¡Calla, vieja, calla!
MENDIGA.— Flores rotas los ojos, y sus dientes dos puñados de
nieve endurecida. Los dos cayeron, y la novia vuelve teñida en
sangre falda y cabellera. Cubiertos con dos mantas ellos vienen
sobre los hombros de los mozos altos. Así fue; nada más. Era lo
justo. Sobre la flor del oro, sucia arena.
(Se va. Las MUCHACHAS inclinan la cabeza y rítmicamente van saliendo.)
MUCHACHA 1.— Sucia arena.
MUCHACHA 2.— Sobre la flor del oro.
NIÑA.— Sobre la flor del oro traen a los muertos del arroyo.
Morenito el uno, morenito el otro. ¡Qué ruiseñor de sombra vuela y gime sobre la flor del oro!
(Se va. Queda la escena sola. Aparece la MADRE con una VECINA.
La vecina viene llorando.)
MADRE.— Calla.
VECINA.— No puedo.
MADRE.— Calla, he dicho. (En la puerta.) ¿No hay nadie aquí?
(Se lleva las manos a la frente.) Debía contestarme mi hijo. Pero mi
hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura
detrás de los montes. (Con rabia, a la vecina.) ¿Te quieres callar?
No quiero llantos en esta casa. Vuestras lágrimas son lágrimas de
los ojos nada más, y las mías vendrán cuando yo esté sola, de las
plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la sangre.
VECINA.— Vente a mi casa; no te quedes aquí.
MADRE.— Aquí. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están
muertos. A medianoche dormiré, dormiré sin que ya me aterren la
escopeta o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas,
azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo, no. Yo haré
con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de
escarcha sobre el camposanto. Pero no; camposanto, no,
camposanto, no; lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece
por el cielo. (Entra una mujer de negro que se dirige a la derecha y
allí se arrodilla. A la VECINA.) Quítate las manos de la cara. Hemos
de pasar días terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi
llanto y yo. Y estas cuatro paredes. ¡Ay! ¡Ay! (Se sienta transida.)
VECINA.— Ten caridad de ti misma.
MADRE (echándose el pelo hacia atrás).— He de estar serena.
(Se sienta.) Porque vendrán las vecinas y no quiero que me vean
tan pobre. ¡Tan pobre! Una mujer que no tiene un hijo siquiera que poderse llevar a los labios.
(Aparece la NOVIA. Viene sin azahar y con un manto negro.)
VECINA (viendo a la NOVIA, con rabia).— ¿Dónde vas?
NOVIA.— Aquí vengo.
MADRE.— (A la VECINA) ¿Quién es?
VECINA.— ¿No la reconoces?
MADRE.— Por eso pregunto quién es. Porque tengo que no
reconocerla, para no clavarla mis dientes en el cuello. ¡Víbora! (Se
dirige hacia la NOVIA con ademán fulminante; se detiene. A la
VECINA.) ¿La ves? Está ahí, y está llorando, y yo quieta, sin
arrancarle los ojos. No me entiendo. ¿Será que yo no quería a mi
hijo? Pero, ¿y su honra? ¿Dónde está su honra? (Golpea a la NOVIA. Ésta cae al suelo.)
VECINA.— ¡Por Dios! (Trata de separarlas.)
NOVIA (a la VECINA).— Déjala; he venido para que me mate y
que me lleven con ellos. (A la MADRE.) Pero no con las manos; con
garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se rompa
en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que
estaré loca, pero que me puedan enterrar sin que ningún hombre se
haya mirado en la blancura de mis pechos.
MADRE.— Calla, calla; ¿qué me importa eso a mí?
NOVIA.— ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia) Tú
también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas
por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo
esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de
ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre
dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua, frío,
y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar
y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita,
de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo
no quería, ¡óyelo bien! Yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he
engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar,
como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre,
siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los
hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos! (Entra una VECINA.)
MADRE.— Ella no tiene culpa, ¡ni yo! (Sarcástica.) ¿Quién la
tiene, pues? ¡Floja, delicada, mujer de mal dormir es quien tira una
corona de azahar para buscar un pedazo de cama calentado por otra mujer!
NOVIA.— ¡Calla, calla! Véngate de mí; ¡aquí estoy! Mira que mi
cuello es blando; te costará menos trabajo que segar una dalia de tu
huerto. Pero ¡eso no! Honrada, honrada como una niña recién
nacida. Y fuerte para demostrártelo. Enciende la lumbre. Vamos a
meter las manos; tú por tu hijo; yo, por mi cuerpo. La retirarás antes tú. (Entra otra VECINA.)
MADRE.— Pero ¿qué me importa a mí tu honradez? ¿Qué me
importa tu muerte? ¿Qué me importa a mí nada de nada? Benditos
sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea
la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que
nos tiende juntos para descansar. (Entra otra VECINA.)
NOVIA.— Déjame llorar contigo.
MADRE.— Llora, pero en la puerta.
(Entra la NIÑA. La NOVIA queda en la puerta. La MADRE en el centro de la escena.)
MUJER (entrando y dirigiéndose a la izquierda).— Era hermoso
jinete, y ahora montón de nieve. Corría ferias y montes y brazos de
mujeres. Ahora, musgo de noche le corona la frente.
MADRE.— Girasol de tu madre, espejo de la tierra. Que te
pongan al pecho cruz de amargas adelfas; sábana que te cubra de
reluciente seda, y el agua forme un llanto entre tus manos quietas.
MUJER.— ¡Ay, qué cuatro muchachos llegan con hombros cansados!
NOVIA.— ¡Ay, qué cuatro galanes traen a la muerte por el aire!
MADRE.— Vecinas.
NIÑA (en la puerta).— Ya los traen.
MADRE.— Es lo mismo. La cruz, la cruz. Mujeres.— Dulces
clavos, dulce cruz, dulce nombre de Jesús.
NOVIA.— Que la cruz ampare a muertos y vivos.
MADRE.— Vecinas.— con un cuchillo, con un cuchillito, en un día
señalado, entre las dos y las tres, se mataron los dos hombres del
amor. Con un cuchillo. con un cuchillito que apenas cabe en la
mano, pero que penetra fino por las carnes asombradas y que se
para en el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito.
NOVIA.— Y esto es un cuchillo, un cuchillito que apenas cabe en
la mano; pez sin escamas ni río, para que un día señalado, entre las
dos y las tres, con este cuchillo se queden dos hombres duros con los labios amarillos.
MADRE.— Y apenas cabe en la mano. pero que penetra frío por
las carnes asombradas y allí se para, en el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito.
(Las vecinas, arrodilladas en el suelo, lloran.)


TELÓN.

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