Readme

Capítulo 24

Drácula – Bram Storker
DEL DIARIO FONOGRÁFICO DEL
DOCTOR SEWARD, NARRADO POR VAN
HELSING

Esto es para Jonathan Harker.
Debe usted quedarse con su querida señora Mina. Nosotros debemos ir a
ocuparnos de nuestra investigación…, si es que puedo llamarla así, ya que no es
una investigación, sino algo que ya sabemos, y solamente buscamos una
confirmación. Pero usted quédese y cuídela durante el día de hoy. Esa es lo
mejor y lo más sagrado para todos nosotros. De todos modos, el monstruo no
podrá presentarse hoy. Déjeme ponerlo al corriente de lo que nosotros cuatro
sabemos ya, debido a que se lo he comunicado a los demás. El monstruo,
nuestro enemigo, se ha ido; ha regresado a su castillo, en Transilvania. Lo sé con
tanta seguridad como si una gigantesca mano de fuego lo hubiera dejado escrito
en la pared. En cierto modo, se había preparado para ello, y su última caja de
tierra estaba preparada para ser embarcada. Por eso tomó el dinero y se
apresuró tanto; para evitar que lo atrapáramos antes de la puesta del sol. Era su
única esperanza, a menos que pudiera esconderse en la tumba de la pobre Lucy,
que él pensaba que era como él y que, por consiguiente, estaba abierta para él.
Pero no le quedaba tiempo. Cuando eso le falló, se dirigió directamente a su
último recurso…, a su última obra terrestre podría decir, si deseara una double
entente. Es inteligente; muy inteligente. Comprendió que había perdido aquí la
partida, y decidió regresar a su hogar. Encontró un barco que seguía la ruta que
deseaba, y se fue en él. Ahora vamos a tratar de descubrir cuál era ese barco y,
sin perder tiempo, en cuanto lo sepamos, regresaremos para comunicárselo a
usted. Entonces lo consolaremos y también a la pobre señora Mina, con nuevas
esperanzas. Puesto que es posible conservar esperanzas, al pensar que no todo
se ha perdido. Esa misma criatura a la que perseguimos tardó varios cientos de
años en llegar a Londres y, sin embargo, en un solo día, en cuanto tuvimos
conocimiento de sus andanzas, lo hicimos huir de aquí. Tiene limitaciones,
puesto que tiene el poder de hacer mucho daño, aunque no puede soportarlo
como nosotros. Pero somos fuertes, cada cual a nuestro modo; y somos todavía
mucho más fuertes, cuando estamos todos reunidos. Anímese usted, querido
esposo de nuestra señora Mina. Esta batalla no ha hecho más que comenzar y, al
final, venceremos…
Estoy tan seguro de ello como de que en las alturas se encuentra Dios
vigilando a sus hijos. Por consiguiente, permanezca animado y consuele a su
esposa hasta nuestro regreso.


VAN HELSING


Del diario de Jonathan Harker
4 de octubre. Cuando le leí a Mina el mensaje que me dejó van Helsing en
el fonógrafo, mi pobre esposa se animó considerablemente. La certidumbre de
que el conde había salido del país le proporcionó consuelo ya, y el consuelo es la
fortaleza para ella. Por mi parte, ahora que ese terrible peligro no se encuentra
ya cara a cara con nosotros, me resulta casi imposible creer en él. Incluso mis
propias experiencias terribles en el castillo de Drácula parecen ser como una
pesadilla que se hubiese presentado hace mucho tiempo y que estuviera casi
completamente olvidada, aquí, en medio del aire fresco del otoño y bajo la luz brillante del sol…
Sin embargo, ¡ay!, ¿cómo voy a poder olvidarlo? Entre las nieblas de mi
imaginación, mi pensamiento se detiene en la roja cicatriz que mi adorada y
atribulada esposa tiene en la frente blanca. Mientras esa cicatriz permanezca en
su frente, no es posible dejar de creer. Mina y yo tememos permanecer
inactivos, de modo que hemos vuelto a revisar varias veces todos los diarios. En
cierto modo, aunque la realidad parece ser cada vez más abrumadora, el dolor y
el miedo parecen haber disminuido. En todo ello se manifiesta, en cierto modo,
una intención directriz, que resulta casi reconfortante. Mina dice que quizá
seamos instrumentos de un buen final. ¡Puede ser!
Debo tratar de pensar como ella. Todavía no hemos hablado nunca sobre
lo futuro. Será mejor esperar a ver al profesor y a todos los demás, después de su investigación.
El día ha pasado mucho más rápidamente de lo que hubiera creído que
podría volver a pasar para mí. Ya son las tres de la tarde.


Del diario de Mina Harker
5 de octubre, a las cinco de la tarde. Reunión para escuchar informes.
Presentes: el profesor van Helsing, lord Godalming, el doctor Seward, el señor
Quincey Morris, Jonathan Harker y Mina Harker.
El doctor van Helsing describió los pasos que habían dado durante el día,
para descubrir sobre qué barco y con qué rumbo había huido el conde Drácula.
