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Capítulo 25

Drácula – Bram Storker
DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

11 de octubre, por la noche. Jonathan Harker me ha pedido que tome
nota de todo esto, ya que dice no estar en condiciones de encargarse de esta
tarea, y que desea que mantengamos un registro preciso de los acontecimientos.
Creo que ninguno de nosotros se sorprendió cuando nos pidieron que
fuéramos a ver a la señora Harker, poco antes de la puesta del sol. Hacía tiempo
que habíamos llegado todos a comprender que el momento de la salida del sol y
el de su puesta eran momentos durante los que gozaba ella de mayor libertad;
cuando su antigua personalidad podía manifestarse sin que ninguna fuerza
exterior la subyugara, la limitara o la incitara a entrar en acción. Esa condición o
humor comienza siempre como media hora antes de la puesta del sol y de su
salida, y dura hasta que el sol se encuentra alto, o hasta que las nubes, con el sol
oculto, brillan todavía por los rayos de luz que brotan del horizonte. Al
principio, se trata de una especie de condición negativa, como si se rompiera
algún asidero y, a continuación, se presenta rápidamente la libertad absoluta;
sin embargo, cuando cesa la libertad, el retroceso tiene lugar muy rápidamente,
precedido solamente por un período de silencio, que es una advertencia.
Esta noche, cuando nos reunimos, parecía estar reprimida y mostraba
todos los signos de una lucha interna. Sin embargo, vi que hizo un violento esfuerzo en cuanto le fue posible.
Sin embargo, unos cuantos minutos le dieron control completo de sí
misma; luego, haciéndole a su esposo una seña para que se sentara junto a ella,
en el diván, donde estaba medio reclinada, hizo que todos los demás acercáramos nuestras sillas.
Luego, tomando una mano de su esposo entre las suyas, comenzó a decir:
—¡Estamos todos juntos aquí, libremente, quizá por última vez! Ya lo sé,
querido; ya sé que tú estarás siempre conmigo, hasta el fin —eso lo dijo
dirigiéndose a su esposo, cuya mano, como pudimos ver, tenía apretada—.
Mañana vamos a irnos, para llevar a cabo nuestra tarea, y solamente Dios puede
saber lo que nos espera a cada uno de nosotros. Van a ser muy buenos conmigo
al aceptar llevarme. Sé lo que todos ustedes, hombres sinceros y buenos, pueden
hacer por una pobre y débil mujer, cuya alma está quizá perdida… ¡No, no, no!
¡Todavía no! Pero es algo que puede producirse tarde o temprano. Y sé que lo
harán. Y deben recordar que yo no soy como ustedes. Hay un veneno en mi
sangre y en mi alma, que puede destruirme; que debe destruirme, a menos que
obtengamos algún alivio. Amigos míos, saben ustedes tan bien como yo que mi
alma está en juego, y aun cuando sé que hay un modo en que puedo salir de esta
situación, ni ustedes ni yo debemos aceptarlo.
Nos miró de manera suplicante a todos, uno por uno, comenzando y terminando con su esposo.
—¿Cuál es ese modo? —inquirió van Helsing, con voz ronca. ¿Cuál es esa
solución que no debemos ni podemos aceptar?
—Que muera yo ahora mismo, ya sea por mi propia mano o por mano de
alguno de ustedes, antes de que el mal sea consumado. Tanto ustedes como yo
sabemos que una vez muerta, ustedes podrían liberar mi espíritu y lo harían,
como lo hicieron en el caso de la pobre y querida Lucy. Si fuera la muerte o el
miedo a la muerte el único obstáculo que se interpusiera en nuestro camino, no
tendría ningún inconveniente en morir aquí, ahora mismo, en medio de los
amigos que me aman. Pero la muerte no lo es todo. No creo que sea voluntad de
Dios que yo muera en este caso, cuando todavía hay esperanzas y nos espera a
todos una difícil tarea. Por consiguiente, por mi parte, rechazo en este momento
lo que podría ser el descanso eterno y salgo al exterior, a la oscuridad, donde
pueden encontrarse las cosas más malas que el mundo o el más allá encierran.
Guardamos todos silencio, ya que comprendíamos de manera instintiva
que se trataba solamente de un preludio. Los rostros de todos los demás estaban
serios, y el de Harker se había puesto pálido como el de un cadáver; quizá
adivinaba, mejor que ninguno de nosotros, lo que iba a seguir.
La señora Harker continuó:
—Esa es mi contribución —no pude evitar el observar el empleo de esas
palabras en aquellas circunstancias y dichas con una seriedad semejante—.
¿Cuál será la contribución de cada uno de ustedes? La vida, lo sé continuó
diciendo rápidamente—; eso es fácil para los hombres valientes. Sus vidas son
de Dios y pueden ustedes devolverle lo que le pertenece, pero, ¿qué es lo que van a darme a mí?
Volvió a mirarnos inquisitivamente, pero esta vez evitó posar su mirada en el rostro de su esposo.
Quincey pareció comprender, asintió y el rostro de la señora Harker se iluminó.
