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Capítulo 32

Emma – Jane Austen

La primera vez que vieron a la señora Elton fue en la iglesia. Pero aunque
se turbara la devoción, la curiosidad no podía quedar satisfecha con el
espectáculo de una novia en su reclinatorio, y era forzoso esperar a las
visitas en toda regla que entonces tenían que hacerse, para decidir si era
muy guapa, si sólo lo era un poco o si no lo era en absoluto.
Emma, menos por curiosidad que por orgullo y por sentido de la dignidad,
decidió no ser la última en hacerles la visita de rigor; y se empeñó en que
Harriet la acompañara, a fin de que lo más embarazoso de aquella
situación se resolviera lo antes posible.
Pero no pudo volver a entrar en la casa, ni permanecer en aquella misma
estancia a la que, valiéndose de un artificio que luego había resultado tan
inútil, se había retirado tres meses atrás, con la excusa de abrocharse la
bota, sin recordar. A su mente volvieron innumerables recuerdos poco
gratos. Cumplidos, charadas, terribles equivocaciones; y era imposible no
suponer que la pobre Harriet tenía también sus recuerdos; pero se
comportó muy dignamente, y sólo estuvo un poco pálida y silenciosa. La
visita fue breve; y hubo tanto nerviosismo y tanto interés en acortarla que
Emma casi no pudo formarse una opinión de la nueva dueña de la casa, y
desde luego más tarde fue incapaz de poder dar su opinión sobre ella,
aparte de las frases convencionales como que «vestía con elegancia y era muy agradable».
En realidad no le gustó. No es que se empeñara en buscarle defectos,
pero sospechaba que aquello no era verdadera elegancia; soltura, pero no
elegancia… Estaba casi segura de que para una joven, para una forastera,
para una novia, era demasiada soltura. Físicamente era más bien
atractiva; las facciones eran correctas; pero ni su figura, ni su porte, ni su
voz, ni sus modales, eran elegantes. Emma estaba casi convencida de
que en esto no le faltaba razón.
En cuanto al señor Elton, su actitud no parecía… Pero no, Emma no
quería permitirse ni una palabra ligera o punzante respecto a su actitud.
Recibir estas primeras visitas después de la boda siempre era una
ceremonia embarazosa, y un hombre necesita poseer una gran
personalidad para salir airoso de la prueba. Para una mujer es más fácil;
puede ayudarse de unos vestidos bonitos, y disfruta del privilegio de la
modestia, pero el hombre sólo puede contar con su buen sentido; y
cuando Emma pensaba en lo extraordinariamente violento que debía de
sentirse el pobre señor Elton al encontrarse con que se habían reunido en
la misma habitación la mujer con la que se acababa de casar, la mujer con
la que él había querido casarse, y la mujer con la que habían querido
casarle, debía reconocer que no le faltaban motivos para estar poco
brillante y para sentirse realmente incómodo.
—Bueno, Emma —dijo Harriet, cuando hubieron salido de la casa,
después de esperar en vano que su amiga iniciara la conversación—;
bueno, Emma —con un leve suspiro—, ¿qué te ha parecido? ¿Verdad que es encantadora?
Emma vaciló unos segundos antes de contestar.
—¡Oh, sí … ! Mucho… Una joven muy agradable.
—A mí me ha parecido atractiva, muy atractiva.
—Ah, sí, sí, viste muy bien; iba muy elegante.
—No me extraña en absoluto que él se haya enamorado.
—¡Oh, no…! Realmente no es de extrañar… Cosas del destino… Tenían que encontrarse.
—Me atrevería a asegurar —siguió Harriet suspirando de nuevo—, me
atrevería a asegurar que está muy enamorada de su marido.
—Es posible; pero no todos los hombres terminan casándose con la mujer
que les quiere más. Tal vez la señorita Hawkins quería un hogar y
consideró que ésta era la mejor oportunidad que podía presentársele.
—Sí —replicó Harriet rápidamente—, y no le faltaba razón, es muy difícil
tener oportunidades como ésta. Bueno, yo les deseo de todo corazón que
sean felices. Y ahora, Emma, me parece que no volverá a preocuparme el
verlos. Él está tan por encima de mí como antes; pero, ya sabes, estando
casado es algo totalmente distinto. No, no, Emma, te aseguro que no
tienes por qué tener miedo. Ahora puedo admirarle sin sentirme muy
desgraciada. Saber que ha encontrado la felicidad ¡es un consuelo tan
grande! Ella me parece una joven encantadora, justo lo que él merece.
