Drácula – Bram Storker
DEL DIARIO DE MINA MURRAY
Mismo día, 11 p. m. ¡Oh, cómo estoy cansada! Si no fuera porque he
tomado como un deber escribir en mi diario todas las noches, hoy no lo abriría.
Tuvimos un paseo encantador. Después de un rato, Lucy estaba de mejor
humor, debido, creo, a unas pacíficas vacas que llegaron a olfatearnos en el
campo cerca del faro, y nos sacaron completamente de quicio. Creo que lo
olvidamos todo, excepto, por supuesto, el temor personal, y esto pareció
borrarlo todo y damos la oportunidad de comenzar de nuevo.
Tomamos un magnífico «té a la inglesa» en una pequeña y simpática
posada, de antiguo estilo, en la bahía de Robin Hood, con una ventana arqueada
que daba a las rocas cubiertas de algas marinas en la playa. Creo que
hubiéramos asustado a la «Nueva Mujer» con nuestros apetitos. ¡Los hombres
son más tolerantes, benditos sean! Luego, emprendimos la caminata de regreso
a casa, haciendo alguna o más bien muchas paradas para descansar, y con
nuestros corazones en constante temor por los toros salvajes. Lucy estaba
verdaderamente cansada, y teníamos la intención de escabullirnos a cama tan
pronto como pudiéramos. Sin embargo, llegó el joven cura, y la señora Westenra
le pidió que se quedara a cenar. Lucy y yo, ambas, tuvimos una pelea por ello
con el molendero; yo sé que de mi parte fue una pelea muy dura, y soy bastante heroica.
Creo que algún día los obispos deben reunirse y ver cómo crían una
nueva clase de curas, que no acepten a quedarse a cenar, sin importar cuánto se
insista, y que sepan cuándo las muchachas están cansadas. Lucy está dormida y
respira suavemente. Tiene más color en las mejillas que otras veces, ¡y su
aspecto es tan dulce! Si el Señor Holmwood se enamoró de ella viéndola
solamente en la sala, me pregunto qué diría si pudiera verla ahora. Algunas de
las escritoras de la «Nueva Mujer» pondrían en práctica algún día la idea de que
los hombres y las mujeres deben poder verse primero durmiendo antes de hacer
proposiciones o aceptar. Pero yo supongo que la «Nueva Mujer» no
condescenderá en el futuro a aceptar; ella misma hará la propuesta por su
cuenta. ¡Y bonito va a ser el trabajo que tendrá! En esto hay alguna consolación.
Esta noche estoy muy contenta porque mi querida Lucy parece estar bastante mejor.
Realmente creo que ya ha doblado la esquina, y que los problemas
motivados por su sonambulismo han sido superados. Estaría completamente
feliz con sólo tener noticias de Jonathan… Dios lo bendiga y lo guarde.
11 de agosto, 3 a. m. No tengo sueño, por lo que mejor será que escriba.
Estoy demasiado agitada para poder dormir. Hemos tenido una aventura
extraordinaria; una experiencia muy dolorosa. Me quedé dormida tan pronto como cerré mi diario…
Repentinamente desperté del todo, y me senté, con una terrible sensación
de miedo en todo el cuerpo; con un sentimiento de vacío alrededor de mí. El
cuarto estaba a oscuras, por lo que no podía ver la cama de Lucy; me acerqué a
ella y la busqué a tientas. La cama estaba vacía. Encendí un fósforo y descubrí
que ella no estaba en el cuarto. La puerta estaba cerrada, pero no con llave como
yo la había dejado. Temí despertar a su madre, que últimamente ha estado
bastante enferma, por lo que me puse alguna ropa y me apresté a buscarla. En el
instante en que dejaba el cuarto se me ocurrió que las ropas que ella llevara
puestas me podrían dar alguna pista de sus sonámbulas intenciones. La bata
significaría la casa; un vestido, la calle. Pero tanto la bata como sus vestidos
estaban en su lugar. «Dios mío», me dije a mí misma, «no puede estar lejos, ya
que sólo lleva su camisón de dormir.» Bajé corriendo las escaleras y miré en la
sala. ¡No estaba allí! Entonces busqué en los otros cuartos abiertos de la casa,
con un frío temor siempre creciente en mi corazón. Finalmente llegué a la
puerta del corredor y la encontré abierta. No estaba abierta del todo, pero el
pestillo de la cerradura no estaba corrido. La gente de la casa siempre es muy
cuidadosa al cerrar la puerta todas las noches, por lo que temí que Lucy se
hubiera ido tal como andaba. No había tiempo para pensar en lo que pudiera
ocurrir; un miedo vago, invencible, oscureció todos los detalles. Tomé un chal
grande y pesado, y corrí hacia afuera. El reloj estaba dando la una cuando estaba
en la Creciente, y no había ni un alma a la vista. Corrí a lo largo de la Terraza