—Entonces, debo decirles claramente qué deseo, puesto que no deben
quedar dudas a este respecto entre todos nosotros. Deben ustedes prometerme,
todos juntos y uno por uno, incluyéndote a ti, mi amado esposo, que, si se hace necesario, me matarán.
—¿Cuándo será, eso? —la voz era de Quincey, pero era baja y llena de tensión.
—Cuando estén ustedes convencidos de que he cambiado tanto que es
mejor que muera a que continúe viviendo. Entonces, cuando mi carne esté
muerta, sin un momento de retraso, me atravesarán con una estaca, me
cortarán la cabeza o harán cualquier cosa que pueda hacerme reposar en paz.
Quincey fue el primero en levantarse después de la pausa. Se arrodilló
ante ella y, tomándole la mano, le dijo solemnemente:
—Soy un tipo vulgar que, quizá, no he vivido como debe hacerlo un
hombre para merecer semejante distinción; pero le juro a usted, por todo
cuanto me es sagrado y querido que, si alguna vez llega ese momento, no
titubearé ni trataré de evadirme del deber que usted nos ha impuesto. ¡Y le
prometo también que me aseguraré, puesto que si tengo dudas, consideraré que ha llegado el momento!
—¡Mi querido amigo! —fue todo lo que pudo decir en medio de las
lágrimas que corrían rápidamente por sus mejillas, antes de inclinarse y besarle a Morris la mano.
—¡Yo le juro lo mismo, señora Mina! —dijo van Helsing.
—¡Y yo! —dijo lord Godalming, arrodillándose ambos, por turno, ante ella, para hacer su promesa.
Los seguí yo mismo.
Entonces, su esposo se volvió hacia ella, con rostro descompuesto y una
palidez verdosa que se confundía con la blancura de su cabello, y preguntó:
—¿Debo hacerte yo también esa promesa, esposa mía?
—Tú también, amor mío —le respondió ella, con una lástima infinita
reflejada en sus ojos y en su voz—. No debes vacilar. Tú eres el más cercano y
querido del mundo para mí; nuestras almas están fundidas en una por toda la vida y todos los tiempos.
Piensa, querido, que ha habido épocas en las que hombres valerosos han
matado a sus esposas y a sus hijas, para impedir que cayeran en manos de sus
enemigos. Sus manos no temblaron en absoluto, debido a que aquellas a
quienes amaban les pedían que acabaran con ellas. ¡Es el deber de los hombres
para quienes aman, en tiempos semejantes de dura prueba! Y, amor mío, si la
mano de alguien debe darme la muerte, deja que sea la mano de quien más me
ama. Doctor van Helsing, no he olvidado la gracia que le hizo usted a la persona
que más amaba, en el caso de la pobre Lucy —se detuvo, sonrojándose
ligeramente, y cambió su frase—, al que más derecho tenía a darle la paz. Si se
presenta otra vez una ocasión semejante cuento con usted para que establezca
ese recuerdo en la vida de mi esposo, que sea su mano amorosa la que me libere
de esa terrible maldición que pesa sobre mí.
—¡Lo juro nuevamente! —dijo el profesor, con voz resonante.
La señora Harker sonrió, verdaderamente sonrió, al tiempo que con un
verdadero suspiro se echaba hacia atrás y decía:
—Ahora, quiero hacerles una advertencia; una advertencia que nunca
puedan olvidar: esta vez, si se presenta, puede hacerlo con rapidez y de manera
inesperada, y en ese caso, no deben perder tiempo en aprovechar esa
oportunidad. En ese momento puedo estar yo misma…, mejor dicho, si llega ese
momento, lo estaré… Aliada a nuestro enemigo, en contra de ustedes.
«Una petición más —se hizo muy solemne al decirlo—. No es nada vital ni
necesario como la otra petición, pero deseo que hagan algo por mí, si así lo quieren.»
Todos asentimos, pero nadie dijo nada; no había necesidad de hablar.
—Quiero que lean ustedes el Oficio de Difuntos.
Un fuerte gemido de su esposo la interrumpió; tomó su mano entre las
suyas, se la llevó al corazón y continuó:
—Algún día tendrás que leerlo sobre mí, sea cual sea el final de este
terrible estado de cosas. Será un pensamiento dulce para todos o para algunos
de nosotros. Tú, amor mío, espero que serás quien lo lea, porque así será tu voz
la que recuerde para siempre, pase lo que pase.
—¿Debo leer eso, querida mía? —preguntó Jonathan.
—¡Eso me consolará, esposo mío! —fue todo lo que dijo ella.
Y Jonathan comenzó a leer, después de preparar el libro.
¿Cómo voy a poder, cómo podría alguien, describir aquella extraña
escena, su solemnidad, su lobreguez, su tristeza, su horror y, sin embargo, también su dulzura?
Incluso un escéptico, que solamente pudiera ver una farsa de la amarga
verdad en cualquier cosa sagrada o emocional, se hubiera impresionado
profundamente, al ver a aquel pequeño grupo de amigos devotos y amantes,
arrodillados en torno a aquella triste y desventurada dama; o sentir la tierna
pasión que tenía la voz de su esposo, cuyo tono era tan emocionado que
frecuentemente tenía que hacer una pausa, leyendo el sencillo y hermoso Oficio
de Difuntos. No… No puedo continuar, las palabras y la voz… me faltan.