—Sabíamos que deseaba regresar a Transilvania. Estaba seguro de que
remontaría la desembocadura del Danubio; o por alguna ruta del Mar Negro,
puesto que vino siguiendo esa ruta. Teníamos una tarea muy difícil ante
nosotros. Omne ignotum pro magnifico; así, con un gran peso en el corazón,
comenzamos a buscar los barcos que salieron anoche para el Mar Negro. Estaba
en un barco de vela, puesto que la señora Mina nos habló de las velas en su
visión. Esos barcos no son tan importantes como para figurar en la lista que
aparece en el Times y, por consiguiente, fuimos, aceptando una sugestión de
lord Godalming, a Lloyd’s, donde están anotados todos los barcos que aparejan,
por pequeños que sean. Allí descubrimos que sólo un barco con destino al Mar
Negro había salido aprovechando las mareas. Es el Czarina Catherine y va de
Doolittle Wharf con destino a Varna, a otros puertos y, luego, remontará por el río Danubio.
«Entonces», dije yo, «ese es el barco en que navega el conde.» Por
consiguiente, fuimos a Doolittle’s Wharf y encontramos a un hombre en una
oficina tan diminuta que el hombre parecía ser mayor que ella. Le preguntamos
todo lo relativo a las andanzas del Czarina Catherine. Maldijo mucho, su rostro
se enrojeció y su voz era muy ríspida; pero no era mal tipo, de todos modos, y
cuando Quincey sacó algo del bolsillo y se lo entregó, produciendo un crujido
cuando el hombre lo tomó y lo metió en una pequeña billetera que llevaba en las
profundidades de sus ropas, se convirtió en un tipo todavía mejor, y humilde
servidor nuestro. Nos acompañó y les hizo preguntas a varios hombres
sudorosos y rudos; esos también resultaron mejores tipos cuando aplacaron su sed.
Hablaron mucho de sangre y de otras cosas que no entendí, aunque
adiviné qué era lo que querían decir. Sin embargo, nos comunicaron todo lo que deseábamos saber.
«Nos comunicaron, entre otras cosas, que ayer, más o menos a las cinco
de la tarde, llegó un hombre con mucho apresuramiento. Un hombre alto,
delgado y pálido, con nariz aquilina, dientes muy blancos y unos ojos que
parecían estar ardiendo. Que iba vestido todo de negro, con excepción de un
sombrero de paja que llevaba y que no le sentaba bien ni a él ni al tiempo que
estaba haciendo, y que distribuyó generosamente su dinero, haciendo preguntas
para saber si había algún barco que se dirigiera hacia el Mar Negro, y hacia qué
punto. Lo llevaron a las oficinas y al barco, a bordo del cual no quiso subir, sino
que se detuvo en el muelle y pidió que el capitán fuera a verlo. El capitán acudió,
cuando le dijeron que le pagaría bien, y aunque maldijo mucho al principio,
cerró trato con él. Entonces, el hombre alto y delgado se fue, no sin que antes le
indicara alguien donde podía encontrar una carreta y un caballo. Pronto volvió,
conduciendo él mismo una carreta sobre la que había una gran caja, que
descargó él solo, aunque fueron necesarios varios hombres para llevarla a la
grúa y para meterla a la bodega del barco. Le dio muchas indicaciones al capitán
respecto a cómo y dónde debería ser colocada aquella caja, pero al capitán no le
agradó aquello, lo maldijo en varias lenguas y le dijo que fuera si quería a ver
como era estibada la maldita caja. Pero él dijo que no podía hacerlo en ese
momento; que embarcaría más tarde, ya que tenía muchas cosas en qué
ocuparse. Entonces, el capitán le dijo que se diera prisa… con sangre… ya que
aquel barco iba a aparejar… con sangre… en cuanto fuera propicia la marea…
con sangre. Entonces, el hombre sonrió ligeramente y le dijo que, por supuesto,
iría en tiempo útil, pero que no sería demasiado pronto. El capitán volvió a
maldecir como un poligloto y el hombre alto le hizo una reverencia y le dio las
gracias, prometiéndole embarcarse antes de que aparejara, para no causarle
ningún trastorno innecesario. Finalmente, el capitán, más rojo que nunca, y en
muchas otras lenguas, le dijo que no quería malditos franceses piojosos en su
barco. Entonces, después de preguntar dónde podría encontrar un barco no
muy lejos, en donde poder comprar impresos de embarque, se fue. «Nadie sabía
adónde había ido, como decían, puesto que pronto pareció que el Czarina
Catherine no aparejaría tan pronto como habían pensado. Una ligera bruma
comenzó a extenderse sobre el río y fue haciéndose cada vez más espesa, hasta
que, finalmente, una densa niebla cubrió al barco y todos sus alrededores. El
capitán maldijo largo y tendido en todas las lenguas que conocía, pero no pudo
hacer nada. El agua se elevaba cada vez más y comenzó a pensar que de todos
modos iba a perder la marea. No estaba de muy buen humor, cuando
exactamente en el momento de la pleamar, el hombre alto y delgado volvió a
presentarse y pidió que le mostraran dónde habían estibado su caja. Entonces,
el capitán le dijo que deseaba que tanto él como su caja estuvieran en el infierno.
