El maravilloso mago de Oz – Lyman Frank Baum
EL DELICADO PAÍS DE PORCELANA
Mientras el Leñador hacía la escalera con troncos delgados que halló en el
bosque, Dorothy acostóse a dormir, pues la larga caminata habíala fatigado.
El León también se echó a descansar y Toto se acurrucó a su lado.
El Espantapájaros se quedó mirando al Leñador mientras éste trabajaba.
–No se me ocurre por qué razón está aquí este muro ni de qué está hecho -le dijo.
–No canses tu cerebro ni pienses en el muro -repuso el Leñador-. Cuando lo
hayamos salvado, ya sabremos lo que hay detrás de él.
Al cabo de un tiempo estuvo lista la escalera, que parecía un tanto rústica,
aunque el Leñador afirmó que era fuerte y serviría para lo que la necesitaban.
El Espantapájaros despertó a los durmientes y les dijo que ya tenían los
medios para subir a lo alto del muro. El mismo subió primero, pero lo hizo
con tanta torpeza que Dorothy tuvo que seguirlo de cerca a fin de evitar que
se cayera. Cuando su cabeza sobrepasó la parte superior de la pared, el hombre de paja exclamó:
–¡Cielos!
Siguió subiendo y se sentó en lo alto del muro, mientras que Dorothy ascendía
tras él y exclamaba también:
–¡Cielos!
Después subió Toto y en seguida empezó a ladrar, pero Dorothy le hizo callar al instante.
Después subió el León y el último fue el Leñador, y ambos exclamaron
«¡Cielos!», como los otros, no bien hubieron mirado por encima del muro.
Cuando se hallaban todos sentados en lo alto, formando una hilera, miraron
hacia abajo y vieron un espectáculo sumamente extraño.
Ante ellos se extendía una región cuyo suelo era tan suave, reluciente y
blanco como la superficie de un gran plato. Diseminadas por los alrededores
había numerosas casas de porcelana pintadas de los colores más vivos que
pueda uno imaginar. Las viviendas eran pequeñas, y el techo de la más alta
difícilmente podría llegar a la cintura de Dorothy. Veíanse también bonitos
graneros rodeados por cercas de porcelana, y abundaban las vacas, ovejas,
caballos, cerdos y gallinas, todos del mismo material.
Pero lo más extraño de todo eran las personas que vivían en aquella región
de maravillas. Había jovencitas que cuidaban las vacas y otras encargadas
de las ovejas, todas ataviadas con vestidos de brillantes colores salpicados
de lunares dorados, y princesas de vistosos ropajes de plata, oro y púrpura,
y pastores con calzones hasta las rodillas, pintados de rosa, amarillo y azul,
y príncipes tocados de coronas enjoyadas y luciendo capas de armiño y
jubones de satén, y cómicos payasos de raras vestimentas, mejillas pintadas
y extraños gorros cónicos. Pero lo más extraño era que toda aquella gente
estaba hecha de porcelana, y el más alto de ellos apenas si alcanzaba a la
altura de la rodilla de Dorothy.
Al principio ninguno prestó atención a los viajeros, salvo un diminuto perro
de porcelana púrpura que se acercó al muro y les ladró con voz apenas audible,
luego de lo cual se alejó corriendo.
–¿Cómo bajamos? -preguntó Dorothy.
La escala era tan pesada que no pudieron levantarla, de modo que el Espantapájaros
se dejó caer a tierra y los otros saltaron sobre él a fin de que el
duro suelo no les dañara los pies. Cuando estuvieron todos abajo, levantaron
al Espantapájaros, que estaba completamente aplastado, y le dieron forma de nuevo.
–Tenemos que cruzar este lugar tan extraño si queremos llegar al otro lado –
dijo Dorothy-. No sería prudente tomar otro rumbo que no sea el más directo hacia el sur.
Empezaron a marchar por el país de porcelana y lo primero con que se encontraron
fue una delicada jovencita de porcelana que estaba ordeñando una
vaca. Cuando se acercaron, la vaca coceó de pronto y derribó el banquillo,
el balde y aun a la j oven, y todo ello cayó al piso de porcelana con gran estrépito.
A Dorothy le dolió mucho ver que la vaca habíase roto una pata, y que el
balde estaba hecho añicos, mientras que la pobre doncella tenía roto el codo izquierdo.
–¡Ea! -exclamó la joven en tono indignado-. ¡Mira lo que has hecho! A mi
vaca se le ha roto una pata y tendré que llevarla al remendón para que se la
pegue. ¿Cómo te atreves a venir aquí y asustar así a mi animal?