Su instinto no la engañó. Por extraño que pareciera y que fuera, y que,
sobre todo, pueda parecer después incluso a nosotros, que en ese momento
pudimos sentir su poderosa influencia, nos consoló mucho; y el silencio que
precedía a la pérdida de libertad espiritual de la señora Harker, no nos pareció
tan lleno de desesperación como todos nosotros habíamos temido.


Del diario de Jonathan Harker

15 de octubre, en Varna. Salimos de Charing Cross por la mañana del día
doce, llegamos a París durante la misma noche y ocupamos las plazas que
habíamos reservado en el Orient Express. Viajamos día y noche y llegamos aquí
aproximadamente a las cinco. Lord Godalming fue al consulado, para ver si le
había llegado algún telegrama, mientras el resto de nosotros vinimos a este
hotel…, «el Odessus». El viaje pudo haber resultado atractivo; sin embargo,
estaba demasiado ansioso para preocuparme de ello.
Hasta el momento en que el Czarina Catherine llegue al puerto no habrá
nada en todo el mundo que me interese en absoluto. ¡Gracias a Dios!, Mina está
bien y parece estar recuperando sus fuerzas; está recuperando otra vez el color.
Duerme mucho. Durante el día, duerme casi todo el tiempo. Sin embargo, antes
de la salida y de la puesta del sol, se encuentra muy despierta y alerta, y se ha
convertido en una costumbre para van Helsing hipnotizarla en esos momentos.
Al principio, era preciso cierto esfuerzo y necesitaba hacer muchos pases, pero
ahora, ella parece responder en seguida, como por costumbre, y apenas si se
necesita alguna acción. El profesor parece tener poder en esos momentos
particulares; le basta con quererlo, y los pensamientos de mi esposa le obedecen.
Siempre le pregunta qué puede ver y oír. A la primera pregunta, Mina responde:
—Nada; todo está oscuro. Y a la segunda:
—Oigo las olas que se estrellan contra los costados del navío y el ruido
característico del agua. Las velas y las cuerdas se tensan y los mástiles y
planchas crujen. El viento es fuerte… Lo oigo sobre la cubierta, y la espuma que
levanta la popa cae sobre el puente.
Es evidente que el Czarina Catherine se encuentra todavía en el mar,
apresurándose a recorrer la distancia que lo separa de Varna. Lord Godalming
acaba de regresar. Tiene cuatro telegramas, uno para cada uno de los cuatro días
transcurridos y todos para el mismo efecto: el de asegurarse de que el Czarina
Catherine no le había sido señalado al Lloyd’s de ninguna parte. Había tomado
disposiciones para que el agente le enviara un telegrama diario, indicándole si el
navío había sido señalado. Tenía que recibir un mensaje cada día, incluso en el
caso de que no hubiera noticia alguna del barco, para que pudiera estar seguro
de que montaban la guardia realmente al otro lado de la línea telegráfica.
Cenamos y nos acostamos temprano. Mañana iremos a ver al vicecónsul,
para llegar a un acuerdo, si es posible, con el fin de subir a bordo del barco en
cuanto llegue al muelle. Van Helsing dice que nuestra mejor oportunidad
consiste en llegar al barco entre el amanecer y la puesta del sol. El conde,
aunque tome la forma de murciélago, no puede cruzar el agua por su propia
voluntad y, por consiguiente, no puede abandonar el barco. Como no puede
adoptar la forma humana sin levantar sospechas, lo cual no debe ir muy de
acuerdo con sus deseos, permanecerá encerrado en la caja. Si podemos entonces
subir a bordo después de la salida del sol, estará completamente a nuestra
merced, puesto que podremos abrir la caja y asegurarnos de él, como lo hicimos
con la pobre Lucy, antes de que despierte. La piedad que pueda despertar en
algunos de nosotros o en todos, no debe tomarse en cuenta. No creemos que
vayamos a tener muchas dificultades con los funcionarios públicos o los
marinos. ¡Gracias a Dios! Este es un país en el que es posible utilizar el soborno
y todos nosotros disponemos de dinero en abundancia. Solamente debemos ver
que el barco no pueda entrar en el puerto entre la puesta del sol y el amanecer,
sin que nos adviertan de ello y, así, estaremos sobre seguro. El juez Bolsa de
Dinero resolverá este caso, creo yo.
16 de octubre. El informe de Mina sigue siendo el mismo: choques de las
olas y ruidos del agua, oscuridad y vientos favorables. Evidentemente, estamos a
tiempo, y para cuando llegue el Czarina Catherine, estaremos preparados.
Como debe pasar por el estrecho de los Dardanelos, estamos seguros de recibir entonces algún informe.