Pero el hombre no se ofendió y bajó a la bodega con un tripulante, para ver
dónde se encontraba su caja. Luego, volvió a la cubierta y permaneció allí un
rato, envuelto en la niebla. Debió subir de la bodega solo, ya que nadie lo vio. En
realidad, no pensaron más en él, debido a que pronto la niebla comenzó a
levantarse y el tiempo aclaró completamente. Mis amigos sedientos y
malhablados sonrieron cuando me explicaron cómo el capitán maldijo en más
lenguas que nunca y tenía un aspecto más pintoresco que nunca, cuando al
preguntarles a otros marinos que se desplazaban hacia un lado y otro del río a
esa hora, descubrió que muy pocos de ellos habían visto niebla en absoluto,
excepto donde se encontraba él, cerca del muelle. Sin embargo, el navío aparejó
con marea menguante, e indudablemente para la mañana debía encontrarse
lejos de la desembocadura del río. Así pues, mientras nos explicaban todo eso,
debía encontrarse lejos ya, en alta mar. «Y ahora, señora Mina, tendremos que
reposar durante cierto tiempo, puesto que nuestro enemigo está en el mar, con
la niebla a sus órdenes, dirigiéndose hacia la desembocadura del Danubio. El
avance en un barco de vela no es nunca demasiado rápido; por consiguiente,
podremos salir por tierra con mucha mayor rapidez. y lo alcanzaremos allí.
Nuestra mejor esperanza es encontrarlo cuando esté en su caja entre el
amanecer y la puesta del sol, ya que entonces no puede luchar y podremos
tratarlo como se merece. Tenemos varios días a nuestra disposición, durante los
cuales podremos hacer planes. Conocemos todo sobre el lugar a donde debemos
ir, puesto que hemos visto al propietario del barco, que nos ha mostrado
facturas y toda clase de documentos. La caja que nos interesa deberá ser
desembarcada en Varna y entregada a un agente, un tal Ristics, que presentará
allá sus credenciales. Así, nuestro amigo marino habrá concluido su parte.
Cuando nos preguntó si pasaba algo malo, ya que de ser así podría telegrafiar a
Varna para que se llevara a cabo una encuesta, le dijimos que no, debido a que
nuestro trabajo no puede llevarse a cabo por la policía ni en la aduana.
Debemos hacerlo nosotros mismos, a nuestro modo.» Cuando el doctor
van Helsing concluyó su relato, le pregunté si se había cerciorado de que el
conde se había quedado a bordo del barco. El profesor respondió:
—Tenemos la mejor prueba posible de ello: sus propias declaraciones,
cuando estaba usted en trance hipnótico, esta mañana.
Volví a preguntarle si era necesario que persiguieran al conde, debido a
que temía que Jonathan me dejara sola y sabía que se iría también si los demás lo hacían.
Me habló al principio con calma y cada vez de manera más apasionada.
Sin embargo, conforme continuaba hablando, se airaba más cada vez, hasta que
al final vimos que le quedaba al menos aún parte de aquel dominio de sí mismo
que lo hacía maestro entre los hombres.
—Sí, es necesario… ¡Necesario! ¡Necesario! Por su bien en primer lugar, y
por el bien de toda la humanidad. Ese monstruo ha hecho ya demasiado daño,
en el estrecho espacio en que se encuentra y en el corto tiempo que ha
transcurrido desde que era sólo un cuerpo que estaba buscando su medida en la
oscuridad y en la ignorancia. Todo eso se lo he explicado ya a los demás; usted,
mi querida señora Mina, lo escuchará en el fonógrafo de mi amigo John o en el
de su esposo. Les he explicado como el hecho de salir de su tierra árida…, árida
en habitantes…, para venir a este país en el que las personas habitan como los
granos de maíz en una plantación, había sido un trabajo de siglos. Si algún otro
muerto vivo tratara de hacer lo mismo que él, necesitaría para ello todos los
siglos del planeta y todavía no tendría bastante. En el caso del vampiro que nos
ocupa, todas las fuerzas ocultas de la naturaleza, profundas y poderosas, deben
haberse unido de alguna forma monstruosa. El lugar mismo en que permaneció
como muerto vivo durante todos esos siglos, está lleno de rarezas del mundo
geológico y químico. Hay fisuras y profundas cavernas que nadie sabe hasta
dónde llegan. Hay también volcanes, algunos de los cuales expulsan todavía
aguas de propiedades extrañas, y gases que matan o vivifican. Indudablemente,
hay algo magnético o eléctrico en algunas de esas combinaciones de fuerzas
ocultas, que obran de manera extraña sobre la vida física, y que en sí mismas
fueron desde el principio grandes cualidades. En tiempos duros y de guerras,
fue celebrado como el hombre de nervios mejor templados, de inteligencia más
despierta, y de mejor corazón. En él, algún principio vital extraño encontró su
máxima expresión, y mientras su cuerpo se fortalecía, se desarrollaba y luchaba,
su mente también crecía. Todo esto, con la ayuda diabólica con que cuenta
seguramente, puesto que todo ello debe atribuirse a los poderes que proceden
del bien y que son simbólicos en él. Y ahora, he aquí lo que representa para
nosotros: la ha infectado a usted; perdóneme que le diga eso, señora, pero lo
hago por su bien. La contaminó de una forma tan inteligente, que incluso en el
caso de que no vuelva a hacerlo, solamente podría usted vivir a su modo antiguo
y dulce, y así, con el tiempo, la muerte, que es común a todos los hombres y está
sancionada por el mismo Dios, la convertirá a usted en una mujer semejante a
él. ¡Eso no debe suceder! Hemos jurado juntos que no lo permitiremos. Así,
somos ministros de la voluntad misma de Dios: que el mundo y los hombres por
los que murió Su Hijo, no sean entregados a monstruos cuya existencia misma
es una blasfemia contra Él. Ya nos ha permitido redimir un alma, y estamos
dispuestos, como los antiguos caballeros de las Cruzadas, a redimir muchas
más. Como ellos, debemos ir hacia el Oriente, y como ellos, si debemos caer, lo haremos por una buena causa.