Norte, pero no pude ver señales de la blanca figura que esperaba encontrar. Al
borde de West Cliff, sobre el muelle, miré a través del puerto hacia East Cliff,
con la esperanza o el temor, no sé cuál, de ver a Lucy en nuestro asiento
favorito. Había una luna llena, brillante, con rápidas nubes negras y pesadas,
que daban a toda la escena una diorama de luz y sombra a medida que cruzaban
navegando; por unos instantes no pude ver nada, pues la sombra de una nube
oscurecía la iglesia de Santa María y todo su alrededor. Luego, al pasar la nube,
pude ver las ruinas de la abadía que se hacían visibles; y cuando una estrecha
franja de luz tan aguda como filo de espada pasó a lo largo, pude ver a la iglesia
y el cementerio de la iglesia aparecer dentro del campo de luz. Cualquiera que
haya sido mi expectación, no fue defraudada, pues allí, en nuestro asiento, la
plateada luz de la luna iluminó una figura a medias reclinada, blanca como la
nieve. La llegada de la nube fue demasiado rápida para mí, y no me permitió ver
mucho, pues las sombras cayeron sobre la luz casi de inmediato; pero me
pareció como si algo oscuro estuviera detrás del asiento donde brillaba la figura
blanca, y se inclinaba sobre ella. Si era hombre o bestia, es algo que no puedo
decir. No esperé a poder echar otra mirada, sino que descendí corriendo las
gradas hasta el muelle y me apresuré a través del mercado de pescado hasta el
puente, que era el único camino por el cual se podía llegar a East Cliff. El pueblo
parecía muerto, pues no había un alma por todo el lugar. Me regocijó de que
fuera así, ya que no deseaba ningún testigo de la pobre condición en que se
encontraba Lucy. El tiempo y la distancia parecían infinitos, y mis rodillas
temblaban y mi respiración se hizo fatigosa mientras subía afanosamente las
interminables gradas de la abadía. Debo haber corrido rápido, y sin embargo, a
mí me parecía que mis pies estaban cargados de plomo, y como si cada
coyuntura de mi cuerpo estuviera enmohecida.
Cuando casi había llegado arriba pude ver el asiento y la blanca figura,
pues ahora ya estaba lo suficientemente cerca como para distinguirla incluso a
través del manto de sombras. Indudablemente había algo, largo y negro,
inclinándose sobre la blanca figura medio reclinada. Llena de miedo, grité:
«¡Lucy! ¡Lucy!», y algo levantó una cabeza, y desde donde estaba pude ver un
rostro blanco de ojos rojos y relucientes. Lucy no me respondió y yo corrí hacia
la entrada del cementerio de la iglesia. Al tiempo que entraba, la iglesia quedó
situada entre yo y el asiento, y por un minuto la perdí de vista.
Cuando la divisé nuevamente, la nube ya había pasado, y la luz de la luna
iluminaba el lugar tan brillantemente que pude ver a Lucy medio reclinada con
su cabeza descansando sobre el respaldo del asiento. Estaba completamente
sola, y por ningún lado se veían señales de seres vivientes.
Cuando me incliné sobre ella pude ver que todavía dormía. Sus labios
estaban abiertos, y ella estaba respirando, pero no con la suavidad
acostumbrada sino a grandes y pesadas boqueadas, como si tratara de llenar
plenamente sus pulmones a cada respiro.
Al acercarme, subió la mano y tiró del cuello de su camisón de dormir,
como si sintiera frío. Sin embargo, siguió dormida. Yo puse el caliente chal sobre
sus hombros, amarrándole fuertemente las puntas alrededor del cuello, pues
temía mucho que fuese a tomar un mortal resfrío del aire de la noche, así casi
desnuda como estaba. Temí despertarla de golpe, por lo que, para poder tener
mis manos libres para ayudarla, le sujeté el chal cerca de la garganta con un
imperdible de gran tamaño; pero en mi ansiedad debo haber obrado torpemente
y la pinché con él, porque al poco rato, cuando su respiración se hizo más
regular, se llevó otra vez la mano a la garganta y gimió. Una vez que la hube
envuelto cuidadosamente, puse mis zapatos en sus pies y comencé a despertarla
con mucha suavidad. En un principio no respondía: pero gradualmente se
volvió más y más inquieta en su sueño, gimiendo y suspirando ocasionalmente.
Por fin, ya que el tiempo pasaba rápidamente y, por muchas otras razones, yo
deseaba llevarla a casa de inmediato, la zarandeé con más fuerza, hasta que
finalmente abrió los ojos y despertó. No pareció sorprendida de verme, ya que,
por supuesto, no se dio cuenta de inmediato de en dónde nos encontrábamos.