17 de octubre. Todo está dispuesto ya, creo yo, para recibir al conde al
regreso de su viaje. Godalming les dijo a los estibadores que creía que la caja
contenía probablemente algo que le habían robado a un amigo suyo y obtuvo el
consentimiento para abrirla, bajo su propia responsabilidad. El armador le dio
un papel en el que indicaba al capitán que le diera todas las facilidades para
hacer lo que quisiera a bordo del navío, y, asimismo, una autorización similar,
destinada a su agente en Varna. Hemos visitado al agente, que se impresionó
mucho por los modales de lord Godalming para con él, y estamos seguros de que
todo lo que pueda hacer para satisfacer nuestros deseos, lo hará. Ya hemos
resuelto lo que deberemos hacer, en el caso de que recibamos la caja abierta. Si
el conde se encuentra en el interior, van Helsing y el doctor Seward deberán
cortarle la cabeza inmediatamente y atravesarle el corazón con una estaca.
Morris, lord Godalming y yo debemos evitar las intromisiones, incluso en
el caso de que sea preciso utilizar las armas, que tendremos preparadas. El
profesor dice que si podemos tratar así el cuerpo del conde, se convertirá en
polvo inmediatamente. En ese caso, no habrá pruebas contra nosotros, en el
caso de que hubiera sospechas de asesinato. Pero, incluso si no sucediera así,
deberemos salir bien o mal de nuestro acto y es posible que algún día, en lo
futuro, estos escritos puedan servir para interponerse entre algunos de nosotros
y la horca. En lo que a mí respecta, correré el riesgo sintiéndome muy
agradecido, si fuera necesario. No pensamos dejar nada al azar para llevar a
cabo nuestro intento. Hemos tomado disposiciones con varios funcionarios,
para que se nos informe por medio de un mensajero especial en cuanto el Czarina Catherine sea avistado.
24 de octubre. Llevamos toda una semana esperando. Lord Godalming
recibe diariamente sus telegramas, pero siempre dicen lo mismo: «No ha sido
señalado aún.» La respuesta de Mina por las mañanas y las tardes, siempre en
trance hipnótico, no ha cambiado: choque de olas, ruidos del agua y crujidos de los mástiles.


Telegrama, 24 de octubre
Rufus Smith, Lloyd’s, Londres, a lord Godalming,
a cargo del H. Vicecónsul inglés en Varna
«Czarina Catherine señalado esta mañana en los Dardanelos.»


Del diario del doctor Seward
25 de octubre. ¡Cómo echo en falta mi fonógrafo! Escribir un diario con
pluma me resulta desesperante. Pero van Helsing dice que debo hacerlo.
Estuvimos todos muy nerviosos ayer, cuando Godalming recibió su telegrama
de Lloyd’s. Ahora comprendo perfectamente lo que los hombres sienten en las
batallas, cuando se les da órdenes de entrar en acción. La única de nuestro
grupo que no mostró ninguna señal de emoción fue la señora Harker. Después
de todo, no es extraño que no se emocionara, ya que tuvimos especial cuidado
en no dejar que ella supiera nada sobre ello y todos tratamos de no mostrarnos
turbados en su presencia. En otros tiempos, estoy seguro de que lo hubiera
notado inmediatamente, por mucho que hubiéramos tratado de ocultárselo,
pero, en realidad, ha cambiado mucho durante las últimas tres semanas. La
letargia se hace cada vez mayor en ella y está recuperando parte de sus colores.
Van Helsing y yo no nos sentimos satisfechos. Hablamos frecuentemente de
ella; sin embargo, no les hemos dicho ni una palabra a los demás. Eso
destrozaría el corazón al pobre Harker, o por lo menos su sistema nervioso, si
supiera que teníamos aunque solamente fueran sospechas al respecto. Van
Helsing me dice que le examina los dientes muy cuidadosamente, mientras está
en trance hipnótico, puesto que asegura que en tanto no comiencen a aguzarse,
no existe ningún peligro activo de un cambio en ella. Si ese cambio se produce…,
¡lo hará en varias etapas…! Ambos sabemos cuáles serán necesariamente estas
etapas, aunque no nos confiamos nuestros pensamientos el uno al otro. No
debemos ninguno de nosotros retroceder ante la tarea… por muy tremenda que
pueda parecernos. ¡La «eutanasia» es una palabra excelente y consoladora! Le
estoy agradecido a quienquiera que sea el que la haya inventado.
Hay sólo unas veinticuatro horas de navegación a vela de los Dardanelos
a este lugar, a la velocidad que el Czarina Catherine ha venido desde Londres.
Por consiguiente, deberá llegar durante la mañana, pero como no es posible que
llegue antes del mediodía, nos disponemos todos a retirarnos pronto a nuestras habitaciones.
Debemos levantarnos a la una, para estar preparados.
25 de octubre, al mediodía. Todavía no hemos recibido noticias de la
llegada del navío. El informe hipnótico de la señora Harker esta mañana fue el
mismo de siempre; por consiguiente, es posible que recibamos las noticias al
respecto en cualquier momento. Todos los hombres estamos febriles a causa de
la excitación, excepto Harker, que está tranquilo; sus manos están frías como el
hielo y, hace una hora, lo encontré humedeciendo el filo del gran cuchillo gurka
que siempre lleva ahora consigo. ¡Será un mal momento para el conde si el filo
de ese «kukri» llega a tocarle la garganta, empuñado por unas manos tan frías y firmes!
