Persuasión – Jane Austen
Comenzaba febrero, y Ana, después de un mes en Bath, se impacientaba por
recibir noticias de Uppercross y Lyme. Deseaba saber más de lo que podían
darle a conocer las comunicaciones de María. Hacía tres semanas que no sabía
casi nada. Sólo sabía que Enriqueta estaba de nuevo en casa, y que Luisa,
aunque se recuperaba rápidamente, permanecía aún en Lyme. Y pensaba
intensamente en ellos una tarde cuando una carta más pesada que de
costumbre, de María, le fue entregada, y para aumentar el placer y la sorpresa,
con los saludos del almirante y de Mrs. Croft.
¡Los Croft debían pues estar en Bath! Una situación interesante. Era gente
hacia los que sentía una natural inclinación.
-¿Qué es esto? -exclamó Sir Walter-. ¿Los Croft han llegado a Bath? ¿Los
Croft que alquilan Kellynch? ¿Qué te han entregado?
-Una carta de Uppercross, señor.
Ah, estas cartas son pasaportes convenientes. Aseguran una presentación.
Hubiera visitado, de cualquier manera, al almirante Croft. Sé lo que debo a mi arrendatario.
Ana no pudo escuchar más; no podía siquiera haber dicho cómo había
escapado la piel del pobre almirante; la carta monopolizaba su atención. Había
sido comenzada varios días antes:
“1 de febrero
“Mi querida Ana,
“No me disculpo por mi silencio porque sé lo que la gente opina de las cartas
en un lugar como Bath. Debes encontrarte demasiado feliz para preocuparte por
Uppercross, del que, como bien sabes, muy poco puede decirse. Hemos tenido
una Navidad muy aburrida; el señor y la señora Musgrove no han ofrecido una
sola comida durante todas las fiestas. No considero a los Hayter gran cosa. Las
fiestas, sin embargo, han terminado: creo que ningún niño las haya tenido más
largas. Estoy segura de que yo no las tuve. La casa fue desalojada por fin ayer,
con excepción de los pequeños Harville. Te sorprenderá saber que durante este
tiempo no han ido a su casa. Mrs. Harville debe ser una madre muy dura para
separarse así de ellos. Yo no puedo entender esto. En mi opinión, no son nada
agradables estos niños, pero Mrs. Musgrove parece gustar de ellos tanto o quizá
más que de sus nietos. ¡Qué tiempo tan espantoso hemos tenido! Quizá no lo
hayan sentido ustedes en Bath, debido a la pavimentación, pero en el campo ha
sido bastante malo. Nadie ha venido a visitarme desde la segunda semana de
enero, con la salvedad de Carlos Hayter, quien ha venido más de lo deseado.
Entre nosotras, te diré que creo que es una lástima que Enriqueta no se haya
quedado en Lyme tanto tiempo como Luisa; esto la hubiera mantenido lejos de
él. El carruaje ha partido para traer mañana a Luisa y a los Harville. No
cenaremos con ellos, sin embargo, hasta un día después, porque la señora
Musgrove teme que el viaje sea muy cansador para Luisa, lo que es poco
probable considerando los cuidados que tendrán con ella. Por otra parte, para mí
hubiera sido mucho mejor cenar con ellos mañana. Me alegro que encuentres
tan agradable a mister Elliot y yo también desearía conocerlo. Pero mi suerte es
así: nunca estoy cuando hay algo interesante; ¡soy siempre la última en mi
familia! ¡Qué larguísimo tiempo ha estado Mrs. Clay con Isabel! ¿Ha querido
marcharse alguna vez? Sin embargo, aunque ella dejara vacía la habitación, no
es probable que se nos invitase. Dime lo que piensas de esto. No espero que se
invite a mis niños, ¿sabes? Puedo dejarlos perfectamente en la Casa Grande
por un mes o seis semanas. En este momento oigo que los Croft parten casi
ahora mismo para Bath; creo que el almirante tiene gota. Carlos se ha enterado
de esto por casualidad; no han tenido la gentileza de avisarme u ofrecerme algo.