Lucy se despierta siempre con bella expresión, e incluso en aquellos momentos,
en que su cuerpo debía estar traspasado por el frío y su mente espantada al
saber que había caminado semidesnuda por el cementerio en la noche, no
pareció perder su gracia. Tembló un poco y me abrazó fuertemente; cuando le
dije que viniera de inmediato conmigo de regreso a casa, se levantó sin decir
palabra y me obedeció como una niña. Al comenzar a caminar, la grava me
lastimó los pies, y Lucy notó mi salto. Se detuvo y quería insistir en que me
pusiera mis zapatos, pero yo me negué. Sin embargo, cuando salimos al sendero
afuera del cementerio, donde había un charco de agua, remanente de la
tormenta, me unté los pies con lodo usando cada vez un pie sobre el otro, para
que al ir a casa, nadie, en caso de que encontráramos a alguien, pudiera notar mis pies descalzos.
La fortuna nos favoreció y llegamos a casa sin encontrar un alma. En una
ocasión vimos a un hombre, que no parecía estar del todo sobrio, cruzándose
por una calle enfrente de nosotros; pero nos escondimos detrás de una puerta
hasta que desapareció por un campo abierto como los que abundan por aquí,
pequeños atrios inclinados, o winds, como los llaman en Escocia. Durante todo
este tiempo mi corazón palpitó tan fuertemente que por momentos pensé que
me desmayaría. Estaba llena de ansiedad por Lucy, no tanto por su salud, a
pesar de que podía afectarle el aire frío, sino por su reputación en caso de que la
historia de lo sucedido se hiciera pública. Cuando entramos, y una vez que
hubimos lavado nuestros pies y rezado juntas una oración de gracias, la metí en
cama. Antes de quedarse dormida me pidió, me imploró, que no dijese una
palabra a nadie, ni siquiera a su madre, de lo que había pasado aquella noche.
Al principio dudé de hacer la promesa; pero al pensar en el estado de
salud de su madre, y cómo la excitaría la noticia de un acontecimiento como
aquél, y pensando además cómo podía ser retorcida aquella historia (no, sería
infaliblemente falsificada) en caso de que fuese conocida, pensé que era más
cuerdo prometer lo que se me pedía. Espero que haya obrado bien. He cerrado
la puerta y he atado la llave a mi muñeca, por lo que tal vez no vuelva a ser
perturbada. Lucy está durmiendo profundamente; el reflejo de la aurora aparece alto y lejos sobre el mar…
Mismo día, por la tarde. Todo marcha bien. Lucy durmió hasta que yo la
desperté y pareció que no había cambiado siquiera de lado. La aventura de la
noche no parece haberle causado ningún daño; por el contrario, la ha
beneficiado, pues está mucho mejor esta mañana que en las últimas semanas.
Me sentí triste al notar que mi torpeza con el imperdible la había herido. De
hecho, pudo haber sido algo serio, pues la piel de su garganta estaba agujereada.
Debo haber agarrado un pedazo de piel con el imperdible, atravesándolo, pues
hay dos pequeños puntos rojos como agujeritos de alfiler, y sobre el cuello de su
camisón de noche había una gota de sangre. Cuando me disculpé y le mostré mi
preocupación por ello, Lucy rió y me consoló, diciendo que ni siquiera lo había
sentido. Afortunadamente, no le quedará cicatriz, ya que son orificios diminutos.
Mismo día, por la noche. Hemos pasado el día muy contentas. El aire
estaba claro, el sol brillante y había una fresca brisa. Llevamos nuestro almuerzo
a los bosques de Mulgrave; la señora Westenra conduciendo por el camino, Lucy
y yo caminando por el sendero del desfiladero y encontrándonos con ella en la
entrada. Yo me sentí un poco triste, pues pude darme cuenta de cómo hubiera
sido absolutamente feliz si hubiera tenido a Jonathan a mi lado. Pero, ¡vaya!
Sólo debo ser paciente. Por la noche dimos una caminata hasta el casino
Terraza, y escuchamos alguna buena música por Spohr y Mackenzie, y nos
acostamos muy temprano. Lucy parece estar más tranquila de lo que había
estado en los últimos tiempos, y yo me dormí de inmediato. Aseguraré la puerta
y guardaré la llave de la misma manera que antes, pues no creo que esta noche haya ningún problema.
12 de agosto. Mis predicciones fueron erróneas, pues dos veces durante la
noche fui despertada por Lucy, que estaba tratando de salir. Parecía, incluso
dormida, estar un poco impaciente por encontrar la puerta cerrada con llave, y
se volvió a acostar profiriendo quejidos de protesta. Desperté al amanecer y oí
los pájaros piando fuera de la ventana. Lucy despertó también, y yo me alegré de
ver que estaba incluso mejor que ayer por la mañana. Toda su antigua alegría
parece haber vuelto, y se pasó a mi cama apretujándose a mi lado para contarme
todo lo de Arthur. Yo le dije a ella cómo estaba ansiosa por Jonathan, y
entonces, trató de consolarme. Bueno, en alguna medida lo consiguió, ya que
aunque la conmiseración no puede alterar los hechos, sí puede contribuir a hacerlos más soportables.