Guardó silencio un momento y luego dije:
—Pero, ¿no aceptará sabiamente el conde su derrota? Puesto que ha sido
expulsado de Inglaterra, ¿no evitará este país, como evita un tigre el poblado del que ha sido rechazado?
—¡Ajá! Su imagen sobre el tigre es muy buena y voy a adoptarla. Su
devorador de hombres, como llaman los habitantes de la India a los tigres que
han probado la sangre humana, se desentienden de todas las otras presas, y
acechan al hombre hasta que pueden atacarlo. El monstruo que hemos
expulsado de nuestro poblado es un tigre, un devorador de hombres, que nunca
dejará de acechar a sus presas. No, por naturaleza; no es alguien que se retire y
permanezca alejado. Durante su vida, su vida verdadera, atravesó la frontera
turca y atacó a sus enemigos en su propio terreno; fue rechazado, pero, ¿se
conformó? ¡No! Volvió una y otra vez. Observe su constancia y su resistencia. En
su cerebro infantil había concebido ya desde hace mucho tiempo la idea de ir a
una gran ciudad. ¿Qué hizo? Encontró el lugar más prometedor para él de todo
el mundo. Entonces, de manera deliberada, se preparó para la tarea. Descubrió
pacientemente cuál es su fuerza y cuáles son sus poderes. Estudió otras lenguas.
Aprendió la nueva vida social; ambientes nuevos de regiones antiguas, la
política, la legislación, las finanzas, las ciencias, las costumbres de una nueva
tierra y nuevos individuos, que habían llegado a existir desde que él vivía. La
mirada que pudo echar a ese mundo no hizo sino aumentar su apetito y
agudizar su deseo. Eso lo ayudó a desarrollarse, al mismo tiempo que su
cerebro, puesto que pudo comprobar cuán acertado había estado en sus
suposiciones. Lo había hecho solo, absolutamente solo, saliendo de una tumba
en ruinas, situada en una tierra olvidada. ¿Qué no podrá hacer cuando el ancho
mundo del pensamiento le sea abierto? Él, que puede reírse de la muerte, como
lo hemos visto, que puede fortalecerse en medio de epidemias y plagas que
matan a todos los individuos a su alrededor… ¡Oh! Si tal ser procediera de Dios
y no del Diablo, ¡qué fuerza del bien podría ser en un mundo como el nuestro!
Pero tenemos que librar de él al mundo. Nuestro trabajo debe llevarse a cabo en
silencio, y todos nuestros esfuerzos deben llevarse a cabo en secreto. Puesto que
en esta época iluminada, cuando los hombres no creen ni siquiera en lo que ven,
las dudas de los hombres sabios pueden constituir su mayor fuerza. Serán al
mismo tiempo su protección y su escudo, y sus armas para destruirnos, a
nosotros que somos sus enemigos, que estamos dispuestos a poner en peligro
incluso nuestras propias almas para salvar a la que amamos… por el bien de la
humanidad y por el honor y la gloria de Dios.
Después de una discusión general, se llegó a estar de acuerdo en que no
debíamos hacer nada esa noche; que deberíamos dormir y pensar en las
conclusiones apropiadas. Mañana, a la hora del desayuno, debemos volver a
reunirnos, y después de comunicar a los demás nuestras conclusiones, debemos
decidirnos por alguna acción determinada…
Siento una maravillosa paz y descanso esta noche. Es como si una
presencia espectral fuera retirada de mí. Quizá…
Mi suposición no fue concluida, ya que vi en el espejo la roja cicatriz que
tengo en la frente, y comprendí que todavía estoy estigmatizada.