No creo que hayan mejorado como vecinos. No los vemos casi nunca, y ésta es
una grave desatención. Carlos une sus afectos a los míos, y quedo de ti con todo cariño,
“María M.
“Lamento decir que estoy muy lejos de encontrarme bien y Jemima acaba de
decirme que el carnicero le ha dicho que abunda aquí el mal de garganta.
Imagino que voy a adquirirlo, y bien sabes que sufro de la garganta más que cualquier otra persona”.
Así terminaba la primera parte, que había sido puesta en un sobre que contenía mucho más:
“He dejado mi carta abierta para poder decirte cómo llegó Luisa, y me alegro
de haberlo hecho, porque tengo muchas más cosas que decirte. En primer lugar
recibí una nota de la señora Croft ayer, ofreciéndose a llevar cualquier cosa que
quisiera enviarte; en verdad, una nota muy cortés y amistosa, dirigida a mí, tal
como correspondía. Así, pues, podré escribirte tan largamente como es mi
deseo. El almirante no parece muy enfermo, y espero que Bath le haga mucho
bien. Realmente me alegraré de verlos a la vuelta. Nuestra vecindad no puede
perder esta familia tan agradable. Hablemos ahora de Luisa. Tengo que
comunicarte algo que te sorprenderá. Ella y los Harville llegaron el martes
perfectamente bien, y por la tarde le preguntamos cómo era que el capitán
Benwick no formaba parte de la comitiva, porque había sido invitado al igual que
los Harville. ¿A que no sabes cuál es la razón? Ni más ni menos que se ha
enamorado de Luisa, y no quiere venir a Uppercross sin tener una respuesta de
parte de Mr. Musgrove, porque entre ellos arreglaron ya todo antes de que ella
volviera, y él ha escrito al padre de ella por intermedio del capitán Harville. Todo
esto es cierto, ¡palabra de honor! ¿Estás atónita? Me pregunto si alguna vez
sospechaste algo, porque yo… jamás. Pero estamos encantados; porque pese a
que no es lo mismo que casarse con el capitán Wentworth, es infinitamente
mejor que Carlos Hayter; así pues, Mr. Musgrove ha escrito dando su
consentimiento, y estamos esperando hoy al capitán Benwick. Mrs. Harville dice
que su esposo añora muchísimo a su hermana, pero, de cualquier manera,
Luisa es muy querida por ambos. En verdad, yo y Mrs. Harville estamos de
acuerdo en que tenemos más afecto por ella por el hecho de haberla cuidado.
Carlos se pregunta qué dirá el capitán Wentworth, pero si haces memoria
recordarás que yo jamás creí que estuviera enamorado de Luisa; jamás pude
ver nada semejante. Y puedes imaginar que también es el fin, de suponer que el
capitán Benwick haya sido un admirador tuyo. Cómo Carlos pudo creer
semejante cosa, es algo que yo no comprendo. Espero que sea un poco más
amable ahora. Ciertamente no es éste un gran matrimonio para Luisa Musgrove,
pero de todos modos un millón de veces mejor que casarse con uno de los Hayter”.
María había acertado al imaginar la sorpresa de su hermana. Jamás en su vida
había quedado más boquiabierta. ¡El capitán Benwick y Luisa Musgrove! Era
demasiado maravilloso para creerlo. Y solamente haciendo un gran esfuerzo
pudo permanecer en el cuarto, conservando su aire tranquilo y contestando a las
preguntas del momento. Felizmente para ella, fueron bien pocas. Sir Walter
deseaba saber si los Croft viajaban con cuatro caballos y si se hospedarían en
algún lugar de Bath que permitiera que él y miss Elliot los visitaran. Era lo único que parecía interesarle.
-¿Cómo está María? -preguntó Isabel-. ¿Y qué trae a los Croft a Bath? -añadió sin esperar respuesta.
-Vienen a causa del almirante. Parece que sufre de gota.
