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Capítulo 55

Emma – Jane Austen

Si en algunos momentos Emma aún se sentía inquieta por Harriet, si no
dejaba de tener dudas de que le hubiera sido posible llegar a olvidar su
amor por el señor Knightley y aceptar a otro hombre con un sincero afecto,
no tardó mucho tiempo en verse libre de esta incertidumbre. Al cabo de
unos pocos días llegó la familia de Londres, y apenas tuvo ocasión de
pasar una hora a solas con Harriet quedó completamente convencida, a
pesar de que le parecía inverosímil, de que Robert Martin había
suplantado por entero al señor Knightley, y de que su amiga acariciaba
ahora de nuevo todos sus sueños de felicidad.
Harriet estaba un poco temerosa… Al principio parecía un tanto abatida;
pero una vez hubo reconocido que había sido presuntuosa y necia y que
se había estado engañando a sí misma, su zozobra y su turbación se
esfumaron junto con sus palabras, dejándola sin ninguna inquietud por el
pasado y exultante de esperanza por el presente y el porvenir; porque,
dado que en lo relativo a la aprobación de su amiga, Emma había disipado
al momento todos sus temores al recibirla dándole su más franca
enhorabuena, Harriet se sentía feliz relatando todos los detalles del día
que estuvieron en el Astley y de la cena del día siguiente; se demoraba en
la narración con el mayor de los placeres. Pero ¿qué demostraban
aquellos detalles? El hecho era que, como Emma podía ahora confesar a
Harriet, siempre le había gustado Robert Martin; y el hecho de que él
hubiera seguido amándole había sido decisivo… Todo lo demás resultaba
incomprensible para Emma.
Sin embargo sólo había motivos para alegrarse de aquel noviazgo y cada
día que pasaba le daba nuevas razones para creerlo así… Los padres de
la joven se dieron a conocer. Resultó ser la hija de un comerciante lo
suficientemente rico para asegurarle la vida holgada que había llevado
hasta entonces, y lo suficientemente honorable para haber querido
siempre ocultar su nacimiento… Llevaba, pues, en sus venas sangre de
personas distinguidas como Emma tiempo atrás había supuesto…
Probablemente sería una sangre tan noble como la de muchos caballeros;
pero ¡qué boda le había estado preparando al señor Knightley! ¡O a los
Churchill… o incluso al señor Elton…! La mancha de ilegitimidad que no
podía lavar ni la nobleza ni la fortuna hubiera seguido siendo a pesar de
todo una mancha.
El padre no puso ningún obstáculo; el joven fue tratado con toda
liberalidad; y todo fue como debía ser; y cuando Emma conoció a Robert
Martin, a quien por fin presentaron en Hartfield, reconoció en él todas las
cualidades de buen criterio y de valía que eran las más deseables para su
amiga. No tenía la menor duda de que Harriet sería feliz con cualquier
hombre de buen carácter; pero con él y en el hogar que le ofrecía podía
esperarse más, una seguridad, una estabilidad y una mejora en todos los
órdenes. Harriet se vería situada en medio de los que la querían y que
tenían más sentido común que ella; lo suficientemente apartada de la
sociedad para sentirse segura, y lo suficientemente atareada para sentirse
alegre. Nunca podría caer en la tentación. Ni tendría oportunidad de ir a
buscarla. Sería respetada y feliz; y Emma admitía que era el ser más feliz
del mundo por haber despertado en un hombre como aquél un afecto tan
sólido y perseverante; o si no la más feliz del mundo, la segunda en
felicidad después de ella.
A Harriet, ligada como era natural por sus nuevos compromisos con los
Martin, cada vez se la veía menos por Hartfield, lo cual no era de
lamentar… la intimidad entre ella y Emma debía decaer; su amistad debía
convertirse en una especie de mutuo afecto más sosegado; y
afortunadamente lo que hubiese sido más deseable y que debía ocurrir
