Emma – Jane Austen
A pesar de estar ya a mediados de diciembre, el mal tiempo aún no había
impedido a los jóvenes realizar sus acostumbrados paseos; y al día
siguiente Emma tenía que visitar a un enfermo de una familia pobre, que
vivía a cierta distancia de Highbury.
Para ir a esta cabaña, que quedaba apartada, debía pasar por el callejón
de la Vicaría, un callejón que nacía en la ancha aunque irregular calle
mayor del pueblo; y allí, como es de suponer por su nombre, se hallaba la
bienaventurada mansión del señor Elton. Primero había que pasar frente a
una serie de casas más modestas, y luego, después de andar alrededor
de un cuarto de milla, aparecía el edificio de la vicaría; una casa antigua y
sin grandes pretensiones que no podía estar más pegada al camino. Su
situación no era muy buena; pero su actual propietario había introducido
en ella muchas mejoras; y en aquellas circunstancias no era posible que
las dos amigas pasaran por delante sin moderar el paso y aguzar la vista.
El comentario de Emma fue:
—Aquí la tienes. Aquí vendrás tú y tu álbum de charadas uno de esos días.
El de Harriet fue:
—¡Oh, qué preciosidad de casa! ¡Pero qué bonita es! ¡Mira, las cortinas
amarillas que le gustan tanto a la señorita Nash!
—Ahora vengo pocas veces por este lado —dijo Emma, mientras seguían
andando—, pero dentro de poco ya tendré un aliciente para venir por aquí,
y poco a poco me irán siendo familiares los setos, cercas, estanques y
árboles de esta parte de Highbury.
Entonces se enteró de que Harriet nunca había estado dentro de la
Vicaría, y su curiosidad por verla por dentro era tan extremada que,
teniendo en cuenta el aspecto exterior de la casa y su apariencia, Emma
sólo pudo considerarlo como una prueba de amor, igual que cuando el
señor Elton vio «ingenio» en la muchacha.
—A ver si se nos ocurre algo para entrar —dijo—; pero ahora no tenemos
ningún pretexto verosímil; no necesito pedir informes a su ama de llaves
sobre ningún criado… ni tengo ningún recado que darle de parte de mi padre…
Estuvo reflexionando, pero no se le ocurría nada. Después de que las dos
hubieran guardado silencio durante unos minutos, Harriet exclamó:
—¡Lo que me extraña más, Emma, es que no te hayas casado aún, ni
vayas a casarte dentro de poco! ¡Con lo encantadora que eres!
Emma se echó a reír y replicó:
—Harriet, el que yo sea encantadora no basta para hacerme pensar en el
matrimonio; es preciso que encuentre encantadoras a otras personas…
por lo menos a una. Y no sólo no voy a casarme por ahora, sino que tengo
poquísimas intenciones de casarme.
—¡Oh! Eso es lo que tú dices; pero yo no puedo creerlo.
—Para que me tiente esta idea tendría que encontrar a alguien muy
superior a todos los hombres que he conocido hasta ahora; desde luego,
el señor Elton —dijo recordando con quien hablaba no cuenta para el
caso. Pero es que tampoco tengo ningún deseo de encontrar a una
persona así. No creo que me sintiera tentada a casarme. Mejor que ahora
no voy a estar. Y si me casara, es lógico suponer que terminaría
arrepintiéndome de haberlo hecho.
—¡Querida! ¡Es tan extraño que una mujer hable así!
—Yo no tengo ninguno de los motivos que suelen empujar al matrimonio a
las mujeres. Claro que si me enamorara la cosa sería muy distinta; pero yo
nunca me he enamorado; no va con mi manera de ser o con mi carácter, y
creo que nunca me enamoraré. Y sin amor estoy segura de que sería una
loca si dejara la situación que tengo ahora. Dinero no me hace falta; cosas
en qué ocuparme tampoco; y posición social tampoco; creo que habrá muy
pocas mujeres casadas que sean tan dueñas de la casa de su marido
como yo lo soy en Hartfield; y sé que nunca, nunca podría esperar ser tan
querida y considerada; ser siempre la primera y tener siempre razón para
un hombre, como ahora soy la primera y tengo siempre razón para mi padre.
—¡Pero entonces terminarás siendo una solterona, como la señorita Bates!