Del diario del doctor Seward
5 de octubre. Todos nos levantamos temprano, y creo que haber dormido
nos hizo mucho bien a todos. Cuando nos reunimos para el desayuno, reinaba
entre nosotros una animación como no habíamos esperado nunca volver a tener.
Es maravilloso ver qué elasticidad hay en la naturaleza humana. Basta
que una causa de obstrucción, sea cual sea, sea retirada de cualquier forma,
incluso por medio de la muerte, para que volvamos a sentir la misma esperanza
y alegría de antes. Más de una vez, mientras permanecimos en torno a la mesa,
me pregunté si los horrores de los días precedentes no habían sido solamente un
sueño. Fue solamente cuando vi la cicatriz que tenía la señora Harker en la
frente cuando volví a la realidad. Incluso ahora, cuando estoy resolviendo el
asunto gravemente, es casi imposible comprender que la causa de todos
nuestros problemas existe todavía. Incluso la señora Harker parece olvidarse de
su situación durante largos ratos; solo de vez en cuando, cuando algo se lo
recuerda, se pone a pensar en la terrible marca que lleva en la frente. Debemos
reunirnos aquí, en mi estudio, dentro de media hora, para decidir qué vamos a
hacer. Solamente veo una dificultad inmediata; la veo más por instinto que por
raciocinio: tendremos que hablar todos francamente y, sin embargo, temo que,
de alguna manera misteriosa, la lengua de la pobre señora Harker esté sujeta. Sé
que llega a conclusiones que le son propias, y por cuanto ha sucedido, puedo
imaginarme cuán brillantes y verdaderas deben ser; pero no desea o no puede
expresarlas. Le he mencionado eso a van Helsing y él y yo deberemos conversar
sobre ese tema cuando estemos solos. Supongo que parte de ese horrible veneno
que le ha sido introducido en las venas comienza a trabajar. El conde tenía sus
propios propósitos cuando le dio lo que van Helsing llama «el bautismo de
sangre del vampiro». Bueno, puede haber un veneno que se destila de las cosas
buenas; ¡en una época en la que la existencia de tomaínas es un misterio, no
debemos sorprendernos de nada! Algo es seguro: que si mi instinto no me
engaña respecto a los silencios de la pobre señora Harker, existirá una terrible
dificultad, un peligro desconocido, en el trabajo que nos espera. El mismo poder
que la hace guardar silencio puede hacerla hablar. No puedo continuar
pensando en ello, porque, de hacerlo, deshonraría con el pensamiento a una mujer noble.
Más tarde. Cuando llegó el profesor, discutimos sobre la situación.
Comprendía que tenía alguna idea, que quería exponérnosla, pero tenía cierto
temor de entrar de lleno en el tema. Después de muchos rodeos, dijo repentinamente:
—Amigo John, hay algo que usted y yo debemos discutir solos, en todo
caso, al principio. Más tarde, tendremos que confiar en todos los demás.
Hizo una pausa. Yo esperé, y el profesor continuó al cabo de un momento:
—La señora Mina, nuestra pobre señora Mina, está cambiando.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, al ver que mis suposiciones
eran confirmadas de ese modo. Van Helsing continuó:
—Con la triste experiencia de la señorita Lucy, debemos estar prevenidos
esta vez, antes de que las cosas vayan demasiado lejos. Nuestra tarea es, ahora,
en realidad, más difícil que nunca, y este problema hace que cada hora que pasa
sea de la mayor importancia. Veo las características del vampiro aparecer en su
rostro. Es todavía algo muy ligero, pero puede verse si se le observa sin
prejuicios. Sus dientes son un poco más agudos y, a veces, sus ojos son más
duros. Pero eso no es todo; guarda frecuentemente silencio, como lo hacía la
señorita Lucy. No habla, aun cuando escribe lo que quiere que se sepa más
adelante. Ahora, mi temor es el siguiente: puesto que ella pudo, por el trance
hipnótico que provocamos en ella, decir qué veía y oía el conde, no es menos
cierto que él, que la hipnotizó antes, que bebió su sangre y le hizo beber de la
suya propia, puede, si lo desea, hacer que la mente de la señora Mina le revele lo
que conoce. ¿No parece justa esa suposición?
Asentí, y el maestro siguió diciendo:
—Entonces, lo que debemos hacer es evitar eso; debemos mantenerla en
la ignorancia de nuestro intento, para que no pueda revelar en absoluto lo que
no conoce. ¡Es algo muy doloroso! Tan doloroso, que me duele enormemente
tener que hacerlo, pero es necesario. Cuando nos reunamos hoy, voy a decirle
que, por razones de las que no deseamos hablar, no podrá volver a asistir a
nuestros consejos, pero que nosotros continuaremos custodiándola.
Se enjugó la frente, de la que le había brotado bastante sudor, al pensar
en el dolor que podría causar a aquella pobre mujer que ya estaba siendo tan
torturada. Sabía que le serviría de cierto consuelo el que yo le dijera que, por mi
parte, había llegado exactamente a la misma conclusión, puesto que, por lo
menos, le evitaría tener dudas. Se lo dije, y el efecto fue el que yo esperaba.
