Frankenstein – Mary Shelley
A la señora SAVILLE, Inglaterra.
Arkangel, 28 de marzo de 17**
¡Qué despacio pasa el tiempo aquí, atrapado como estoy por el hielo y la
nieve…! He dado un paso más para llevar a cabo mi proyecto. Ya he alquilado
un barco y me estoy ocupando ahora de reunir a la tripulación; los que
ya he contratado parecen ser hombres de los que uno se puede fiar y, desde
luego, parecen intrépidos y valientes.
Pero hay una cosa que aún no me ha sido posible conseguir, y siento esa
carencia como una verdadera desgracia. No tengo ningún amigo, Margaret:
cuando esté radiante con el entusiasmo de mi éxito, no habrá nadie que
comparta mi alegría; y si me asalta la tristeza, nadie intentará consolarme en
la amargura. Puedo plasmar mis pensamientos en el papel, es cierto; pero
ese me parece un modo muy pobre de comunicar mis sentimientos. Me gustaría
contar con la compañía de un hombre que me pudiera comprender,
cuya mirada contestara a la mía. Puedes acusarme de ser un romántico, mi
querida hermana, pero siento amargamente la necesidad de contar con un
amigo. No tengo a nadie junto a mí que sea tranquilo pero valiente, que posea
un espíritu cultivado y, al tiempo, de mente abierta, cuyos gustos se parezcan
a los míos, para que apruebe o corrija mis planes. ¡Qué necesario sería
un amigo así para enmendar los errores de tu pobre hermano…! Soy demasiado
impulsivo en mis actos y demasiado impaciente ante las dificultades.
Pero hay otra desgracia que me parece aún mayor, y es haberme educado
yo solo: durante los primeros catorce años de mi vida nadie me puso
normas y no leí nada salvo los libros de viajes del tío Thomas. A esa edad
empecé a conocer a los poetas más celebrados de nuestra patria; pero solo
cuando ya no podía obtener los mejores frutos de tal decisión, comprendí la
necesidad de aprender otras lenguas distintas a las de mi país natal. Ahora
tengo veintiocho años y en realidad soy más ignorante que un estudiante de
quince. Es cierto que he reflexionado más, y que mis sueños son más ambiciosos
y grandiosos, pero, como dicen los pintores, necesitan armonía: y por
eso me hace mucha falta un amigo que tenga el suficiente juicio para no
despreciarme como romántico y el suficiente cariño hacia mí como para intentar ordenar mis pensamientos.
En fin, son lamentaciones inútiles; con toda seguridad no encontraré a
ningún amigo en esos inmensos océanos, ni siquiera aquí, en Arkangel, entre
los marineros y los pescadores. Sin embargo, incluso en esos rudos pechos
laten algunos sentimientos, ajenos a lo peor de la naturaleza humana.
Mi lugarteniente, por ejemplo, es un hombre de extraordinario valor y arrojo;
y tiene un enloquecido deseo de gloria. Es inglés y, a pesar de todos sus
prejuicios nacionales y profesionales, que no se han pulido con la educación,
aún conserva algo de las cualidades humanas más nobles. Lo conocí a
bordo de un barco ballenero; y cuando supe que se encontraba sin trabajo en
esta ciudad, de inmediato lo contraté para que me ayudara en mi aventura.
El primer oficial es una persona de una disposición excelente y en el barco
se le aprecia por su amabilidad y su flexibilidad en cuanto a la disciplina.
De hecho, es de una naturaleza tan afable que no sale a cazar (el entretenimiento
más común aquí, y a menudo, el único) solo porque no soporta ver
cómo se derrama sangre inútilmente. Además, es de una generosidad casi
heroica. Hace algunos años estuvo enamorado de una joven señorita rusa de
mediana fortuna, y como mi oficial había amasado una considerable suma
por sus buenos oficios, el padre de la muchacha consintió que se casaran.
Antes de la ceremonia vio una vez a su prometida y ella, anegada en lágrimas,
y arrojándose a sus pies, le suplicó que la perdonara, confesando al
mismo tiempo que amaba a otro, pero que era pobre y que su padre nunca
consentiría ese matrimonio. Mi generoso amigo consoló a la suplicante joven
y, tras informarse del nombre de su amante, de inmediato partió en su
busca. Ya había comprado una granja con su dinero, y había pensado que
allí pasaría el resto de su vida, pero se la entregó a su rival, junto con el resto
de sus ahorros para que pudiera comprar algún ganado, y luego él mismo
le pidió al padre de la muchacha que consintiera el matrimonio con aquel
joven. Pero el viejo se negó obstinadamente, diciendo que había comprometido
su honor con mi amigo; este, viendo la inflexibilidad del padre, abandonó
el país y no regresó hasta que no supo que su antigua novia se había
casado con el joven a quien verdaderamente amaba. «¡Qué hombre más noble!»,
pensarás. Y es cierto, pero después de aquello ha pasado toda su vida
a bordo de un barco y apenas conoce otra cosa que no sean maromas y obenques.
Pero no creas que estoy dudando en mi decisión porque me queje un
poco, o porque imagine un consuelo a mis penas que tal vez jamás llegue a
conocer. Mi resolución es tan firme como el destino, y mi viaje solo se ha
retrasado hasta que el tiempo permita que nos hagamos a la mar. El invierno
ha sido horriblemente duro, pero la primavera promete ser mejor, e incluso
se dice que se adelantará considerablemente; así que tal vez pueda zarpar
antes de lo que esperaba. No haré nada precipitadamente; me conoces lo suficiente
como para confiar en mi prudencia y reflexión, puesto que ha sido
así siempre que la seguridad de otros se ha confiado a mi cuidado.
Apenas puedo describirte cuáles son mis sensaciones ante la perspectiva
inmediata de emprender esta aventura. Es imposible comunicarte esa sensación
de temblorosa emoción, a medio camino entre el gozo y el temor, con
la cual me dispongo a partir. Me dirijo hacia regiones inexploradas, a «la
tierra de las brumas y la nieve», pero no mataré ningún albatros, así que no temas por mi vida.
¿Te veré de nuevo, después de haber surcado estos océanos inmensos, y
tras rodear el cabo más meridional de África o América? Apenas me atrevo
a confiar en semejante triunfo, sin embargo, ni siquiera puedo soportar la
idea de enfrentarme a la otra cara de la moneda. Escríbeme siempre que
puedas: tal vez pueda recibir tus cartas en algunas ocasiones (aunque esa
posibilidad se me antoja muy dudosa), cuando más las necesite para animarme.
Te quiero muchísimo. Recuérdame con cariño si no vuelves a saber de mí.
Tu afectuoso hermano,
R. WALTON.