—Me pones el más temible de los ejemplos, Harriet; si yo supiera que
terminaría siendo como la señorita Bates, tan tonta, tan acomodaticia, tan
llena de sonrisas, tan pesada, tan vulgar y tan insulsa… y siempre tan
dispuesta a contar chismes de todo el mundo, me casaba mañana. Pero
estoy convencida de que entre nosotras nunca habrá el menor parecido,
excepto en el hecho de no habernos casado.
—¡Pero a pesar de todo no dejarás de ser una solterona! ¡Y eso es espantoso!
—No te preocupes, Harriet, nunca seré una solterona pobre; y para la
mujer que no se casa la pobreza es lo único que le hace parecer
despreciable a los ojos de los que viven holgadamente. Una mujer soltera
con una renta muy pequeña siempre será una solterona ridícula y
desagradable; objeto de eterna burla para muchachos y muchachas; pero
una mujer soltera con buena fortuna siempre es respetada, y puede ser
tan inteligente y de trato tan agradable como cualquier otra persona. Y no
creas que esta distinción atenta tan gravemente, como podría parecer en
un principio, contra la buena fe y el sentido común de la gente; porque una
renta muy pequeña tiende a encoger el ánimo y agria el carácter. Los que
apenas pueden vivir y se ven obligados a tratar a poca gente, y aun ésta,
por lo común, de muy baja condición, adquieren con facilidad una
mentalidad estrecha y se vuelven malhumorados. Sin embargo, eso no
puede aplicarse a la señorita Bates; sólo que es demasiado candorosa,
demasiado tonta para servirme de ejemplo; pero en general suele gustar a
todo el mundo, aunque sea soltera y pobre. La verdad es que la pobreza
no le ha encogido el ánimo. Estoy segura de que aunque sólo tuviera un
chelín en el bolsillo, no tendría ningún inconveniente en gastar seis
peniques; y nadie le tiene miedo: esto es un gran encanto.
—¡Pero querida! ¿Qué vas a hacer? ¿A qué vas a dedicarte cuando envejezcas?
—Harriet, si no me engaño acerca de mí misma soy una persona activa,
que no sabe estar ociosa y que cuenta con muchos recursos propios; y no
sé por qué tienen que faltarme cosas que hacer a los cuarenta o a los
cincuenta años, cuando ahora, a los veintiuno, no me faltan. Las
ocupaciones habituales de una mujer, por lo que se refiere a los ojos, a las
manos y al cerebro, igual puedo tenerlas entonces que las tengo ahora; o
por lo menos sin que haya una gran diferencia. Si dibujo menos, leeré
más; si dejo la música, me dedicaré a bordar tapetes. Y en cuanto a seres
que reclamen nuestra atención, personas en quien poner nuestro afecto, y
la verdad es que en ese punto es en donde hay una mayor inferioridad, y
cuya ausencia es el mayor peligro que tienen que evitar las que no se
casan, por ese lado estoy totalmente tranquila, porque podré cuidarme de
todos los hijos de mi hermana, a quien tanto quiero. Según todas las
probabilidades, su número bastará para atender toda la necesidad de
cariño que pueda sentir en el declive de mi vida. Ellos bastarán para todas
mis esperanzas y todos mis temores. Y aunque el afecto que yo pueda
darles nunca será igual al de una madre, se ajusta mejor a mis ideas de
comodidad que si fuera más ardiente y más ciego. ¡Mis sobrinos y
sobrinas! En mi casa tendré a menudo a alguna de mis sobrinas.
—¿Conoces a la sobrina de la señorita Bates? Bueno, ya sé que has
tenido que verla centenares de veces… pero, quiero decir si la has tratado.
—¡Oh, sí! Siempre tenemos que tener trato con ella cuando viene a
Highbury. A propósito de lo que hablábamos, éste es un caso como para
perder todo el orgullo que se pueda sentir por una sobrina. ¡Santo Cielo!
Confío en que yo, con todos los hijos de los Knightley, no fastidiaré a la
gente ni la mitad de lo que la señorita Bates nos fastidia a todos con Jane
Fairfax. Estamos hartos incluso del mismo nombre de Jane Fairfax. Cada
carta suya se lee cuarenta veces; los saludos que envía para sus amigos
circulan no sé cuantas veces por todo el pueblo; y sólo con que envíe a su
tía los patrones de un corsé o un par de ligas de punto para su abuela, en
todo un mes no se oye hablar de otra cosa. A Jane Fairfax le deseo todos
los bienes imaginables; pero me tiene lo que se dice aburrida.