Falta ya poco para que llegue el momento de nuestra reunión general.
Van Helsing ha ido a prepararse para la citada reunión y la dolorosa parte que
va a tener que desempeñar en ella. Realmente creo que lo que desea es poder orar a solas.
Más tarde. En el momento mismo en que daba comienzo la reunión,
tanto van Helsing como yo experimentamos un gran alivio. La señora Harker
envió un mensaje, por mediación de su esposo, diciendo que no iba a reunirse
con nosotros entonces, puesto que estaba convencida de que era mejor que nos
sintiéramos libres para discutir sobre nuestros movimientos, sin la molestia de
su presencia. El profesor y yo nos miramos uno al otro durante un breve
instante y, en cierto modo, ambos nos sentimos aliviados. Por mi parte, pensaba
que si la señora Harker se daba cuenta ella misma del peligro, habíamos evitado
así un grave peligro y, sin duda, también un gran dolor. Bajo las circunstancias,
estuvimos de acuerdo, por medio de una pregunta y una respuesta, con un dedo
en los labios, para guardarnos nuestras sospechas, hasta que estuviéramos
nuevamente en condiciones de conversar a solas. Pasamos inmediatamente a
nuestro plan de campaña. Van Helsing nos explicó de manera resumida los hechos:
—El Czarina Catherine abandonó el Támesis ayer por la mañana.
Necesitará por lo menos, aunque vaya a la máxima velocidad que puede
desarrollar, tres semanas para llegar a Varna, pero nosotros podemos ir por
tierra al mismo lugar en tres días. Ahora bien, si concedemos dos días menos de
viaje al barco, debido a la influencia que tiene sobre el clima el conde y que
nosotros conocemos, y si concedemos un día y una noche como margen de
seguridad para cualquier circunstancia que pueda retrasarnos, entonces, nos
queda todavía un margen de casi dos semanas. Por consiguiente, con el fin de
estar completamente seguros, debemos salir de aquí el día diecisiete, como
fecha límite. Luego, llegaremos a Varna por lo menos un día antes de la llegada
del Czarina Catherine, en condiciones de hacer todos los preparativos que juzguemos necesarios.
Por supuesto, debemos ir todos armados… Armados contra todos los
peligros, tanto espirituales como físicos.
En eso, Quincey Morris añadió:
—Creo haber oído decir que el conde procede de un país de lobos, y es
posible que llegue allí antes que nosotros. Por consiguiente, aconsejo que
llevemos Winchesters con nosotros. Tengo plena confianza en los rifles
Winchester cuando se presenta un peligro de ese tipo. ¿Recuerda usted, Art,
cuando nos seguía la jauría en Tobolsk? ¡Qué no hubiéramos dado entonces por poseer un fusil de repetición!
—¡Bien! —dijo van Helsing—. Los Winchesters son muy convenientes.
Quincey piensa frecuentemente con mucho acierto, pero, sobre todo, cuando se
trata de cazar. Las metáforas son más deshonrosas para la ciencia que los lobos
peligrosos para el hombre. Mientras tanto, no podemos hacer aquí nada en
absoluto, y como creo que ninguno de nosotros está familiarizado con Varna,
¿por qué no vamos allá antes?
Resultará tan largo el esperar aquí como el hacerlo allá. Podemos
prepararnos entre hoy y mañana, y entonces, si todo va bien, podremos
ponemos en camino nosotros cuatro.
—¿Los cuatro? —dijo Harker, interrogativamente, mirándonos a todos, de uno en uno.
—¡Naturalmente! —dijo el profesor con rapidez—. ¡Usted debe quedarse para cuidar a su dulce esposa!
Harker guardó silencio un momento, y luego dijo, con voz hueca:
—Será mejor que hablemos de esto mañana. Voy a consultar con Mina al respecto.
Pensé que ése era el momento oportuno para que van Helsing le
advirtiera que no debería revelar a su esposa cuáles eran nuestros planes, pero no se dio por aludido.
Lo miré significativamente y tosí. A modo de respuesta, se puso un dedo
en los labios y se volvió hacia otro lado.


Del diario de Jonathan Harker
Octubre, por la tarde. Durante un buen rato, después de nuestra reunión
de esta mañana, no pude reflexionar. Las nuevas fases de los asuntos me
dejaron la mente en un estado tal, que me era imposible pensar con claridad. La
determinación de Mina de no tomar parte activa en la discusión me tenía
preocupado y, como no me era posible discutir de eso con ella, solamente podía
tratar de adivinar. Todavía estoy tan lejos como al principio de haber hallado la
solución a esa incógnita. Asimismo, el modo en que los demás recibieron esa
determinación, me asombró; la última vez que hablamos de todo ello,
acordamos que ya no deberíamos ocultarnos nada en absoluto unos a otros.
Mina está dormida ahora, calmada y tranquila como una niñita. Sus labios están
entreabiertos y su rostro sonríe de felicidad. ¡Gracias a Dios, incluso ella puede
gozar aún de momentos similares!