-¡Gota y decrepitud! -exclamó Sir Walter-. ¡Pobre caballero!
-¿Tienen conocidos aquí? -preguntó Isabel.
-No lo sé; pero imagino que un hombre de la edad y la profesión del almirante
Croft debe de tener muy pocos conocidos en un lugar como éste.
-Sospecho -dijo fríamente Sir Walter- que el almirante Croft debe ser mejor
conocido en Bath como arrendatario de Kellynch. ¿Crees, Isabel, que podemos presentarlos en Laura Place?
-¡Oh, no! No lo creo. En nuestra situación de primos de Lady Dalrymple
debemos cuidarnos de no presentarle a nadie a quien pudiere desaprobar. Si no
fuéramos sus parientes no importaría, pero somos primos y debemos cuidar a
quién presentamos. Será mejor que los Croft encuentren por sí solos el nivel que
les corresponde. Abundan por ahí muchos viejos de aspecto desagradable que,
según he oído decir, son marinos. Los Croft podrán relacionarse con ellos.
Este era todo el interés que tenía la carta para su padre y hermana. Cuando
Mrs. Clay hubo pagado también su tributo, preguntando por Mr. Carlos
Musgrove y sus lindos niños, Ana se sintió en libertad.
Al quedarse sola en su habitación trató de comprender lo acontecido. ¡Claro
que podía Carlos preguntarse qué sentiría el capitán Wentworth! Quizás había
abandonado el campo, dejando de amar a Luisa; quizás había comprendido que
no la amaba. No podía soportar la idea de traición o versatilidad o cualquier cosa
semejante entre él y su amigo. No podía imaginar que una amistad como la de
ellos diera lugar a ningún mal proceder.
¡El capitán Benwick y Luisa Musgrove! La alegre, la ruidosa Luisa Musgrove y
el pensativo, sentimental, amigo de la lectura, Benwick, parecían las personas
menos a propósito la una para la otra. ¡Dos temperamentos tan diferentes! ¿En
qué pudo consistir la atracción? Pronto surgió la respuesta: había sido la
situación. Habían estado juntos varias semanas, viviendo en el mismo reducido
círculo de familia; desde la vuelta de Enriqueta, debían haber dependido el uno
del otro, y Luisa, reponiéndose de su enfermedad, estaría más interesante, y el
capitán Benwick no era inconsolable. Esto ya lo había sospechado Ana con
anterioridad, y en lugar de sacar de los acontecimientos la misma conclusión
que María, todo esto la afirmaba en la idea de que Benwick había experimentado
cierta naciente ternura hacia ella. Sin embargo, en esto no veía una
satisfacción para su vanidad. Estaba persuadida que cualquier mujer joven y
agradable que le hubiese escuchado pareciendo comprenderle hubiera
despertado en él los mismos sentimientos. Tenía un corazón afectuoso y era natural que amase a alguien.
No veía ninguna razón para que no fueran felices. Luisa tenía para empezar,
entusiasmo por la Marina, y bien pronto sus temperamentos serian semejantes.
El adquiriría alegría y ella aprendería a entusiasmarse por Lord Byron y Walter
Scott; no, esto ya estaba sin duda aprendido; de seguro, se habían enamorado
leyendo versos. La idea de que Luisa Musgrove pudiera convertirse en una
persona de refinado gusto literario y reflexiva era por cierto bastante cómica,
pero no cabía duda de que así ocurriría. El tiempo transcurrido en Lyme, la fatal
caída de Cobb, podían haber influido en su salud, en sus nervios, en su valor, en
su carácter, hasta el fin de su vida, tanto como parecían haber influido en su destino.
Se podía concluir que si la mujer que había sido sensible a los méritos del
capitán Wentworth podía preferir a otro hombre, nada debía ya sorprender en el
asunto. Y si el capitán Wentworth no había perdido por ello un amigo, nada
había que lamentar. No, no era dolor lo que Ana sentía en el fondo de su
corazón, a pesar de ella misma, y coloreaba sus mejillas el pensar que el capitán
Wentworth seguía libre. Se avergonzaba de escudriñar sus sentimientos.