Se encontraban ya cerca de la cabaña, y dejaron aquella conversación
ociosa. Emma era muy caritativa y socorría las necesidades de los pobres
no sólo con su dinero, sino también con su dedicación personal, su afecto,
sus consejos y su paciencia. Comprendía su modo de ser, no se
escandalizaba de su ignorancia y de sus tentaciones, ni concebía
novelescas esperanzas de extraordinarios actos de virtud en aquellas
personas por cuya educación tan poco se había hecho; en seguida se
interesaba realmente por sus preocupaciones, y siempre les ayudaba con
tanta inteligencia como buena voluntad. En aquella ocasión, la enfermedad
y la pobreza se habían adueñado a la vez de la familia a la que iba a
visitar; y después de permanecer allí todo el tiempo que pudo darles ánimo
y consejos, salió de la cabaña tan impresionada por la escena que
acababa de presenciar, que dijo a Harriet mientras regresaban:
—Harriet, esos espectáculos son los que nos hacen mejores. Al lado de
esto ¡qué trivial parece todo lo demás! Ahora me siento como si no pudiera
pensar en nada más que en esos pobres seres durante todo el resto del
día; y sin embargo ¡qué poco va a tardar en desaparecer de mi mente!
—Tienes razón —dijo Harriet—. ¡Pobre gente! Resulta difícil pensar en otra cosa.
—La verdad es que no creo que esta impresión se desvanezca tan pronto
—dijo Emma, mientras cruzaba un seto de poca altura apoyando el pie en
la vacilante pasarela con la que terminaba el estrecho y resbaladizo
sendero que atravesaba el huerto de la cabaña, y que les dejaba de nuevo
en el callejón—. Creo que no se desvanecerá tan pronto —añadió,
deteniéndose para contemplar una vez más la miseria exterior de aquel
lugar, y recordar que aún era mayor la que escondía la cabaña.
—¡Oh, no, querida! —dijo su compañera.
Siguieron andando. El callejón daba una ligera vuelta; y apenas pasada la
vuelta, se encontraron frente al señor Elton; y tan cerca que Emma sólo
tuvo tiempo para añadir:
—¡Ah! Harriet, mira que pronto se pondrá a prueba nuestra perseverancia
en los buenos pensamientos. Bueno —sonriendo—, por lo menos espero
que si la compasión ha conseguido ayudar y consolar a los que sufren, ya
ha cumplido su misión más importante. Si nos compadecemos de los
desdichados hasta el punto de hacer por ellos todo lo que podemos, lo
demás sólo es una simpatía inútil que sólo sirve para entristecernos a
nosotras mismas.
Antes de que el caballero llegase junto a ellas, Harriet apenas tuvo tiempo de contestar:
—¡Oh, sí, querida!
Sin embargo, las necesidades y las desventuras de aquella pobre familia
fueron el primer tema de la conversación. Él también se dirigía ahora a la
cabaña, aunque aplazaría la visita; pero sostuvieron una interesante charla
acerca de lo que podía hacerse y de lo que se haría. El señor Elton dio
media vuelta para acompañarlas.
«Encontrarse en una ocasión como ésta —pensó Emma—, teniendo los
dos un fin caritativo, aumentará no poco el amor que sienten el uno por el
otro. No me extrañaría que eso provocara la declaración. Estoy segura de
que se le declararía si yo no estuviera presente. Cómo me gustaría
poderme encontrar ahora en cualquier otro lugar».
Deseosa de alejarse de ellos todo lo que fuera posible, Emma no tardó en
tomar un estrecho caminito que bordeaba el callejón desde una altura un
poco superior, dejándoles solos en el camino principal. Pero aún no habían
pasado dos minutos cuando vio que la costumbre de Harriet de imitarla en
todo y de seguirla a todas partes, le hacía ir tras de sus pasos, y que, en
resumen, dentro de poco los dos iban a caminar tras de ella. Aquello no
servía; entonces inmediatamente se detuvo, y con el pretexto de tener que
atarse los cordones de los botines, se paró en medio del caminito,
rogándoles que tuvieran la bondad de seguir andando, que ella ya les
alcanzaría en menos de un minuto. Ambos hicieron lo que se les pedía; y
cuando juzgó que había ya pasado un tiempo razonable para haber
terminado con sus botines, tuvo la suerte de encontrar un nuevo pretexto
para retrasarse más, ya que fue alcanzada por la niña de la cabaña, que,
de acuerdo con sus órdenes, había salido con un jarro para ir a buscar
caldo a Hartfield. Andar al lado de la niña, hablar con ella y hacerle
preguntas era la cosa más natural del mundo, o hubiese sido la más
natural si hubiera obrado sin segundas intenciones; y de este modo los
otros pudieron seguir llevándole cierta delantera sin ninguna obligación de
esperarla. Sin embargo, involuntariamente les ganaba terreno; el paso de
la niña era rápido y el de la pareja más bien lento; y Emma lo sintió más
porque veía con toda claridad que ambos estaban muy interesados en la
conversación que sostenían. El señor Elton hablaba animadamente,
Harriet le escuchaba con complacida atención; y Emma, que había
enviado por delante a la niña, empezaba a pensar en cómo podría
retrasarse un poco más cuando ambos volvieran la cabeza y se viese
obligada a unirse a ellos.