13 de agosto. Otro día tranquilo, y me fui a cama con la llave en mi
muñeca como antes. Otra vez desperté por la noche y encontré a Lucy sentada
en su cama, todavía dormida, señalando hacia la ventana. Me levanté
sigilosamente, y apartando la persiana, miré hacia afuera. La luna brillaba
esplendorosamente, y el suave efecto de la luz sobre el mar y el cielo,
confundidos en un solo misterio grande y silencioso, era de una belleza
indescriptible. Entre yo y la luz de la luna aleteaba un gran murciélago, que iba y
venía describiendo grandes círculos. En un par de ocasiones se acercó bastante,
pero supongo que, asustándose al verme, voló de regreso, alejándose en
dirección al puerto y a la abadía. Cuando regresé de la ventana, Lucy se había
acostado de nuevo y dormía pacíficamente. No volvió a moverse en toda la noche.
14 de agosto. He estado en East Cliff, leyendo y escribiendo todo el día.
Lucy parece haberse enamorado tanto de este lugar como yo, y es muy difícil
arrancarla de aquí cuando llega la hora de regresar a casa para comer, tomar el
té, o cenar. Esta tarde hizo un comentario muy extraño. Veníamos de camino a
casa para la cena, y habíamos llegado hasta las gradas superiores del puente
Oeste, deteniéndonos para mirar el paisaje como siempre lo hacemos. El sol
poniente, muy bajo en el horizonte, se estaba ocultando detrás de Kettleness; la
luz roja caía sobre East Cliff y la vieja abadía, y parecía bañarlo todo con un
bello resplandor color de rosa. Estuvimos unos momentos en silencio, y de
pronto Lucy murmuró como para sí misma:
—¡Otra vez sus ojos rojos! Son exactamente los mismos.
Aquella fue una expresión tan rara, sin venir a colación, que me dejó perpleja.
Me aparté un poco, lo suficiente para ver a Lucy bien sin parecer estar
mirándola, y vi que estaba en un estado de duermevela, con una expresión tan
rara en el rostro, que no pude descifrar; por eso no dije nada, pero seguí sus
ojos. Parecía estar mirando nuestro propio asiento, donde en aquellos instantes
estaba sentada una oscura y solitaria figura.
Yo misma me sentí un poco inquieta, pues por unos momentos pareció
que aquel desconocido tenía grandes ojos como llamas fulgurantes; pero una
segunda mirada disipó la ilusión. La roja luz del sol estaba brillando sobre las
ventanas de la iglesia de Santa María, situada detrás de nuestro asiento, y al
ponerse el sol había justamente suficiente cambio en la refracción y reflexión de
la luz como para dar la apariencia de que la luz se movía. Llamé la atención de
Lucy hacia ese efecto peculiar, y ella pareció volver en sí con un sobresalto,
aunque al mismo tiempo pareció muy triste. Es posible que estuviera pensando
en la terrible noche que había pasado allá arriba. Nunca hablamos de ella; por
eso no dije nada, y nos fuimos a casa a cenar. Lucy tenía dolor de cabeza y se
acostó temprano. Cuando la vi dormida, salí a dar un pequeño paseo yo sola;
caminé a lo largo de los acantilados situados al oeste, y estaba llena de una dulce
tristeza, pues pensaba en Jonathan. Al regresar a casa (la luz de la luna brillaba
intensamente; tan intensamente que, aunque el frente de nuestra parte de la
Creciente estaba en la sombra, todo podía verse distintamente) eché una mirada
a nuestra ventana y vi la cabeza de Lucy reclinándose hacia fuera. Pensé que
quizá estaba en espera de mi regreso, por lo que abrí mi pañuelo y lo agité. Sin
embargo, ella no lo notó, no hizo ningún movimiento. En esos momentos, la luz
de la luna se arrastró alrededor de un ángulo del edificio, y sus rayos cayeron
sobre la ventana. Allí estaba Lucy, con la cabeza reclinada contra el lado del
antepecho de la ventana, y con los ojos cerrados.
Estaba profundamente dormida, y a su lado, posado en el antepecho de la
ventana, había algo que parecía ser un pájaro de regular tamaño. Sentí temor de
que pudiera resfriarse, por lo que corrí escaleras arriba, pero cuando llegué al
cuarto ella ya iba de regreso a su cama, profundamente dormida y respirando
pesadamente; se llevaba la mano al cuello, como si lo protegiera del frío.
No la desperté, sino que la arropé lo mejor que pude; comprobé que la
puerta estuviera bien cerrada, y la ventana también. ¡Es tan dulce cuando
duerme! Pero está más pálida que de costumbre, y en sus ojos hay una mirada
cansada, macilenta, que no me agrada. Temo que esté inquieta por algo.
Desearía averiguar qué es.