¡Parecían ser de una grande e insensata alegría!
Deseaba ver a los Croft, pero cuando los encontró, comprendió que éstos aún
no sabían las novedades. La visita de ceremonia fue hecha y devuelta, y Luisa
Musgrove y el capitán Benwick fueron mencionados, sin que ni siquiera sonrieran.
Los Croft se habían alojado en la calle Gay, lo que Sir Walter aprobaba. Este
no se sentía avergonzado en modo alguno de tal conocimiento. En una palabra,
hablaba y pensaba más en el almirante que lo que éste jamás pensó o habló de él.
Los Croft conocían en Bath tanta gente como era su deseo, y consideraban su
relación con los Elliot como un asunto de pura ceremonia, y que en lo absoluto
les proporcionaba placer. Tenían el hábito campesino de estar siempre juntos. El
debía caminar para combatir la gota y Mrs. Croft parecía compartir con él todo, y
caminar junto a ella parecía hacerle bien al almirante. Ana los veía en todas
partes. Lady Russell la sacaba en su coche casi todas las mañanas y ella jamás
dejaba de pensar en ellos y de encontrarlos. Conociendo como conocía sus
sentimientos, los Croft constituían un atractivo cuadro de felicidad. Los contemplaba
tan largamente como le era posible y se deleitaba creyendo entender
lo que ellos hablaban mientras caminaban solos y libres. De la misma manera le
encantaba el gesto del almirante al saludar con la mano a un antiguo amigo, y
observaba la vehemencia de la conversación cuando Mrs. Croft, entre un
pequeño grupo de marinos, parecía tan inteligente e interiorizada en asuntos
náuticos como cualquiera de ellos.
Ana estaba demasiado ocupada por Lady Russell para hacer caminatas, pero,
pese a ello, ocurrió que una mañana, diez días después de la llegada de los
Croft, en que decidió dejar a su amiga y al coche en la parte baja de la ciudad y
volver a pie a Camden Place. Caminando por la calle Milsom tuvo la suerte de
encontrarse con el almirante. Estaba parado frente a una vidriera, con las manos
detrás, observando atentamente un grabado, y no sólo hubiera podido pasar sin
ser vista, sino que debió tocarlo y hablarle para que reparase en ella. Cuando la
vio y la reconoció, exclamó con su habitual buen humor:
-¡Ah!, ¡es usted! Gracias, gracias. Esto es tratarme como a un amigo. Aquí
estoy, ya ve usted, contemplando un grabado. No puedo pasar frente a esta
vidriera sin detenerme: ¡Lo que han puesto aquí pretendiendo ser un barco! Mire
usted. ¿Ha visto algo semejante? ¡Qué individuos curiosos deben ser los
pintores para imaginar que alguien arriesgaría su vida en esa vieja y desfondada
cáscara de nuez! Y, sin embargo, vea usted allí a dos caballeros muy
cómodamente mirando las rocas y las montañas, sin preocuparse por nada, lo
que a todas luces es absurdo. Pienso en qué lugar ha podido construirse un
barco semejante -riendo-. No me atrevería a navegar en ese barco ni en un
estanque. Bueno -volviéndose-, ¿hacia dónde va? ¿Puedo hacer algo por usted
o acompañarla tal vez? ¿En qué puedo serle útil?
-En nada, gracias. A menos que quiera darme usted el placer de caminar
conmigo el corto trecho que falta. Voy a casa.
-Lo haré con muchísimo gusto. Y si lo desea, la acompañaré más lejos
también. Sí, juntos haremos más agradable el camino. Además, tengo algo que
decirle. Tome usted mi brazo; así está bien. No me siento cómodo si no llevo
una mujer apoyada en él. ¡Dios mío, qué barco! -añadió lanzando una última
mirada al grabado mientras se ponían en marcha.
-¿Usted quería decirme algo, señor?