Más tarde. ¡Qué extraño es todo! Estuve observando el rostro de Mina,
que reflejaba tanta felicidad, y estuve tan cerca de sentirme yo mismo feliz un
momento, como nunca hubiera creído que fuera posible otra vez. Conforme
avanzó la tarde y la tierra comenzó a cubrirse de sombras proyectadas por los
objetos a los que iluminaba la luz del sol que comenzaba a estar cada vez más
bajo, el silencio de la habitación comenzó a parecerme cada vez más solemne.
De repente, Mina abrió los ojos y, mirándome con ternura, me dijo:
—Jonathan, deseo que me prometas algo, dándome tu palabra de honor.
Será una promesa que me harás a mí, pero de manera sagrada, teniendo a Dios
como testigo, y que no deberás romper, aunque me arrodille ante ti y te implore
con lágrimas en los ojos. Rápido; debes hacerme esa promesa inmediatamente.
—Mina —le dije—, no puedo hacerte una promesa de ese tipo
inmediatamente. Es posible que no tenga derecho a hacértela.
—Pero, querido —dijo con una tal intensidad espiritual que sus ojos
refulgían como si fueran dos estrellas polares—, soy yo quien lo desea, y no por
mí misma. Puedes preguntarle al doctor van Helsing si no tengo razón; si no
está de acuerdo, podrás hacer lo que mejor te parezca. Además, si están todos de
acuerdo, quedarás absuelto de tu promesa.
—¡Te lo prometo! —le dije; durante un momento, pareció sentirse
extraordinariamente feliz, aunque en mi opinión, toda felicidad le estaba
vedada, a causa de la cicatriz que tenía en la frente.
—Prométeme que no me dirás nada sobre los planes que hagan para su
campaña en contra del conde —me dijo—. Ni de palabra, ni por medio de
inferencias ni implicaciones, en tanto conserve esto.
Y señaló solemnemente la cicatriz de su frente. Vi que estaba hablando en
serio y le dije solemnemente también:
—¡Te lo prometo!
Y en cuanto pronuncié esas palabras comprendí que acababa de cerrarse una puerta entre nosotros.
Más tarde, a la medianoche. Mina se ha mostrado alegre y animada
durante toda la tarde. Tanto, que todos los demás parecieron animarse a su vez,
como dejándose contagiar por su alegría; como consecuencia de ello, yo también
me sentí como si el peso tremendo que pesa sobre todos nosotros se hubiera
aligerado un poco. Todos nos retiramos temprano a nuestras habitaciones. Mina
está durmiendo ahora como un bebé; es maravilloso que le quede todavía la
facultad de dormir, en medio de su terrible problema. Doy gracias a Dios por
ello, ya que, de ese modo, al menos podrá olvidarse ella de su dolor. Es posible
que su ejemplo me afecte, como lo hizo su alegría de esta tarde. Voy a intentarlo.
¡Qué sea un sueño sin pesadillas!
6 de octubre, por la mañana. Otra sorpresa. Mina me despertó
temprano, casi a la misma hora que el día anterior, y me pidió que le llevara al
doctor van Helsing. Pensé que se trataba de otra ocasión para el hipnotismo y,
sin vacilaciones, fui en busca del profesor. Evidentemente, había estado
esperando una llamada semejante, ya que lo encontré en su habitación
completamente vestido. Tenía la puerta entreabierta, como para poder oír el
ruido producido por la puerta de nuestra habitación al abrirse. Me acompañó
inmediatamente; al entrar en la habitación, le preguntó a Mina si deseaba que
los demás estuvieran también presentes.
—No —dijo con toda simplicidad—; no será necesario. Puede usted
decírselo más tarde. Deseo ir con ustedes en su viaje.
El doctor van Helsing estaba tan asombrado como yo mismo. Al cabo de
un momento de silencio, preguntó:
—Pero, ¿por qué?
—Deben llevarme con ustedes. Yo estoy más segura con ustedes, y
ustedes mismos estarán también más seguros conmigo.
—Pero, ¿por qué, querida señora Mina? Ya sabe usted que su seguridad
es el primero y el más importante de nuestros deberes. Vamos a acercarnos a un
peligro, al que usted está o puede estar más expuesta que ninguno de nosotros,
por las circunstancias y las cosas que han sucedido.
Hizo una pausa, sintiéndose confuso.
Al replicar, Mina levantó una mano y señaló hacia su frente.
—Ya lo sé. Por eso que debo ir. Puedo decírselo a ustedes ahora, cuando
el sol va a salir; es posible que no pueda hacerlo más tarde. Sé que cuando el
conde me quiera a su lado, tendré que ir. Sé que si me dice que vaya en secreto,
tendré que ser astuta y no me detendrá ningún obstáculo… Ni siquiera Jonathan.