15 de agosto. Me levanté más tarde que de costumbre. Lucy está lánguida
y cansada, y durmió hasta después de que habíamos sido llamadas. En el
desayuno tuvimos una grata sorpresa. El padre de Arthur está mejorado, y
quiere que el casamiento se efectúe lo más pronto posible. Lucy está llena de
callado regocijo, y su madre está a la vez alegre y triste. Más tarde me dijo la
causa. Está melancólica por tener que perder a Lucy, pero le alegra que pronto
ella vaya a tener alguien que la proteja. ¡Pobre señora, tan querida y dulce! Me
hizo la confidencia de que ya pronto morirá. No le ha dicho nada a Lucy, y me
hizo prometer guardar el secreto; su médico le ha dicho que dentro de unos
meses, a lo sumo, va a morir, pues su corazón se esta debilitando. En cualquier
momento, incluso ahora, una impresión repentina le produciría casi
seguramente la muerte. ¡Ah! Hicimos bien en no contarle lo ocurrido aquella
terrible noche de sonambulismo de Lucy.
17 de agosto. No he escrito nada durante dos días seguidos. No he tenido
ganas de hacerlo. Una especie de oscuro sino parece estarse cirniendo sobre
nuestra felicidad. Ninguna noticia de Jonathan, y Lucy parece estar cada vez
más débil, mientras las horas de su madre se están acercando al desenlace final.
No comprendo cómo Lucy se esta apagando como lo hace. Come bien y duerme
bien, y goza del aire fresco; pero todo el tiempo las rosas en sus mejillas están
marchitándose y día a día se vuelve más débil y más lánguida; por las noches la
escucho boqueando como si le faltara el aire. Siempre tengo la llave de la puerta
atada a mi puño durante la noche, pero ella se levanta y camina de un lado a
otro del cuarto, y se sienta ante la abierta ventana. Anoche la encontré
reclinándose hacia afuera, y cuando traté de despertarla no pude; estaba
desmayada. Cuando conseguí hacer que volviera en sí estaba sumamente débil y
lloraba quedamente entre largos y dolorosos esfuerzos por aspirar aire.
Cuando le pregunté como había podido ir hacia la ventana, sacudió la
cabeza y la volvió hacia el otro lado de la almohada. Espero que su enfermedad
no se deba a ese malhadado piquete de alfiler. Observé su garganta una vez que
se hubo dormido, y las punturas no parecían haber sanado. Todavía están
abiertas las cicatrices, e incluso más anchas que antes; sus bordes aparecen
blanquecinos, como pequeñas manchas blancas con centros rojos. A menos que
sanen en uno o dos días, insistiré en que las vea el médico.
Carta de Samuel F. Billington e hijo, procuradores, en Whitby, a los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres
17 de agosto
«Estimados señores:
«Anexas a la presente les enviamos las mercancías enviadas por el Gran
Ferrocarril del Norte. Las mismas han de ser entregadas en Carfax, cerca de
Purfleet, inmediatamente después de recibirse las mercancías en la estación de
King’s Cross. Actualmente la casa está vacía, pero les enviamos también las
llaves, todas ellas rotuladas.
«Sírvanse depositar las cajas, cincuenta en total, las cuales constituyen el
envío, en el edificio parcialmente derruido que forma parte de la casa, y que está
marcado con ‘A’ en el plano esquemático que les enviamos. Su agente
reconocerá fácilmente el lugar, ya que es la antigua capilla de la mansión. Las
mercancías, salen por tren a las 9:30 de la noche; llegarán a King’s Cross
mañana por la tarde a las 4:30. Como nuestro cliente desea que la entrega se
haga lo más rápidamente posible, mucho les agradeceríamos que tuvieran
preparada alguna gente en King’s Cross a la hora indicada, para efectuar el
traslado de la mercancía a su destino. Para evitar cualquier demora posible
debida a trámites de rutina, tales como pagos en sus departamentos, les
enviamos anexo cheque por diez libras (£ 10), cuyo recibo le agradeceríamos
nos remitieran. Si los gastos son inferiores a esta cantidad, pueden devolver el
saldo; si son más, les enviaremos de inmediato un cheque por la diferencia al
tener noticias de ustedes. Al terminar la entrega, sírvanse dejar las llaves en el
corredor principal de la casa, donde el propietario pueda recogerlas al entrar en
la casa mediante la llave que él posee.
«Por favor no piensen que nos excedemos en los límites de la cortesía
mercantil, al insistir por todos los medios en que efectúen este trabajo con la
mayor rapidez posible.
«Quedamos de ustedes, estimados señores, sus Attos. y Ss. Ss.
SAMUEL F. BILLINGTON E HIJO «
Carta de los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres, a los
señores
Billington e Hijo, en Whitby
21 de agosto
“Estimados señores:
«Acusamos recibo de £ 10 y les enviamos por £ 1 17s. 9d, excedente, tal
como lo muestran los recibos incluidos. La mercancía ha sido entregada según
sus instrucciones, y las llaves quedaron en un paquete en el corredor principal,
tal como se nos pidió.
«Quedamos de ustedes, estimados señores, con todo respeto,
CARTER, PATERSON Y CÍA.»