-Así es. De inmediato. Pero allí viene un amigo: el capitán Bridgen. No haré
más que decirle: “¿Cómo está usted?”, al pasar. No nos detendremos. “¿Cómo
está usted?” Bridgen se sorprenderá de verme con una mujer que no es mi
esposa. Pobrecita, ha debido quedarse amarrada, en casa. Tiene una llaga en el
talón, mayor que una moneda de tres chelines. Si mira usted a la vereda de
enfrente verá al almirante Brand y a su hermano. ¡Unos desharrapados! Me
alegro de que no vengan por esta acera. Sofía los detesta. Me hicieron una mala
pasada una vez… Se llevaron algunos de mis mejores hombres. Ya le contaré la
historia en otra oportunidad. Allí vienen el viejo Sir Archibaldo Drew y su nieto.
Vea, nos ha visto. Besa la mano en su honor, la confunde a usted con mi
esposa. Ah, la paz ha venido demasiado aprisa para este señorito. ¡Pobre Sir
Archibaldo! ¿Le agrada a usted Bath, miss Elliot? A nosotros nos conviene
mucho. Siempre nos encontramos algún antiguo amigo; las calles están repletas
de ellos cada mañana. Siempre hay con quien conversar, y después nos
alejamos de todos y nos encerramos en nuestros aposentos, y ocupamos
nuestras sillas y estamos tan cómodamente como si nos encontráramos en
Kellynch o como cuando estábamos en el norte de Yarmouth o en Deal. Uno de
nuestros aposentos no nos agrada porque nos recuerda los que teníamos en
Yarmouth. El viento se cuela por uno de los armarios tal como que se colaba allá.
Cuando hubieron caminado un poco, Ana se atrevió a inquirir otra vez qué era
lo que él deseaba comunicarle. Ella había esperado que al alejarse de la calle
Milsom su curiosidad se vería satisfecha. Pero debió esperar aún más, porque el
almirante estaba dispuesto a no comenzar hasta que hubieran llegado a la gran
tranquilidad espaciosa de Belmont, y como no era la señora Croft, no tenía más
remedio que dejarlo hacer su voluntad. En cuanto iniciaron el ascenso de Belmont, él comenzó:
-Bien, ahora oirá algo que la sorprenderá. Pero antes deberá usted decirme el
nombre de la joven de la que voy a hablar. Esa joven de la que tanto nos hemos
ocupado todos. La señorita Musgrove, la que sufrió el accidente… su nombre de
pila, siempre olvido su nombre de pila.
Ana se avergonzó de comprender tan presto de qué se trataba; pero ahora
podía sin problemas sugerir el nombre de “Luisa”.
-Eso es, Luisa Musgrove, éste es el nombre. Desearía que las muchachas no
tuviesen tal cantidad de lindos nombres. Nunca olvidaría si todas se llamasen
Sofía o algún otro nombre por el estilo. Bien, esta señorita Luisa, sabe usted,
creíamos todos que se casaría con Federico. El le hacía la corte desde hacía
varias semanas. Lo único que nos sorprendía algo era tanta demora en declararse
hasta que ocurrió el accidente de Lyme. Entonces, por supuesto, supimos
que él debía esperar hasta que ella se recobrase. Pero aun así había algo
curioso en su manera de proceder. En lugar de quedarse en Lyme, se fue a
Plymouth y de allí se encaminó a visitar a Eduardo. Cuando nosotros volvimos
de Minehead se había ido a visitar a Eduardo y allí permaneció desde entonces.
No hemos vuelto a verlo desde el mes de noviembre. Ni Sofía puede entenderlo.
Pero ahora ocurre lo más extraño de todo, porque esta señorita, esta joven
Musgrove, en lugar de casarse con Federico se va a casar con James Benwick.
Usted conoce a James Benwick.
-Algo. Conozco un poco al capitán Benwick.
-Bien, ella se casará con él. Ya deberían estar casados, porque no sé lo que están esperando.