¡Dichosa de ella! Él la llama «Augusta». ¡Cuánta felicidad!
Cuando devolvieron la visita Emma se dispuso a prestar más atención.
Ahora podría observarla más detenidamente y juzgar mejor. Debido a que
Harriet no se encontraba en Hartfield y que estaba allí su padre para
entretener al señor Elton, dispuso de un cuarto de hora para conversar a
solas con ella y pudo prestarle toda la atención; y el cuarto de hora bastó
para convencerla totalmente de que la señora Elton era una mujer fatua,
extremadamente satisfecha de sí misma y que sólo pensaba en darse
importancia; que aspiraba a brillar y a ser muy superior a los demás, pero
que se había educado en un mal colegio y que tenía unos modales
afectados y vulgares, que todas sus ideas procedían de un reducido
círculo de personas y de un único género de vida; que si no era necia era
ignorante, y que indudablemente su compañía no haría ningún bien al señor Elton.
Harriet hubiera sido una elección mejor. Aunque no fuese ni lista ni
refinada, le hubiese relacionado con las personas que lo eran; pero la
señorita Hawkins, según se deducía claramente por su presunción, había
sido la flor y nata del ambiente en que había vivido. El cuñado rico que
vivía cerca de Bristol era el orgullo de la familia, y su casa y sus coches el
orgullo del señor Elton.
El primer tema de su conversación fue Maple Grove, «la propiedad de mi
hermano el señor Suckling»… Una comparación entre Hartfield y Maple
Grove. Las tierras de Hartfield no eran muy extensas, pero sí bien
cuidadas y bonitas; y la casa era moderna y estaba bien construida. La
señora Elton parecía muy favorablemente impresionada por las
dimensiones del salón, por la entrada y por todo lo que pudiera ver o imaginar.
—¡Le aseguro que es tan igual a Maple Grove! ¡Estoy maravillada del
parecido! Este salón tiene la misma forma y es igual de grande que la
salita de estar de Maple Grove; la habitación preferida de mi hermana.
Se solicitó el parecer del señor Elton. ¿No era asombrosa la semejanza?
Casi tenía la impresión de encontrarse en Maple Grove.
—Y la escalera… Al entrar, ¿sabe usted?, ya me fijé que la escalera era
exactamente igual; situada exactamente en la misma parte de la casa. ¡No
pude por menos de lanzar una exclamación! Le aseguro, señorita
Woodhouse, que es tan maravilloso para mí el que me recuerden un lugar
por el que siento tanto cariño como Maple Grove. ¡He pasado allí tantos
meses felices! —con un leve suspiro de sentimiento—. ¡Ah, es un lugar
encantador! Todo el mundo que lo conoce se queda admirado de su
belleza; pero para mí ha sido un verdadero hogar. Si alguna vez tiene
usted que cambiar de residencia como yo ahora, ya sabrá usted lo grato
que es encontrarse con algo tan parecido a lo que hemos abandonado. Yo
siempre digo que éste es uno de los peores inconvenientes del matrimonio.
Emma dio una respuesta tan evasiva como pudo; pero para la señora
Elton, que sólo deseaba hablar, ello bastaba sobradamente.
—¡Es tan extraordinariamente parecido a Maple Grove! Y no sólo la
casa… Le aseguro que por lo que he podido ver, las tierras que la rodean
son también asombrosamente semejantes. En Maple Grove los laureles
crecen con tanta profusión como aquí, y están distribuidos casi del mismo
modo… Exactamente en mitad del césped; y me ha parecido ver también
un magnífico árbol muy corpulento que tenía un banco alrededor, y que me
ha hecho pensar a otro idéntico de Maple Grove. Mis hermanos estarían
encantados de conocer este lugar. La gente que posee grandes terrenos
siempre coincide en sus gustos y lo hace todo de una manera semejante.