Del diario de Mina Murray
18 de agosto. Hoy estoy muy contenta, y escribo sentada en el asiento del
cementerio de la iglesia. Lucy está mucho mejor. Anoche durmió bien toda la
noche, y no me molestó ni una vez. Parece que ya las rosas regresan a sus
mejillas, aunque todavía está tristemente pálida y descolorida. Yo entendería su
situación si estuviera anémica, pero no es el caso. Está de muy buen humor, y
llena de vida y alegría. Toda aquella mórbida reticencia parece haberla
abandonado, y hace justamente un momento me recordó, como si yo necesitara
que me la recordaran, aquella noche, y lo que sucedió aquí, en este mismo
asiento, donde la encontré dormida. Al tiempo que me hablaba taconeaba
juguetonamente con el tacón de su bota sobre la lápida, y dijo:
—¡Mis pobres pies no hacían mucho ruido entonces! Me atrevo a decir
que el pobre señor Swales me habría dicho que era porque yo no quería despertar a Geordie.
Como estaba tan comunicativa, le pregunté si había tenido algún sueño
esa noche. Antes de responderme, esa su mirada tan dulce y traviesa asomó a su
cara, la cual dice Arthur (lo llamo Arthur por costumbre de ella) que ama; y, de
hecho, no me extraña que así sea. Entonces, continuó de una manera
ensoñadora, como si estuviera tratando de recordar lo sucedido.
—No soñé propiamente, pero todo parecía ser muy real. Sólo quería estar
aquí en este lugar, sin saber por qué, pues tenía miedo de algo, no sé de qué.
Aunque supongo que estaba dormida, recuerdo haber pasado por las calles y
sobre el puente. Al tiempo que pasaba saltó un pez, yo me incliné para verlo y
escuché muchos perros aullando; tantos, que todo el pueblo parecía estar lleno
de perros que aullaban al mismo tiempo, mientras yo subía las gradas. Luego
tuve una vaga sensación de algo largo y oscuro con ojos rojos, semejante a lo que
vimos en aquella puesta de sol, y de pronto me rodeó algo muy dulce y muy
amargo a la vez; entonces me pareció que me hundía en agua verde y profunda,
y escuché un zumbido tal como he oído decir que sienten los que se están
ahogando; y luego todo pareció evaporarse y alejarse de mí; mi alma pareció
salir de mi cuerpo y flotar en el aire. Me parece recordar que en una ocasión el
faro del oeste estaba justamente debajo de mí, y luego hubo una especie de
dolor, como si me encontrara en un terremoto, y volviera a mí, y descubrí que
me estabas sacudiendo. Te vi haciéndolo antes de que te pudiera sentir.
Entonces comenzó a reírse. A mí me pareció todo aquello pavoroso, y
escuché sin aliento. Aquello era sospechoso, y pensé que sería mejor que su
mente no se detuviera más en el tema, por lo que nos pusimos a hablar de otras
cosas, y Lucy estaba como en sus buenos tiempos. Cuando regresamos a casa, la
fresca brisa la había vigorizado, y sus pálidas mejillas estaban realmente más
sonrosadas. Su madre se regocijó al verla así, y todas pasamos muy contentas una velada juntas.
19 de agosto. ¡Alegría, alegría, alegría! Aunque no todo es alegría.
Finalmente noticias de Jonathan. El pobrecito ha estado enfermo, y por eso no
había escrito. Ya no tengo miedo de pensarlo o decirlo, ahora que lo sé. El señor
Hawkins me entregó la carta, y me escribió él mismo. ¡Oh! ¡Qué amable! Voy a
salir mañana por la mañana e iré donde Jonathan, para cuidarlo si es necesario
y traerlo a casa. El señor Hawkins dice que no estaría mal si nos pudiéramos
casar allá. He llorado sobre la carta de la buena hermana, al grado que puedo
sentirla húmeda contra mi pecho, donde la guardo. Es sobre Jonathan, y debe
estar cerca de mi corazón, ya que él está en mi corazón. He proyectado y
previsto mi viaje, y mi equipaje está preparado. Sólo me llevaré una muda de
ropa; Lucy se llevará mi baúl a Londres y lo guardará hasta que yo envíe por él,
pues puede ser que… Ya no debo escribir. Debo guardármelo todo para decírselo
a Jonathan, mi marido. La carta que él ha visto y tocado debe confortarme hasta
que nos encontremos.
Carta de la hermana Agatha, Hospital de San José y Santa María,
en Budapest, a la señorita Willhelmina Murray
12 de agosto
“Estimada señorita:
«Le escribo por deseos del señor Jonathan Harker, ya que él mismo no
está lo suficientemente fuerte para escribir, aunque va mejorando gracias a
Dios, a San José y a la Virgen María. Ha estado bajo nuestro cuidado desde hace
casi seis semanas, pues sufre de una violenta fiebre cerebral. Le envía a usted su
amor, y me ruega que le diga que por este mismo correo le escribo al señor Peter
Hawkins, en Exéter, para decirle, con el más profundo respeto, que está muy
afligido por su retraso, y que todo su trabajo ha sido completamente terminado.