Dios vio la mirada que me dirigió al tiempo que hablaba, y si había allí
presente uno de los ángeles escribanos, esa mirada ha debido quedar anotada
para honor eterno de ella. Lo único que pude hacer fue tomarla de la mano, sin
poder hablar; mi emoción era demasiado grande para que pudiera recibir el
consuelo de las lágrimas. Continuó hablando:
—Ustedes, los hombres, son valerosos y fuertes. Son fuertes reunidos,
puesto que pueden desafiar juntos lo que destrozaría la tolerancia humana de
alguien que tuviera que guardarse solo. Además, puedo serles útil, puesto que
puede usted hipnotizarme y hacer que le diga lo que ni siquiera yo sé.
El profesor hizo una pausa antes de responder.
—Señora Mina, es usted, como siempre, muy sabia. Debe usted
acompañarnos, y haremos juntos lo que sea necesario que hagamos.
El largo silencio que guardó Mina me hizo mirarla. Había caído de
espaldas sobre las almohadas, dormida; ni siquiera despertó cuando levanté las
persianas de la ventana y dejé que la luz del sol iluminara plenamente la
habitación. Van Helsing me hizo seña de que lo acompañara en silencio. Fuimos
a su habitación y, al cabo de un minuto, lord Godalming, el doctor Seward y el
señor Morris estuvieron también a nuestro lado. Les explicó lo que le había dicho Mina y continuó hablando:
—Por la mañana, debemos salir hacia Varna. Debemos contar ahora con
un nuevo factor: la señora Mina. Pero su alma es pura. Es para ella una
verdadera agonía decirnos lo que nos ha dicho, pero es muy acertado, y así
estaremos advertidos a tiempo. No debemos desaprovechar ninguna
oportunidad y, en Varna, debemos estar dispuestos a actuar en el momento en que llegue ese barco.
—¿Qué deberemos hacer exactamente? —preguntó el señor Morris, con
su habitual laconismo.
El profesor hizo una pausa, antes de responder.
—Primeramente, debemos tomar ese navío; luego, cuando hayamos
identificado la caja, debemos colocar una rama de rosal silvestre sobre ella.
Deberemos sujetarla, ya que cuando la rama está sobre la caja, nadie puede salir
de ella. Al menos así lo dice la superstición. Y la superstición debe merecemos
confianza en principio; era la fe del hombre en la antigüedad, y tiene todavía sus
raíces en la fe. Luego, cuando tengamos la oportunidad que estamos buscando…
Cuando no haya nadie cerca para vernos, abriremos la caja y…, y todo habrá concluido.
—No pienso esperar a que se presente ninguna oportunidad —dijo
Morris—. En cuanto vea la caja, la abriré y destruiré al monstruo, aunque haya
mil hombres observándome, y aunque me linchen un momento después.
Agarré su mano instintivamente y descubrí que estaba tan firme como un
pedazo de acero. Pienso que comprendió mi mirada; espero que la entendiera.
—¡Magnífico! —dijo el profesor van Helsing—. ¡Magnífico! ¡Nuestro
amigo Quincey es un hombre verdadero! ¡Que Dios lo bendiga por ello! Amigo
mío, ninguno de nosotros se quedará atrás ni será detenido por ningún temor.
Estoy diciendo solamente lo que podremos hacer… Lo que debemos hacer. Pero
en realidad ninguno de nosotros puede decir qué hará. Hay muchas cosas que
pueden suceder, y sus métodos y fines son tan diversos que, hasta que llegue el
momento preciso, no podremos decirlo. De todos modos, deberemos estar
armados, y cuando llegue el momento final, nuestro esfuerzo no debe resultar
vano. Ahora, dediquemos el día de hoy a poner todas nuestras cosas en orden.
Dejemos preparadas todas las cosas relativas a otras personas que nos son
queridas o que dependen de nosotros, puesto que ninguno de nosotros puede
decir qué, cuándo ni cómo puede ser el fin. En cuanto a mí, todos mis asuntos
están en orden y, como no tengo nada más que hacer, voy a preparar ciertas
cosas y a tomar ciertas disposiciones para el viaje. Voy a conseguir todos nuestros billetes, etcétera.
No había nada más de qué hablar, y nos separamos.
Ahora debo poner en orden todos mis asuntos sobre la tierra y estar
preparado para cualquier cosa que pueda suceder…
Más tarde. Ya está todo arreglado. He hecho mi testamento y todo está
completo. Mina, si sobrevive, es mi única heredera. De no ser así, entonces,
nuestros amigos, que tan buenos han sido con nosotros, serán mis herederos.
Se acerca el momento de la puesta del sol; el desasosiego de Mina me
hace darme cuenta de ello. Estoy seguro de que existe algo en su mente que
despierta en el momento de la puesta del sol. Esos momentos están llegando a
ser muy desagradables para todos nosotros, puesto que cada vez que el sol se
pone o sale, representa la posibilidad de un nuevo peligro…, de algún nuevo
dolor que, sin embargo, puede ser un medio del Señor para un buen fin. Escribo
todas estas cosas en mi diario, debido a que mi adorada esposa no debe tener
conocimiento de ellas por ahora, pero si es posible que las pueda leer más tarde,
estará preparado para que pueda hacerlo.
Me está llamando en este momento.

Scroll al inicio