Emma dudaba de la verdad de esta opinión. Estaba plenamente
convencida de que la gente que posee grandes terrenos se preocupan
muy poco de los grandes terrenos de los demás; pero no valía la pena
combatir un error tan grosero como aquél, y por lo tanto se limitó a contestar:
—Cuando conozca usted mejor la comarca me temo que pensará que ha
dado demasiada importancia a Hartfield. Surry está lleno de belleza.
—¡Oh! Sí, sí, ya lo sé. Es el jardín de Inglaterra. Surry es el jardín de Inglaterra.
—Sí; pero no sé si podemos fundar nuestro orgullo en esta frase. Creo que
hay muchos condados de los que se ha dicho que son el jardín de
Inglaterra, igual que Surry.
—No, estoy segura de que no —replicó la señora Elton con una sonrisa
muy complacida—, el único condado del que lo he oído decir es el de Surry.
Emma no supo qué contestar.
—Mis hermanos nos han prometido hacernos una visita esta primavera o
el próximo verano a lo más tardar —prosiguió la señora Elton—, y
aprovecharemos la ocasión para hacer excursiones. Estoy segura de que
mientras estén con nosotros haremos muchas excursiones. Desde luego
traerán su landó en el que caben perfectamente cuatro personas; y por lo
tanto, no necesita usted que le haga ningún elogio de nuestro coche, para
que se haga cargo de que podremos visitar los lugares más pintorescos de
la comarca con toda comodidad. No creo probable que vengan en su silla
de posta, no suelen usarla en esta época del año. La verdad es que si
cuando tengan que venir hace ya buen tiempo yo les recomendaré que
traigan el landó; será mucho mejor, cuando se visita una comarca tan bella
como ésta, ¿sabe usted, señorita Woodhouse?, como es natural uno
desea que los forasteros conozcan el mayor número posible de cosas; y el
señor Suckling es muy aficionado a ese tipo de recorridos. El verano
pasado recorrimos dos veces el Kings Weston de este modo; fue un viaje
delicioso; por cierto, era la primera vez que utilizaban el landó. Supongo,
señorita Woodhouse, que todos los veranos hacen ustedes muchas
excursiones de esta clase, ¿no?
—No; no tenemos esa costumbre. Highbury queda más bien lejos de los
lugares más pintorescos que atraen a ese tipo de viajeros de los que usted
habla; y además, me parece que somos gente muy sedentaria; más
propensa a quedarse en casa que a organizar salidas y excursiones.
—¡Ah, para estar cómodo de veras no hay nada como quedarse en casa!
Nadie más amante del hogar que yo. Estas aficiones mías ya eran
proverbiales en Maple Grove. Muchas veces, cuando Selina iba a Bristol,
decía: «Pero es que yo no sé cómo lograr que esta muchacha salga de
casa. Siempre tengo que irme sola, a pesar de lo poco que me gusta no ir
en compañía en el landó; pero Augusta se empeña en no ir más lejos de la
valla del parque». Muchas veces lo decía; y sin embargo no es que yo sea
partidaria de estar siempre encerrada en casa. Por el contrario, en mi
opinión cuando la gente se retrae de ese modo y vive completamente
apartada de la sociedad obra de un modo muy equivocado; creo que es
mucho más aconsejable alternar con los demás de un modo moderado, sin
tener demasiado trato social y sin tener demasiado poco. Pero no crea,
señorita Woodhouse, que no me hago perfecto cargo de cuál es su
situación… —dirigiendo la mirada hacia el señor Woodhouse— el estado
de salud de su padre tiene que ser un gran obstáculo. ¿Por qué no prueba
en pasar una temporada en Bath? Debería intentarlo. Permítame que le
recomiende Bath. Le aseguro que no tengo la menor duda de que le
sentaría muy bien al señor Woodhouse.
—Hace años mi padre lo probó más de una vez; pero sin sentir ninguna
mejoría; y el señor Perry, cuyo nombre me atrevo a suponer que no es
desconocido para usted, no opina que ahora le resultaría más beneficioso que antes.