El señor Harker tendrá que permanecer todavía unas semanas descansando en
nuestro hospital en las montañas, pero luego regresará. Desea que yo diga que
no tiene suficiente dinero consigo, y que le gustaría pagar su estancia aquí, para
que otros que necesiten no se queden sin recibir ayuda.
«Considéreme usted siempre a sus órdenes, con mi afecto y bendiciones,
HERMANA AGATHA.
«P. D. Estando mi paciente dormido, abro esta para ponerla al tanto de
los acontecimientos. El señor Harker me lo ha contado todo respecto a usted, y
que dentro de pronto usted será su esposa. ¡Todas las bendiciones para ustedes
dos! Él ha sufrido una terrible impresión, así dice nuestro médico, y en sus
delirios sus desvaríos han sido terribles; de lobos, veneno y sangre, de
fantasmas y demonios, y temo decir de qué más.
Tenga siempre mucho cuidado con él para que en lo futuro no haya nada
parecido a estas cosas que puedan excitarlo; las huellas de una enfermedad
como la que ha tenido no se borran tan fácilmente. Hubiéramos escrito desde
hace mucho tiempo, pero no sabíamos nada de sus amigos, y él no decía nada
que pudiéramos entenderle. Llegó en el tren de Klausenburgo y el guardia fue
avisado por el jefe de estación de aquel lugar, que entró corriendo en la estación
pidiendo a gritos un billete para regresar a casa. Viendo por sus violentos gestos
que se trataba de un inglés, le dieron un billete para la estación más lejana en
esta dirección, a la que llega el tren.
«Esté usted segura de que cuidamos bien de él. Se ha ganado todos
nuestros corazones por su dulzura y suavidad. Verdaderamente está mejorando,
y no tengo ya ninguna duda de que dentro de pocas semanas estará
completamente repuesto. Pero por amor a la seguridad cuide bien de él.
Seguramente que hay, así le pido a Dios y a San José y a Santa María, muchos,
muchos felices años para ustedes dos.»
Del diario del doctor Seward
19 de agosto. Extraños y repentinos cambios en Renfield anoche. Cerca
de las ocho comenzó a ponerse inquieto y a olfatear por todos lados, como un
perro cuando anda de caza. Mi ayudante se quedó asombrado por su
comportamiento, y conociendo mi interés por él lo animó para que hablara.
Generalmente es muy respetuoso con mi ayudante, y a veces hasta servil; pero
anoche, me ha dicho el hombre, se comportó en forma bastante arrogante. Por
nada de este mundo quiso condescender a hablar con él.
Todo lo que dijo fue:
—No quiero hablar con usted: usted ya no cuenta ahora; el patrón está
cerca. Mi ayudante cree que es alguna repentina forma de manía religiosa la que
se ha apoderado de él. Si es así, debemos de estar alerta ante borrascas, pues un
hombre fuerte con manías homicidas y religiosas al mismo tiempo puede ser
peligroso. A las nueve de la noche yo mismo lo visité. Su actitud conmigo fue la
misma que con mi ayudante; en su extremo repliegue sobre sí mismo, la
diferencia entre mi persona y la de mi ayudante le parece nula. Me parece que es
una manía religiosa; dentro de muy poco pensará que es el propio Dios. Las
infinitesimales distinciones entre un hombre y otro hombre son demasiado
mezquinas para un ser omnipotente. ¡Cómo pueden llegar a exaltarse estos
locos! El verdadero Dios pone atención hasta cuando se cae un gorrión; pero el
Dios creado por la vanidad humana no ve diferencia alguna entre un águila y un
gorrión. ¡Oh, si los hombres por lo menos supieran!
Durante media hora o más, Renfield se estuvo poniendo cada vez más
excitado. Aparenté no estar observándolo, pero mantuve una estricta vigilancia
sobre todo lo que hacía. De pronto apareció en sus ojos esa turbia mirada que
siempre vemos cuando un loco ha captado una idea, y con ella ese movimiento
sesgado de la cabeza y la espalda que los médicos llegan a conocer tan bien. Se
volvió bastante calmado, y fue y se sentó en la orilla de su cama resignadamente,
mirando al espacio vacío con los ojos opacos.
Pensé que averiguaría si su apatía era real o sólo fingida, y traté de
llevarlo a una conversación acerca de sus animales, tema que nunca había
dejado de llamarle la atención. Al principio no me respondió, pero finalmente
dijo, con visible mal humor:
—¿Quién se preocupa por ellos? ¡Me importan un comino!
—¿Cómo? —dije yo—. ¿Acaso ya no le interesan las arañas?
(Las arañas son de momento su mayor entretenimiento, y su libreta se
está llenando con columnas de pequeños números.)
A esto me respondió enigmáticamente:
—Las madrinas de la boda regocijan sus ojos, que esperan la llegada de la
novia; pero cuando la novia se va a acostar, entonces las madrinas no relucen a los ojos que están llenos.
No quiso dar ninguna explicación de lo dicho sino que permaneció
obstinadamente sentado en la cama todo el tiempo que estuve con él.