Van Helsing y yo estamos un tanto alarmados hoy respecto a la señora
Harker. Cerca del mediodía se sumió en una especie de letargo que no nos
agrada en absoluto, aunque mantuvimos el secreto, y no les dijimos nada a los
demás, no nos sentimos contentos en absoluto de ello. Estuvo inquieta toda la
mañana, de tal modo que, al principio, nos alegramos al saber que se había
dormido. Sin embargo, cuando su esposo mencionó que estaba tan
profundamente dormida que no había podido despertarla, fuimos a su
habitación para verla nosotros mismos. Estaba respirando con naturalidad y
tenía un aspecto tan agradable y lleno de paz, que estuvimos de acuerdo en que
el sueño era mejor para ella que ninguna otra cosa. ¡Pobre mujer! Tiene tantas
cosas que olvidar, que no es extraño que el sueño, si le permite el olvido, le haga mucho bien.
Más tarde. Nuestra opinión estaba justificada, puesto que, después de un
buen sueño de varias horas, despertó; parecía estar más brillante y mejor que lo
que lo había estado durante varios días. Al ponerse el sol, dio el mismo informe que de costumbre.
Sea donde sea que se encuentre, en el Mar Negro, el conde se está
apresurando en llegar a su punto de destino. ¡Confío en que será a su destrucción!
26 de octubre. Otro día más, y no hay señales del Czarina Catherine. Ya
debería haber llegado. Es evidente que todavía está navegando hacia alguna
parte, ya que el informe hipnótico de la señora Harker, antes de la salida del sol,
fue exactamente el mismo. Es posible que el navío permanezca a veces detenido,
a causa de la niebla; varios de los vapores que llegaron en el curso de la última
noche indicaron haber encontrado nubes de niebla tanto al norte como al sur
del puerto. Debemos continuar nuestra vigilancia, ya que el barco puede sernos
señalado ahora en cualquier momento.
27 de octubre, al mediodía. Es muy extraño que no hayamos recibido
todavía noticias del barco que estamos esperando. La señora Harker dio su
informe anoche y esta mañana como siempre: «Choques de olas y ruidos del
agua», aunque añadió que «las olas eran muy suaves». Los telegramas de
Londres habían sido exactamente los mismos de siempre: «No hay más
informes.» Van Helsing está terriblemente ansioso y me dijo hace unos instantes
que teme que el conde esté huyendo de nosotros. Añadió significativamente:
—No me gusta ese letargo de la señora Mina. Las almas y las memorias
pueden hacer cosas muy extrañas durante los trances.
Me disponía a preguntarle algo más al respecto, pero Harker entró en ese
momento y el profesor levantó una mano para advertirme de ello. Debemos
intentar esta tarde, a la puesta del sol, hacerla hablar un poco más, cuando esté
en su estado hipnótico.


28 de octubre. Telegrama.
Rufus Smith, Londres, a lord Godalming,
a cargo del H. Vicecónsul inglés en Varna
«Señalan que Czarina Catherine entró en Galatz hoy a la una en punto.»


Del diario del doctor Seward
28 de octubre. Cuando llegó el telegrama anunciando la llegada del barco
a Galatz, no creo que nos produjo a ninguno de nosotros el choque que era dado
esperar en aquellas circunstancias. Es cierto que ninguno de nosotros sabíamos
de dónde, cómo y cuándo surgiría la dificultad, pero creo que todos
esperábamos que ocurriera algo extraño. El día en que debería haber llegado a
Varna nos convencimos todos, individualmente, de que las cosas no iban a
suceder como nos lo habíamos imaginado; solamente esperábamos saber dónde
ocurriría el cambio. Sin embargo, de todos modos, resultó una sorpresa.
Supongo que la naturaleza trabaja de acuerdo con bases tan llenas de esperanza,
que creemos, en contra de nosotros mismos, que las cosas tienen que ser como
deben ser, no como deberíamos saber que van a ser. El trascendentalismo es
una guía para los ángeles, pero un fuego fatuo para los hombres. Van Helsing
levantó la mano sobre su cabeza durante un momento, como discutiendo con el
Todopoderoso, pero no dijo ni una sola palabra y, al cabo de unos segundos, se
puso en pie con rostro duro. Lord Godalming se puso muy pálido y se sentó,
respirando pesadamente. Yo mismo estaba absolutamente estupefacto y miraba
asombrado a los demás. Quincey Morris se apretó el cinturón con un
movimiento rápido que yo conocía perfectamente: en nuestros tiempos de
aventuras, significaba «acción». La señora Harker se puso intensamente pálida,
de tal modo que la cicatriz que tenía en la frente parecía estar ardiendo, pero
juntó las manos piadosamente y levantó la mirada, orando. Harker sonrió, con
la sonrisa oscura y amarga de quien ha perdido toda esperanza, pero al mismo
tiempo, su acción desmintió esa impresión, ya que sus manos se dirigieron
instintivamente a la empuñadura de su gran cuchillo kukri y permanecieron apoyadas en ella.
—¿Cuándo sale el próximo tren hacia Galatz? —nos preguntó van
Helsing, dirigiéndose a todos en general.