—¡Ah! ¡Qué lástima! Porque le aseguro, señorita Woodhouse, que en los
casos en que están indicadas las aguas los beneficios que producen son
realmente maravillosos. Durante el tiempo en que he vivido en Bath ¡he
visto tantos ejemplos! Y es un lugar tan alegre que sin duda levantaría el
ánimo del señor Woodhouse, porque tengo la impresión de que a veces
está muy deprimido. Y en cuanto a las ventajas que tendría para usted no
creo que necesite insistir mucho para convencerla. Nadie ignora las
ventajas que tiene Bath para los jóvenes. Para usted, que ha llevado una
vida tan retraída, sería una magnífica oportunidad para alternar
socialmente; y yo podría introducirla en algunos de los círculos más
selectos de la ciudad. Unas letras mías le harían ganar a usted
inmediatamente una pequeña turba de amistades; y mi íntima amiga, la
señora Partrige, en cuya casa siempre he vivido cuando estaba en Bath,
se alegraría mucho de poder colmarla a usted de atenciones, y sería la
persona más indicada para acompañarla cuando hiciese vida social.
Eso era más de lo que Emma podía soportar sin mostrarse descortés. La
idea de deber a la señora Elton lo que solía llamarse «la presentación en
sociedad»… de hacer vida social bajo los auspicios de una amiga de la
señora Elton, probablemente alguna viuda arruinada de lo más vulgar que
para ayudarse a malvivir había puesto una casa de huéspedes…
¡Realmente, la dignidad de la señorita Woodhouse, de Hartfield, no podía
caer más bajo!
Sin embargo se contuvo y se guardó los denuestos que hubiera podido
dirigirle limitándose a dar las gracias a la señora Elton con toda frialdad; no
cabía ni pensar en ir a Bath; y dudaba tanto de que el lugar conviniese a
su padre como a ella misma. Y luego, para evitar nuevas afrentas y la
consiguiente indignación, cambió inmediatamente de tema:
—Ya no le pregunto a usted si es aficionada a la música, señora Elton. En
estas ocasiones la fama de una dama generalmente la precede y ya hace
tiempo que Highbury sabe que es usted una pianista de primera categoría.
—¡Oh, no, claro que no, desde luego que no! Tengo que protestar de una
idea tan elogiosa. ¡Una intérprete de primera categoría! Le aseguro que
estoy muy lejos de serlo. Su información debe de proceder de alguien muy
parcial. Soy enormemente aficionada a la música, eso sí… es una
verdadera pasión; y mis amigos dicen que no dejo de tener cierto gusto
para tocar el piano; pero en cuanto a algo más, le doy mi palabra de que
toco de un modo completamente mediocre. Usted en cambio, señorita
Woodhouse, sé muy bien que toca maravillosamente. Le aseguro que para
mí ha sido una gran satisfacción, un consuelo y una alegría saber que
entraba a formar parte de una sociedad tan melómana. Sin música yo no
puedo vivir. Es algo absolutamente necesario para mi vida, y como
siempre he vivido entre personas muy aficionadas a la música, tanto en
Maple Grove como en Bath, prescindir de ella hubiese sido para mí un
sacrificio muy penoso. Eso fue lo que le dije con toda sinceridad al señor
E. cuando él hablaba de mi futuro hogar y expresaba sus temores de que
me fuera poco agradable vivir en un lugar tan retirado; y también en lo
referente a la humildad de la casa… Sabiendo a lo que yo había estado
acostumbrada… Por supuesto que no dejaba de tener ciertos temores.
Cuando él me planteó las cosas de ese modo yo le dije sinceramente que
no tenía inconveniente de abandonar el mundo (fiestas, bailes, teatros)
porque no tenía miedo a la vida retirada. Al estar dotada de tantos
recursos interiores el mundo no me era necesario. Podía pasarme muy
bien sin él. Para los que no tienen esos recursos es muy distinto; pero mis
recursos me hacen completamente independiente. Y en cuanto a lo de que
las habitaciones fuesen más pequeñas de lo que yo estaba acostumbrada,
en realidad no consideré ni que valía la pena tenerlo en cuenta. Yo sabía
que iba a sentirme perfectamente bien incluso sacrificando algunas de
aquellas comodidades. Desde luego en Maple Grove estaba
acostumbrada a tener todos los lujos; pero yo le aseguré que tener dos
coches no era algo necesario para mi felicidad, como tampoco disponer de
alcobas muy espaciosas. «Pero», le dije, «para ser totalmente sincera, no
creo que pueda vivir sin tratar a personas aficionadas a la música. No
pongo ninguna otra condición; pero sin música para mí la vida estaría vacía».