Esta noche estoy bastante cansado y desanimado. No puedo dejar de
pensar en Lucy, y de cómo hubiesen sido las cosas diferentes, Si no duermo de
inmediato, cloral, el moderno Morfeo: CHCl3CHO. Debo tener mucho cuidado
para no habituarme a él. ¡No, no tomaré nada esta noche! He pensado en Lucy,
y no la deshonraré a ella mezclándola con lo otro. Si así tiene que ser, pasaré la noche en vela…
Más tarde. Estoy contento de haber tomado esa resolución; más contento
aún de haberla realizado. Había estado dando vueltas en la cama durante algún
tiempo; y sólo había escuchado al reloj dar dos veces la hora, cuando el guardia
de turno vino a verme, enviado por mi asistente, para decirme que Renfield se
había escapado. Me vestí y bajé corriendo inmediatamente; mi paciente es una
persona demasiado peligrosa como para que ande suelta. Esas ideas que tiene
pueden trabajar peligrosamente frente a extraños.
El asistente me estaba esperando. Me dijo que lo había visto hacía menos
de diez minutos, aparentemente dormido sobre su cama, cuando miró a través
de la rendija de observación en la puerta. Luego su atención fue atraída por el
ruido de una ventana que estaba siendo desencajada. Corrió de regreso y vio que
sus pies desaparecían a través de la ventana, y entonces envió rápidamente al
guardia a que me llamara. Renfield estaba sólo con su ropa de noche, por lo que
no debía andar muy lejos. El asistente pensó que sería más útil mirar hacia
donde iba que perseguirlo, ya que podía perderlo de vista mientras daba vuelta
para salir por la puerta del edificio.
Era un hombre corpulento, y no podía salir por la ventana. Yo soy
delgado, así es que con su ayuda, salí, pero con los pies primero, y como sólo nos
encontrábamos a unos cuantos pies sobre la tierra, caí sin lastimarme. El
asistente me dijo que el paciente había corrido hacia la izquierda y había
desaparecido en línea recta. Por lo que yo me apresuré en la misma dirección lo
más velozmente que pude; al tiempo que atravesaba el cinturón de árboles vi
una figura blanca escalando el alto muro que separa nuestros terrenos de los de la casa desierta.
Corrí inmediatamente de regreso, y le dije al guardia que trajera tres o
cuatro hombres y me siguieran a los terrenos de Carfax, en caso de que nuestro
amigo fuese a comportarse peligrosamente. Yo mismo conseguí una escalera, y
salvando el muro, salté hacia el otro lado. Pude ver la figura de Renfield que
desaparecía detrás del ángulo de la casa, por lo que corrí tras él. En el otro
extremo de la casa lo encontré reclinado fuertemente contra la vieja puerta de
roble, enmarcada en hierro, de la capilla. Estaba hablando, aparentemente a
alguien, pero tuve miedo de acercarme demasiado a escuchar lo que decía, pues
podía asustarlo y echaría de nuevo a correr. ¡Correr detrás de un errante
enjambre de abejas no es nada comparado con seguir a un lunático desnudo,
cuando se le ha metido en la cabeza que debe escapar! Sin embargo, después de
unos minutos pude ver que él no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su
alrededor, y me atreví a acercármele más, y con mayor razón ya que mis
hombres habían saltado el muro y se acercaban a él. Le oí decir:
—Estoy aquí para cumplir tus órdenes, amo. Soy tu esclavo, y tú me
recompensaras, pues seré fiel. Te he adorado desde hace tiempo y desde lejos.
Ahora que estás cerca, espero tus órdenes, y tú no me olvidarás, ¿verdad, mi
querido amo?, en tu distribución de las buenas cosas.
De todas maneras es un viejo y egoísta pordiosero. Piensa en el pan y los
pescados aun cuando cree que está en una presencia real. Sus manías hacen una
combinación asombrosa. Cuando le caímos encima peleó como un tigre; es muy
fuerte, y se comportó más como una bestia salvaje que como un hombre. Yo
nunca había visto a un lunático en un paroxismo de furia semejante; y espero no
volverlo a ver. Es una buena cosa que hayamos averiguado sus intenciones y su
fuerza a tiempo. Con una fuerza y una determinación como las de él, podría
haber hecho muchas barbaridades antes de ser enjaulado. En todo caso, está en
lugar seguro. Ni el mismo Jack Sheppard habría podido librarse de la camisa de
fuerza que lo retiene, y además está encadenado a la pared en la celda de
seguridad. Sus gritos a veces son horribles, pero los silencios que siguen son
todavía más mortales, pues en cada vuelta y movimiento manifiesta sus deseos de asesinar.
Hace unos momentos dijo estas primeras palabras coherentes:
—Tendré paciencia, amo. ¡Está llegando…, llegando…, llegando!
De tal manera que yo tomé su insinuación, y también llegué. Estaba
demasiado excitado para dormir, pero este diario me ha tranquilizado y siento que esta noche dormiré algo.