—¡Mañana por la mañana, a las seis y media! —todos nos sobresaltamos,
debido a que la respuesta la había dado la señora Harker.
—¿Cómo es posible que usted lo sepa? —dijo Art.
—Olvida usted…, o quizá no lo sabe, aunque lo saben muy bien mi esposo
y el doctor van Helsing, que soy una maníaca de los trenes. En casa, en Exéter,
siempre acostumbraba ajustar las tablas de horarios, para serle útil a mi esposo.
Sabía que si algo nos obligaba a dirigirnos hacia el castillo de Drácula,
deberíamos ir por Galatz o, por lo menos, por Bucarest; por consiguiente, me
aprendí los horarios cuidadosamente. Por desgracia, no había muchos horarios
que aprender, ya que el único tren sale mañana a la hora que les he dicho.
—¡Maravillosa mujer! —dijo el profesor.
—¿No podemos conseguir uno especial? —preguntó lord Godalming. Van Helsing movió la cabeza.
—Temo que no. Este país es muy diferente del suyo o el mío; incluso en el
caso de que consiguiéramos un tren especial, no llegaríamos antes que el tren
regular. Además, tenemos algo que preparar. Debemos reflexionar. Tenemos
que organizarnos. Usted, amigo Arthur, vaya a la estación, adquiera los billetes y
tome todas las disposiciones pertinentes para que podamos ponernos en camino
mañana. Usted, amigo Jonathan, vaya a ver al agente del armador para que le
dé órdenes para el agente en Galatz, con el fin de que podamos practicar un
registro del barco tal como lo habíamos hecho aquí. Quincey Morris, vea usted
al vicecónsul y obtenga su ayuda para entrar en relación con su colega en Galatz
y que haga todo lo posible para allanarnos el camino, con el fin de que no
tengamos que perder tiempo cuando estemos sobre el Danubio. John deberá
permanecer con la señora Mina y conmigo y conversaremos. Así, si pasa el
tiempo y ustedes se retrasan, no importará que llegue el momento de la puesta
del sol, puesto que yo estaré aquí con la señora Mina, para que nos haga su informe.
—Y yo —dijo la señora Harker vivamente, con una expresión más
parecida a la antigua, de sus días felices, que la que le habíamos visto desde
hacía muchos días—, voy a tratar de serles útil de todas las formas posibles y
debo pensar y escribir para ustedes, como lo hacía antes. Algo está cambiando
en mí de una manera muy extraña, ¡y me siento más libre que lo que lo he
estado durante los últimos tiempos!
Los tres más jóvenes parecieron sentirse más felices en el momento en
que les pareció comprender el significado de sus palabras, pero van Helsing y yo
nos miramos con gravedad y una gran preocupación. Sin embargo, no dijimos
nada en ese momento. Cuando los tres hombres salieron, para ocuparse de los
encargos que les habían sido confiados, van Helsing le pidió a la señora Harker
que buscara las copias de los diarios y le llevara la parte del diario de Harker
relativo al castillo. La dama se fue a buscar lo que le había pedido el profesor.
Este, en cuanto la puerta se cerró tras ella, me dijo:
—¡Pensamos lo mismo! ¡Hable!
—Se ha producido un cambio. Es una esperanza que me pone enfermo,
debido a que podemos sufrir una decepción.
—Exactamente. ¿Sabe usted por qué le pedí a ella que me fuera a buscar el manuscrito?
—¡No! —le dije—, a menos que fuera para tener oportunidad de hablar conmigo a solas.
—Tiene usted en parte razón, amigo mío, pero sólo en parte. Quiero
decirle algo y, verdaderamente, amigo John, estoy corriendo un riesgo terrible,
pero creo que es justo. En el momento en que la señora Mina dijo esas palabras
que nos sorprendieron tanto a ambos. Tuve una inspiración. Durante el trance
de hace tres días, el conde le envió su espíritu para leerle la mente; o es más
probable que se la llevara para que lo viera a él en su caja de tierra del navío, en
medio del mar; por eso se liberaba poco antes de la salida y de la puesta del sol.
Así supo que estábamos aquí, puesto que ella tenía más que decir en su vida al
aire libre, con ojos para ver y oídos para escuchar, que él, encerrado como está,
en su féretro. Entonces, ahora debe estar haciendo un supremo esfuerzo para
huir de nosotros. Actualmente no la necesita. «Está seguro, con el gran
conocimiento que tiene, que ella acudirá a su llamada, pero eliminó su poder
sobre ella, como puede hacerlo, para que ella no vaya a su encuentro. ¡Ah! Ahora
tengo la esperanza de que nuestros cerebros de hombres, que han sido humanos
durante tanto tiempo y que no han perdido la gracia de Dios, llegarán más lejos
que su cerebro infantil que permaneció en su tumba durante varios siglos, que
todavía no ha alcanzado nuestra estatura y que solamente hace trabajos egoístas
y, por consiguiente, mediocres. Aquí llega la señora Mina. ¡No le diga usted una
sola palabra sobre su trance! Ella no lo sabe, y sería tanto como abrumarla y
desesperarla justamente cuando queremos toda su esperanza, todo su valor;
cuando debemos utilizar el cerebro que tiene y que ha sido entrenado como el
de un hombre, pero es el de una dulce mujer y ha recibido el poder que le dio el
conde y que no puede retirar completamente…, aunque él no lo piensa así. ¡Oh,
John, amigo mío, estamos entre escollos terribles! Tengo un temor mayor que
en ninguna otra ocasión. Solamente podemos confiar en Dios. ¡Silencio! ¡Aquí llega!»