—No creo —dijo Emma sonriendo— que el señor Elton dudase ni un
momento antes de asegurarle que iba usted a encontrar en Highbury una
gran afición a la música; y confío en que no considerará usted que exageró
más de lo que puede ser disculpable, teniendo en cuenta los motivos que le impulsaron.
—No, de verdad que sobre este particular no tengo la menor duda. Estoy
encantada de encontrarme entre personas como ustedes. Confío en que
organizaremos juntas muchos y deliciosos pequeños conciertos. Mi
opinión, señorita Woodhouse, es que usted y yo deberíamos formar un
club musical y celebrar reuniones regulares cada semana en su casa o en
la nuestra. ¿No sería una buena idea? Si nosotras nos lo propusiéramos
creo que no tardaríamos mucho en tener quien nos siguiese. Para mí, algo
por el estilo me sería muy provechoso, como estímulo para no dejar de
hacer prácticas; porque las mujeres casadas, ya sabe usted… en general
es la triste historia de siempre. Es tan fácil ceder a la tentación de
abandonar la música…
—Pero usted, que es tan aficionada… sin duda no corre este peligro.
—Espero que no; pero la verdad es que cuando miro a mi alrededor y veo
lo que les ha ocurrido a mis amigas me echo a temblar. Selina ha dejado
por completo la música… nunca abre el piano… y eso que tocaba
maravillosamente. Y lo mismo podría decirse de la señora Jeffereys (de
soltera, Clara Partrige) y de las dos hermanas Milman, que ahora son la
señora Beard y la señora James Cooper; y de muchas más que podría
citarle. ¡Oh, le aseguro que hay para asustarse! Yo me enfadaba mucho
con Selina; pero la verdad es que ahora empiezo a comprender que una
mujer casada tiene que prestar atención a muchas cosas. ¿Querrá usted
creerme si le digo que esta mañana me he pasado media hora dando
instrucciones a mi ama de llaves?
—Pero todas esas cosas —dijo Emma— en seguida se convierten en una
rutina cotidiana…
—Bueno —dijo la señora Elton riendo—, ya veremos.
Emma, después de verla tan decidida en la cuestión del abandono de la
música, no tenía nada más que decir; y tras un momento de pausa la
señora Elton cambió de materia.
—Hemos estado de visita en Randalls —dijo—, y encontramos en casa a
los dos; parecen ser personas muy agradables. Me han producido una
impresión excelente. La señora Weston se ve que es muy buena
persona… Una de mis preferidas de las que conozco hasta ahora, se lo
aseguro. Y se la ve tan bondadosa… tiene un no sé qué tan maternal y tan
sincero que en seguida se gana las simpatías. Creo que fue la institutriz de usted, ¿no?
Emma casi estaba demasiado sorprendida para contestar; pero la señora
Elton apenas esperó una respuesta afirmativa para proseguir.
—Sabiéndolo, me maravillé que tuviera tanto aire de señora. ¡Pero es toda
una gran dama!
—Los modales de la señora Weston —dijo Emma— siempre han sido
impecables. Su dignidad, su sencillez y su elegancia pueden ser el mejor
modelo para cualquier joven.
—¿Y quién cree usted que llegó mientras nosotros estábamos allí?
Emma estaba totalmente desconcertada. Por el tono parecía aludir a algún
viejo amigo… ¿de quién podía tratarse?
—¡Knightley! —prosiguió la señora Elton—. El mismísimo Knightley!
¿Verdad que fue buena suerte? Porque, como cuando él nos visitó el otro
día no estábamos en casa yo aún no había podido conocerle; y claro,
tratándose de un amigo tan íntimo del señor E., sentía mucha curiosidad.
«Mi amigo Knightley» era una frase que he oído pronunciar tan a menudo
que estaba realmente impaciente por conocerle; y a decir verdad, tengo
que confesar que mi caro sposo no tiene por qué avergonzarse de su
amigo. Knightley es todo un caballero. Me ha parecido encantador.
Realmente, en mi opinión, es un verdadero caballero.
Afortunadamente ya era hora de irse. Por fin salieron y Emma pudo respirar libremente.