empezaba ya a insinuarse de un modo paulatino y espontáneo.
Antes de terminar setiembre Emma asistió a la boda de Harriet y vio cómo
concedía su mano a Robert Martin con una satisfacción tan completa que
ningún recuerdo ni siquiera los relacionados con el señor Elton a quien en
aquel momento tenían delante, podía llegar a empañar… La verdad es que
entonces no veía al señor Elton sino al clérigo cuya bendición desde el
altar no debía de tardar en caer sobre ella misma… Robert Martin y Harriet
Smith, la última de las tres parejas que se habían prometido había sido la
primera en casarse.
Jane Fairfax ya había abandonado Highbury, y había vuelto a las
comodidades de su amada casa con los Campbell… Los dos señores
Churchill también estaban en Londres; y sólo esperaban a que llegase el
mes de noviembre.
Octubre había sido el mes que Emma y el señor Knightley se habían
atrevido a señalar para su boda… Habían decidido que ésta se celebrase
mientras John e Isabella estuvieran todavía en Hartfield con objeto de
poder hacer un viaje de dos semanas por la costa como habían
proyectado… John e Isabella, y todos los demás amigos aprobaron este
plan. Pero el señor Woodhouse… ¿Cómo iban a lograr convencer al señor
Woodhouse que sólo aludía a la boda como algo muy remoto?
La primera vez que tantearon la cuestión se mostró tan abatido que casi
perdieron toda esperanza… Pero una segunda alusión pareció afectarle
menos… Empezó a pensar que tenía que ocurrir y que él no podía
evitarlo… Un progreso muy alentador en el camino de la resignación. Sin
embargo no se le veía feliz. Más aún, estaba tan triste que su hija casi se
desanimó. No podía soportar verle sufrir, saber que se consideraba
abandonado; y aunque la razón le decía que los dos señores Knightley
estaban en lo cierto al asegurarle que una vez pasada la boda su
decaimiento no tardaría en pasar también, Emma dudaba… no acababa de decidirse…
En este estado de incertidumbre vino en su ayuda no una súbita
iluminación de la mente del señor Woodhouse ni ningún cambio
espectacular de su sistema nervioso, sino un factor de este mismo sistema
obrando en sentido opuesto… Cierta noche desaparecieron todos los
pavos del gallinero de la señora Weston… Evidentemente por obra del
ingenio humano. Otros corrales de los alrededores sufrieron la misma
suerte… En los temores del señor Woodhouse un pequeño hurto se
convertía en un robo en gran escala con allanamiento de morada… Estaba
muy inquieto; y de no ser porque se sentía protegido por su yerno hubiese
pasado todas las noches terriblemente asustado. La fuerza, la decisión y la
presencia de ánimo de los dos señores Knightley le dejaron
completamente a su merced… Pero el señor John Knightley tenía que
volver a Londres a fines de la primera semana de noviembre.
La consecuencia de estas inquietudes fueron que con un consentimiento
más animado y más espontáneo de lo que su hija hubiese podido nunca
llegar a esperar en aquellos momentos, Emma pudo fijar el día de su
boda… Y un mes más tarde de la boda del señor y de la señora Robert
Martin, se requirió al señor Elton para unir en matrimonio al señor
Knightley y a la señorita Woodhouse.
La boda fue muy parecida a cualquier otra boda en la que los novios no se
muestran aficionados al lujo y a la ostentación; y la señora Elton, por los
detalles que le dio su marido, la consideró como extremadamente modesta
y muy inferior a la suya… «muy poco raso blanco, muy pocos velos de
encaje; en fin, algo de lo más triste… Selina abrirá unos ojos como platos
cuando se lo cuente…» Pero, a pesar de tales deficiencias, los deseos, las
esperanzas, la confianza y los augurios del pequeño grupo de verdaderos
amigos que asistieron a la ceremonia se vieron plenamente
correspondidos por la perfecta felicidad de la pareja.

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