Pensé que el profesor iba a tener un ataque de neurosis y a desplomarse,
como cuando murió Lucy, pero con un gran esfuerzo se controló y no parecía
estar nervioso en absoluto cuando la señora Harker hizo su entrada en la
habitación, vivaz y con expresión de felicidad y, al estar ocupándose de algo,
aparentemente olvidada de su tragedia. Al entrar, le tendió a van Helsing un
manojo de papeles escritos a máquina. El profesor los hojeó gravemente y su
rostro se fue iluminando al tiempo que leía. Luego, sosteniendo las páginas
entre el índice y el pulgar, dijo:
—Amigo John, para usted, que ya tiene cierta experiencia…, y también
para usted que es joven, señora Mina, he aquí una buena lección: no tengan
miedo nunca de pensar. Un pensamiento a medias ha estado revoloteando
frecuentemente en mi imaginación, pero temo dejar que pierda sus alas…
Ahora, con más conocimientos, regreso al lugar de donde procedía ese embrión
de pensamiento y descubro que no tiene nada de embrionario, sino que es un
pensamiento completo; aunque tan joven aún que no puede utilizar bien sus
alas diminutas. No; como el «Patito Feo» de mi amigo Hans Andersen, no era un
pensamiento pato en absoluto, sino un pensamiento cisne, grande, que vuela
con alas muy poderosas, cuando llega el momento de que las ensaye. Miren, leo aquí lo que escribió Jonathan:
—»Ese otro de su raza que, en una época posterior, repetidas veces, hizo
que sus tropas cruzaran El Gran Río y penetraran en territorio turco; que,
cuando era rechazado, volvía una y otra vez, aun cuando debía regresar solo del
campo de batalla ensangrentada donde sus tropas estaban siendo despedazadas,
puesto que sabía que él solo podía triunfar…»
«¿Qué nos sugiere esto? ¿No mucho? ¡No! El pensamiento infantil del
conde no vela nada, por eso habló con tanta libertad. Sus pensamientos
humanos no vieron nada, ni tampoco mi pensamiento de hombre, hasta ahora.
¡No! Pero llega otra palabra de una persona que habla sin pensar, debido a que
ella tampoco sabe lo que significa…, lo que puede significar. Es como los
elementos en reposo que, no obstante, en su curso natural, siguen su camino, se
tocan… y, ¡puf!, se produce un relámpago de luz que cubre todo el firmamento,
que ciega, mata y destruye algo o a alguien, pero que ilumina abajo toda la
tierra, kilómetros y más kilómetros alrededor. ¿No es así? Bueno, será mejor
que me explique. Para empezar, ¿han estudiado ustedes alguna vez la filosofía
del crimen? «Sí» y «no». Usted, amigo John, sí, puesto que es un estudioso de la
locura. Usted, señora Mina, no; porque el crimen no la toca a usted…, excepto
una vez. Sin embargo, su mente trabaja realmente y no arguye a particulari ad universale.
«En los criminales existe esa peculiaridad. Es tan constante en todos los
países y los tiempos, que incluso la policía, que no sabe gran cosa de filosofía,
llega a conocerlo empíricamente, que existe. El criminal siempre trabaja en un
crimen…, ese es el verdadero criminal, que parece estar predestinado para ese
crimen y que no desea cometer ningún otro. Ese criminal no tiene un cerebro
completo de hombre. Es inteligente, hábil, y está lleno de recursos, pero no tiene
un cerebro de adulto. Cuando mucho, tiene un cerebro infantil. Ahora, este
criminal que nos ocupa, está también predestinado para el crimen; él, también
tiene un cerebro infantil y es infantil el hacer lo que ha hecho. Los pajaritos, los
peces pequeños, los animalitos, no aprenden por principio sino empíricamente,
y cuando aprenden cómo hacer algo, ese conocimiento les sirve de base para
hacer algo más, partiendo de él. Dos pousto, dijo Arquímedes, ¡dénme punto de
apoyo y moveré al mundo! El hacer una cosa una vez es el punto de apoyo a
partir del cual el cerebro infantil se desarrolla hasta ser un cerebro de hombre, y
en tanto no tenga el deseo de hacer más, continuará haciendo lo mismo
repetidamente, ¡exactamente como lo ha hecho antes! Oh, mi querida señora,
veo que sus ojos se abren y que para usted, la luz del relámpago ilumina todo el
terreno.» La señora Harker comenzaba a apretarse las manos y sus ojos
lanzaban chispas. El profesor continuó diciendo:
—Ahora debe hablar. Díganos a nosotros, a dos hombres secos a ciencia,
qué ve con esos ojos tan brillantes.