—¡Qué mujer más insufrible! —fue su exclamación inmediata. Peor de lo
que había supuesto. ¡Totalmente insoportable! ¡Knightley! Si no lo oigo no
lo creo ¡Knightley! ¡En su vida le había visto y le llama Knightley! ¡Y
descubre que es un caballero! Una advenediza cualquiera, un ser vulgar,
con su señor E. y su caro sposo, Y sus «recursos», y todo su aire de
pretensión fatua y de refinamiento postizo. ¡Descubrir ahora que el señor
Knightley es un caballero! Dudo mucho que él le devuelva el cumplido y
descubra que es una dama. ¡Es algo increíble! ¡Y proponer que ella y yo
formáramos un club musical! ¡Como si fuéramos amigas de la infancia! ¡Y
la señora Weston! ¡Se ha quedado maravillada de que la persona que me
educó a mí sea una gran dama! Peor que peor. En mi vida había visto
nada parecido. Esto va mucho más allá de lo que yo imaginaba. No puede
ni compararse con Harriet. ¡Oh! ¿Qué hubiese dicho de ella Frank
Churchill si hubiese estado aquí? ¡Cómo se hubiese indignado y también
divertido! ¡Ah!, ya vuelvo a estar en lo mismo… pensar en él es lo primero
que se me ocurre. ¡Siempre la primera persona en quien se me ocurre
pensar! Yo misma me sorprendo en falta. ¡Frank Churchill vuelve con tanta
frecuencia al recuerdo…!
Estas ideas cruzaron tan rápidamente por su cerebro, que cuando su
padre se hubo recuperado del alboroto producido por la marcha de los
Elton y se mostró dispuesto a hablar, ella era ya bastante capaz de poder
prestarle atención.
—Bueno, querida —empezó a decir con cierto énfasis—, teniendo en
cuenta que es la primera vez que la vemos, parece ser una joven de
grandes prendas; y estoy seguro de que ha sacado muy buena impresión
de ti. Tal vez habla demasiado aprisa. Tiene una voz un poco chillona, y
eso molesta al oído. Pero me parece que son manías mías; no me gustan
las voces desconocidas; y nadie habla como tú y como la pobre señorita
Taylor. A pesar de todo, me parece una joven muy amable y muy bien
educada, y no tengo la menor duda de que será una buena esposa.
Aunque en mi opinión el señor Elton hubiera hecho mejor en no casarse.
Le he presentado todo género de excusas por no haberles podido visitar a
él y a la señora Elton con motivo de este feliz acontecimiento; les he dicho
que confiaba que podría hacerles una visita durante el próximo verano.
Pero hubiese tenido que ir a verles. No visitar a unos recién casados es
una falta de cortesía muy grave… ¡Ah! Esto me demuestra hasta qué
punto soy un verdadero inválido… Pero es que no me gusta aquella
esquina del callejón de la Vicaría.
—Estoy segura de que han aceptado tus disculpas, papá. El señor Elton ya te conoce.
—Sí… pero una joven… una recién casada… hubiese tenido que hacer
todo lo posible por ir a presentarle mis respetos… Ha sido una descortesía por mi parte.
—Pero, querido papá, tú no eres amigo del matrimonio; y siendo así, ¿por
qué te crees obligado a presentar tus respetos a una recién casada? Esto
es algo contrario a tus convicciones. Prestarles tanta atención es alentar a
la gente a que se case.
—No, querida, yo nunca he alentado a nadie a que se case, pero siempre
he querido cumplir con mis deberes de cortesía para con las damas… y a
una recién casada sobre todo, no puede hacérsele un desaire. Hay más
motivos para tenerles consideración. Ya sabes, querida, que donde está
una recién casada siempre es la persona más importante, sean quienes
sean los demás.
—Bueno, papá, pero si eso no es animar a la gente a que se case, yo no
sé lo que es. Y nunca me hubiera imaginado que te prestaras a esas
manifestaciones de vanidad de las jóvenes pobres.
—Querida, no me entiendes. Es sólo una cuestión de cortesía y de buena
crianza, y no tiene nada que ver con alentar a la gente a que se case.
Emma no añadió nada más. Su padre se estaba poniendo nervioso y no
podía entenderla. Sus pensamientos volvieron a las ofensas de la señora
Elton, y estuvo un largo rato dándoles vueltas en su mente.

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