El señor Elton seguía hablando, todavía debatiendo algún interesante
detalle; y Emma sintió cierta decepción cuando se dio cuenta de que sólo
estaba refiriendo a su linda compañera cómo se había desarrollado la
reunión del día anterior en casa de su amigo Cole, y que le informaba
acerca del queso de Stilton, el del norte del Wiltshire, la mantequilla, el
apio, la remolacha y los postres en general.
—Bueno, espero que eso les lleve a hablar de alguna cosa más
interesante —fue su consoladora reflexión—; entre dos personas que se
quieren todo resulta interesante; y todo les sirve para manifestar lo que
llevan dentro del corazón. ¡Si pudiera dejarles solos durante más tiempo!
Siguieron andando calmosamente los tres juntos hasta llegar a la vista de
la valla de la Vicaría, cuando la súbita resolución de hacer que por lo
menos Harriet entrase en la casa hizo que Emma tuviese que detenerse
otra vez por culpa de su botín, y rezagarse para atarse de nuevo los
cordones; entonces se las ingenió para romperlos y los arrojó a una zanja,
viéndose obligada a rogarles que se detuvieran también, y a reconocer
que se veía incapaz de llegar hasta su casa con relativa comodidad.
—Se me ha roto el cordón —dijo— y no sé cómo componerlo. La verdad
es que soy una compañera muy engorrosa para los dos, pero creo que no
siempre voy tan mal equipada. Señor Elton, no me queda más remedio
que rogarle que me permita entrar un momento en su casa y pedirle a su
ama de llaves un trozo de cinta o de cordel o algo por el estilo, sólo para
poder llegar hasta casa.
El señor Elton acogió esta proposición con gran alegría; y se desvivió en
atenciones y cuidados para acompañar a las jóvenes a entrar en su casa y
hacerles los honores de ella. El saloncito en el que fueron recibidas era el
que él solía ocupar la mayor parte del día, y daba a la fachada de la casa;
al lado había otra estancia que comunicaba con el salón por una puerta;
ésta estaba abierta, y Emma pasó a la otra estancia en compañía del ama
de llaves, que se disponía a ayudarla del mejor modo posible. La joven se
vio obligada a dejar la puerta entreabierta, tal como la había encontrado;
peso su deseo era que el señor Elton la cerrara. Sin embargo no se cerró,
sino que quedó entreabierta; pero al entablar con el ama de llaves una
larga conversación, confió que en la estancia contigua él tendría ocasión
de decir todo lo que quisiera. Durante diez minutos no pudo oírse más que
a sí misma. La situación no podía prolongarse. Y se vio obligada a
terminar y a pasar a la otra estancia.
Los enamorados estaban de pie, uno al lado del otro, junto a una de las
ventanas. La cosa presentaba un aspecto más que favorable; y durante
medio minuto Emma se sintió orgullosa del éxito de sus planes. Pero la
realidad era algo distinta; él no había llegado al fondo de la cuestión.
Había estado muy atento, muy delicado; había dicho a Harriet que las
había visto pasar y había decidido seguirlas; y había añadido algún otro
pequeño cumplido y alguna alusión, pero nada importante.
«Prudente, muy prudente —pensó Emma—; avanza pulgada a pulgada y
no quiere arriesgarse hasta saber que pisa terreno seguro».
Sin embargo, aunque su ingeniosa estratagema no había dado los
resultados que ella esperaba, no pudo por menos de sentirse halagada al
pensar que había dado ocasión a ambos de gozar de aquellos gratos
momentos que debían ayudarles a seguir adelante hacia el gran acontecimiento.