Le tomó una mano y la sostuvo entre las suyas mientras hablaba. Su dedo
índice y su pulgar se apoyaron en su pulso, pensé instintiva e
inconscientemente, al tiempo que ella hablaba:
—El conde es un criminal y del tipo criminal. Nordau y Lombroso lo
clasificarían así y, como criminal, tiene un cerebro imperfectamente formado.
Así, cuando se encuentra en dificultades, debe refugiarse en los hábitos. Su
pasado es un indicio, y la única página de él que conocemos, de sus propios
labios, nos dice que en una ocasión, antes, cuando se encontraba en lo que el
señor Morris llamaría «una difícil situación», regresó a su propio país de la tierra
que había ido a invadir y, entonces, sin perder de vista sus fines, se preparó para
un nuevo esfuerzo. Volvió otra vez, mejor equipado para llevar a cabo aquel
trabajo, y venció. Así, fue a Londres, a invadir una nueva tierra. Fue derrotado, y
cuando perdió toda esperanza de triunfo y vio que su existencia estaba en
peligro, regresó por el mar hacia su hogar; exactamente como antes había huido
sobre el Danubio, procedente de tierras turcas.
—¡Magnífico! ¡Magnífico! ¡Es usted una mujer extraordinariamente
inteligente! —dijo van Helsing, con entusiasmo, al tiempo que se inclinaba y le
besaba la mano. Un momento más tarde me dijo, con la misma calma que si
hubiéramos estado llevando a cabo una auscultación a un enfermo:
—Solamente setenta y dos y con toda esta excitación. Tengo esperanzas —
se volvió nuevamente hacia ella y dijo, con una gran expectación—: Continúe.
¡Continúe! Puede usted decirnos más si lo desea; John y yo lo sabemos. Por lo
menos, yo lo sé, y le diré si está usted o no en lo cierto. ¡Hable sin miedo!
—Voy a intentarlo; pero espero que me excusen ustedes si les parezco egoísta.
—¡No! No tema. Debe ser usted egoísta, ya que es en usted en quien pensamos.
—Entonces, como es criminal, es egoísta; y puesto que su intelecto es
pequeño y sus actos están basados en el egoísmo, se limita a un fin. Ese
propósito carece de remordimientos. Lo mismo que atravesó el Danubio,
dejando que sus tropas fueran destrozadas, así, ahora, piensa en salvarse, sin
que le importe otra cosa. Así, su propio egoísmo libera a mi alma, hasta cierto
punto, del terrible poder que adquirió sobre mí aquella terrible noche. ¡Lo
siento! ¡Oh, lo siento! ¡Gracias a Dios por su enorme misericordia! Mi alma está
más libre que lo que lo ha estado nunca desde aquella hora terrible, y lo único
que me queda es el temor de que en alguno de mis trances o sueños, haya
podido utilizar mis conocimientos para sus fines.
El profesor se puso en pie, y dijo:
—Ha utilizado su mente; por eso nos ha dejado aquí, en Varna, mientras
el barco que lo conducía avanzaba rápidamente, envuelto en la niebla, hacia
Galatz, donde, sin duda, lo había preparado todo para huir de nosotros. Pero su
mente infantil no fue más allá, y es posible que, como siempre sucede de
acuerdo con la Providencia Divina, lo que el criminal creía que era bueno para
su bienestar egoísta, resulta ser el daño más importante que recibe. El cazador
es atrapado en su propia trampa, como dice el gran salmista. Puesto que ahora
que cree que está libre de nosotros y que no ha dejado rastro y que ha logrado
huir de nosotros, disponiendo de tantas horas de ventaja para poder hacerlo, su
cerebro infantil lo hará dormir. Cree, asimismo, que al dejar de conocer su
mente de usted, no puede usted tener ningún conocimiento de él; ¡ese es su
error! Ese terrible bautismo de sangre que le infligió a usted la hace libre de ir
hasta él en espíritu, como lo ha podido hacer usted siempre hasta ahora, en sus
momentos de libertad, cuando el sol sale o se pone. En esos momentos, va usted
por mi voluntad, no por la de él. Y ese poder, para bien tanto de usted como de
tantos otros, lo ha adquirido usted por medio de sus sufrimientos en sus manos.
Eso nos es tanto más precioso, cuanto que él mismo no tiene conocimiento de
ello, y, para guardarse él mismo, evita poder tener conocimiento de nuestras
andanzas. Sin embargo, nosotros no somos egoístas, y creemos que Dios está
con nosotros durante toda esta oscuridad y todas estas horas terribles. Debemos
seguirlo, y no vamos a fallar; incluso si nos ponemos en peligro de volvernos
como él. Amigo John, ésta ha sido una hora magnífica; y hemos ganado mucho
terreno en nuestro caso. Debe usted hacerse escriba y ponerlo todo por escrito,
para que cuando lleguen los demás puedan leerlo y saber lo que nosotros sabemos.
Por consiguiente, he escrito todo esto mientras esperamos el regreso de
nuestros amigos, y la señora Harker lo ha escrito todo con su máquina, desde que nos trajo los manuscritos.

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