–Lo siento muchísimo -contestó Dorothy-. Te ruego que nos perdones.
Pero la bonita doncella estaba demasiado enfadada para responder. Levantó
la pata rota y, sin decir palabra, se llevó a su vaca que cojeaba sobre sus tres
patas restantes. Al alejarse lanzó varias miradas de reproche por sobre el
hombro a los torpes forasteros.
Dorothy sintióse bastante apenada por el accidente.
–Tendremos que ser muy cuidadosos en este país -dijo el bondadoso
Leñador-. De otro modo podríamos lastimar sin remedio a sus bonitos habitantes.
Un poco más adelante Dorothy se encontró con una princesa maravillosamente
vestida, la que se detuvo de pronto al ver a los intrusos y luego empezó a alejarse aprisa.
Como quería verla un poco mejor, Dorothy echó a correr tras ella. Pero la
jovencita de porcelana se puso a gritar:
–¡No me persigas! ¡No me persigas!
Su vocecilla denotaba tanto temor que Dorothy se detuvo y le preguntó:
–¿Por qué no?
–Porque si corro podría caerme y hacerme pedazos -respondió la princesa,
deteniéndose también, aunque a cierta distancia.
–¿Pero no podrían remendarte?
–Sí, pero una nunca queda tan bonita como es después que a componen.
–Supongo que no -admitió Dorothy.
–Ahí tienes al señor Bromista, uno de nuestros payasos -continuó la princesa
de porcelana-. Siempre trata de pararse sobre su cabeza y se ha roto el
cuerpo tantas voces que está remendado en cien lugares diferentes, y ahora
ya no es nada bonito. Allí lo tienes, puedes verlo con tus propios ojos.
En efecto, acercábase a ellos un gracioso payaso en miniatura, y al observarlo
bien, Dorothy notó que, a pesar de sus bonitas ropas de vistosos colores,
estaba cubierto de rajaduras que corrían en todos sentidos e indicaban
que había sido remendado muchísimas veces.
El payaso se puso las manos en los bolsillos y, luego de inflar las mejillas y
saludarles con varias inclinaciones de cabeza, declamó:
–Hermosa damita, ¿por qué miras así al pobre señor Bromista? ¿Acaso tragaste
una vara que estás tan dura y erguida?
–¡Calle usted, señor! -ordenó la princesa-. ¿No ve que son forasteros y
merecen ser tratados con respeto?
–Bueno, yo respeto, yo respeto -repuso el Payaso, y en seguida se paró sobre su cabeza.
–No le hagas caso -pidió la princesa a Dorothy-. Se ha golpeado mucho la
cabeza y eso lo tiene atontado.
–No le haré caso -dijo Dorothy-. Pero tú eres tan hermosa que creo que podría
llegar a quererte muchísimo. ¿Me permitirías llevarte a Kansas y ponerte
sobre la repisa de la chimenea de mi tía Em? Podría llevarte en mi cesta.
–Lo cual me haría muy desdichada -respondió la princesa-. Te diré, aquí en
nuestro país vivimos bien y podemos hablar y movemos a voluntad. Pero
cuando nos sacan de esta región se nos endurecen las coyunturas y lo único
que podemos hacer es permanecer rígidos y mostramos bonitos. Claro que
es lo único que se espera de nosotros cuando estamos sobre repisas, mesas y
en vitrinas, pero en nuestro propio país vivimos mucho mejor.
–¡Por nada del mundo querría hacerte desdichada! -exclamó Dorothy-. Así
que me limitaré a decirte adiós. -Adiós -contestó la princesa.
Los cuatro amigos marcharon con gran cuidado por el país de porcelana.
Los diminutos animales y todos los pobladores se apartaron a toda prisa de
su camino, temerosos de que aquellos forasteros los rompieran, y al cabo de
una hora o más, los viajeros llegaron al límite de la región y se encontraron
con otro muro de porcelana.
Empero, éste no era tan elevado como el primero y, parándose sobre el
lomo del León, todos pudieron llegar a lo alto de la pared. Después el felino
encogió sus patas y dio un tremendo salto para salvar el obstáculo. Al hacerlo,
derribó con la cola una hermosa iglesia de porcelana y la hizo pedazos.
–Es una lástima -dijo Dorothy-, pero en realidad creo que tuvimos suerte en
no haber causado otros males que la pata rota de una vaca y una iglesia
hecha añicos. ¡Esta gente es tan frágil!
–Así es, en efecto -concordó el Espantapájaros- y yo me alegro de estar hecho
de paja y a prueba de golpes. En el mundo hay destinos peores que el ser un Espantapájaros.