-Considero al capitán Benwick un joven muy agradable -dijo Ana- y tengo
entendido que tiene excelente carácter.
-¡Oh, claro que sí! No hay nada que decir en contra de James Benwick. Es
solamente comandante, ¿sabe usted? Fue ascendido el último verano, y éstos
son malos tiempos para progresar, pero ésta es la única desventaja que le
conozco. Un individuo excelente, de gran corazón, y muy activo y celoso de su
carrera, puedo asegurarlo, cosa que por cierto usted no habrá sospechado,
porque sus ademanes suaves no revelan su carácter.
-En eso se equivoca usted, señor; jamás encontré falta de entusiasmo en los
modales del capitán Benwick. Lo encuentro particularmente agradable, y puedo
asegurarle que sus modales gustan a todo el mundo.
-Bien, las señoras son mejores jueces que nosotros. Pero James Benwick es
demasiado tranquilo a mi manera de ver, y aunque puede ser parcialidad
nuestra, Sofía y yo no podemos evitar encontrar mejores maneras en Federico.
Y creo que hay algo en Federico que está más de acuerdo con nuestro gusto.
Ana estaba en la trampa. Sólo había querido oponerse a la idea de que el
entusiasmo y la gentileza eran incompatibles, sin decir por ello que los modales
del capitán Benwick fueran mejores, y después de un momento de vacilación,
dijo: “No he pensado comparar a los dos amigos…”, cuando el almirante la interrumpió diciendo:
-El asunto es bien claro. No se trata de simple chismografía. Lo hemos sabido
por el mismo Federico. Su hermana recibió ayer una carta de él en la que nos
informa de todo, y él, a su vez, lo ha sabido por una carta de los Harville, escrita
de inmediato, desde Uppercross. Creo que están todos en Uppercross.
Esta fue una oportunidad que Ana no pudo resistir. Así, pues, dijo:
-Espero, almirante, que no haya en la carta del capitán Wentworth nada que
les intranquilice a ustedes. Parecía en verdad, el último otoño, que había algo
entre el capitán y Luisa Musgrove. Pero confío en que haya sido una separación
sin violencias para ninguna de las dos partes. Espero que esta carta no trasunte amargura.
-En modo alguno, en modo alguno. No hay ni un juramento ni un murmullo de principio a fin.
Ana dio vuelta el rostro para ocultar su sonrisa.
-No, no, Federico no es hombre que se queje; tiene demasiado espíritu para
ello. Si a la muchacha le gusta más otro hombre, con seguridad ella está mejor destinada para éste…
-No hay duda de eso, pero lo que quiero decir es que espero que no haya en la
manera de escribir del capitán Wentworth nada que les haga pensar que guarda
algún resentimiento contra su amigo, lo que bien podría ser, aunque no lo dijera.
Lamentaría mucho que una amistad como la que ha habido entre él y el capitán
Benwick se destruyese o sufriese daño por una causa como ésta.
-Sí, sí, comprendo. Pero no hay nada semejante en la carta. No lanza el menor
dardo contra Benwick, ni siquiera dice: “Me sorprende, tengo mis razones para
sorprenderme”. No; por la manera de escribir jamás sospecharía usted que
miss… (¿cómo se llama?) hubiera podido interesarle. Muy amablemente desea
que sean felices juntos, y no hay nada rencoroso en ello, en mi opinión.
Ana no tenía igual convicción del almirante, pero era inútil continuar
preguntando. Por consiguiente, se dio por satisfecha, asintiendo calladamente o
diciendo alguna frase común a las opiniones del almirante.
-¡Pobre Federico! -dijo éste por último-. Debemos comenzar con alguna cosa.
Creo que debemos traerlo a Bath. Sofía debe escribirle y pedirle que venga a
Bath. Aquí hay muchas muchachas, estoy cierto. Es inútil volver a Uppercross
por la otra señorita Musgrove, porque según sé está prometida a su primo, el
joven pastor. ¿No cree usted, miss Elliot, que es mejor que venga a Bath?