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Capítulo 13

El maravilloso mago de Oz – Lyman Frank Baum

EL RESCATE

El León Cobarde sintióse muy complacido al saber que la Bruja Maligna se
había derretido al entrar en contacto con el agua, y Dorothy abrió en seguida
la puerta y lo dejó libre. Juntos marcharon hacia el castillo, donde lo
primero que hizo la niña fue reunir a todos los Winkies y anunciarles que ya no eran esclavos.
Fue inmensa la alegría de los liberados, pues la Bruja Maligna habíalos
obligado a trabajar duramente durante muchísimos años, tratándolos siempre
con extrema crueldad. Ese día lo declararon feriado para entonces y el
futuro, y siempre lo dedicaron a bailar y divertirse.
–¡Ah! -suspiró el León-. Sería feliz si estuvieran con nosotros el Espantapájaros y el Leñador.
–¿No crees que podríamos rescatarlos? -preguntó la niña.
–Podemos intentarlo -repuso el felino.
Llamaron entonces a los Winkies y les preguntaron si los ayudarían a
rescatar a sus amigos, a lo cual resrespondieron todos que con mucho gusto
harían cualquier cosa por Dorothy, a que era su salvadora. La niña eligió a
un grupo de Winkies que parecían más inteligentes que los otros y partieron
en seguida. Viajaron todo ese día y parte del siguiente hasta llegar a la llanura
rocosa donde yacía el Leñador completamente abollado y retorcido. Su
hacha se hallaba cerca, pero la hoja habíase oxidado y el mango estaba roto.
Los Winkies lo levantaron con gran cuidado y lo llevaron de regreso al
castillo, mientras que Dorothy derramaba algunas lágrimas por su amigo y
el León mostrábase profundamente afligido.
Cuando llegaron al castillo la niña preguntó a los Winkies: -¿Hay hojalateros entre ustedes?
–Claro que sí, y bastante hábiles -le contestaron.
–Entonces vayan a buscarlos -ordenó ella. Y cuando llegaron los hojalateros
con todas sus herramientas, les preguntó-: ¿Pueden arreglar esas abolladuras
del Leñador, darle nuevamente su forma y soldar las partes que tiene rotas?
Los hojalateros examinaron a la víctima con gran atención
y respondieron que creían poder arreglarlo para que quedara tan bueno
como nuevo. Acto seguido se pusieron a trabajar en uno de los grandes salones
del castillo y no cesaron de hacerlo durante cuatro días con sus
noches, martillando, torciendo, moldeando, soldando y puliendo el cuerpo,
los miembros y la cabeza del Leñador hasta que al fin le hubieron dado su
antigua forma y sus coyunturas funcionaron como antes. Claro que le
quedaron algunos remiendos, pero los obreros hicieron un buen trabajo, y
como el paciente no era vanidoso, no le molestaron en absoluto aquellos remiendos.
Cuando al fin fue al cuarto de Dorothy y le dio las gracias por haberlo
rescatado, sentíase tan contento que lloró de alegría, y la niña tuvo que enjugarle
cada una de las lágrimas con su delantal para que no se oxidara de
nuevo. Al mismo tiempo lloraba ella también por la felicidad de ver de nuevo
a su amigo, pero estas lágrimas no tuvo necesidad de enjugarlas. En
cuanto al León, se secó los ojos tan a menudo con la punta de la cola que se
le humedeció por completo y tuvo que salir al patio y ponerla al sol hasta que se le hubo secado.
–Me sentiría feliz del todo si el Espantapájaros estuviera de nuevo con
nosotros -dijo el Leñador cuando Dorothy le relató todo lo sucedido.
–Debemos tratar de encontrarlo -declaró ella.
Acto seguido llamó a los Winkies para que la ayudaran, y marcharon todo
ese día y parte del siguiente hasta llegar al árbol en cuyas ramas habían arrojado
los Monos Alados la ropa del Espantapájaros.
Era un árbol muy alto y de tronco demasiado liso, de modo que nadie podía
treparlo, pero el Leñador dijo en seguida:
–Lo echaré abajo para que podamos recobrar las ropas.
Ahora bien, mientras los hojalateros habían estado remendando al Leñador,
uno de los Winkies, que era orfebre, había hecho un mango de oro puro
para el hacha a fin de reemplazar al que estaba roto. Otros pulieron la hoja
hasta eliminar todo el óxido, de manera que ahora relucía como si fuera de plata.
Sin perder tiempo, el Leñador empezó a golpear con su hacha, derribando
en poco tiempo el árbol, y de entre sus ramas cayeron las ropas del Espantapájaros.
Dorothy las recogió e hizo que los Winkies las llevaran de regreso al castillo,
donde las rellenaron con paja limpia… y he
aquí que apareció otra vez el Espantapájaros, tan bueno como nuevo, y dándoles
profusas gracias por haberlo salvado.
Ahora que estaban todos reunidos, Dorothy y sus amigos pasaron unos días
maravillosos en el castillo, donde había todo lo necesario para que estuvieran cómodos.
Pero llegó el momento en que la niña volvió a pensar en su tía Em y dijo:
–Tenemos que volver adonde está Oz y pedirle que cumpla su promesa.
–Sí -asintió el Leñador-. Al fin conseguiré mi corazón.
–Y yo mi cerebro -agregó alegremente el Espantapájaros.
–Y yo valor -dijo el León en tono meditativo.
–Y yo regresaré a Kansas -exclamó Dorothy, batiendo palmas-. ¡Vamos
mañana a la Ciudad Esmeralda!
Así lo decidieron, y la mañana siguiente reunieron a los Winkies para despedirse.
Todos lamentaron muchísimo que se fueran, y tanto se habían encariñado
con el Leñador que le rogaron que se quedara con ellos para gobernar
toda la tierra de Occidente. Al convencerse de que se iban realmente,
regalaron a Toto y al León un collar de oro para cada uno. A Dorothy le
dieron un hermoso brazalete tachonado de brillantes. Al Espantapájaros le
obsequiaron un bastón con puño de oro para que no tropezara al caminar, y
al Leñador le ofrecieron una aceitera de plata repujada, con adornos de oro y piedras preciosas.
Cada uno de los viajeros respondió a estos regalos con un bonito discurso
de agradecimiento, y estrecharon la mano de todos con tal entusiasmo que les dolieron los dedos.
Dorothy abrió la alacena de la Bruja a fin de llenar su cesta con provisiones
para el viaje, y allí vio el Gorro de Oro. Se lo probó por curiosidad, descubriendo
que le sentaba perfectamente bien. Ignoraba el poder del Gorro,
pero vio que era bonito, y decidió llevarlo puesto y guardar su sombrero en la cesta.
Después, cuando ya estuvieron preparados para el viaje, partieron hacia la
Ciudad Esmeralda, mientras que los Winkies se despedían de ellos con
grandes demostraciones de afecto.

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