El maravilloso mago de Oz – Lyman Frank Baum
EL ATAQUE DE LOS ARBOLES BELICOSOS
La mañana siguiente Dorothy se despidió con un beso de la bonita doncella
verde y después saludaron todos al soldado de la barba que los había acompañado
hasta la puerta. Cuando el guardián volvió a verlos, se extrañó mucho
de que quisieran salir de la hermosa ciudad para correr nuevas aventuras;
pero en seguida les quitó los anteojos, que volvió a guardaren la caja
verde, y les deseó muy buena suerte.
–Ahora eres nuestro gobernante -dijo al Espantapájaros-. Así que debes volver lo antes posible.
–Lo haré si puedo -fue la respuesta-. Pero primero debo ayudar a Dorothy a regresar a su hogar.
Al despedirse del bondadoso guardián, la niña le dijo:
–Me han tratado muy bien en tu bonita ciudad, y todos han sido muy
buenos conmigo. No sé cómo agradecerles.
–No lo intentes siquiera, querida -repuso él-. Nos gustaría conservarte con
nosotros, pero, ya que deseas regresar a Kansas, espero que encuentres el camino.
Abrió entonces la puerta exterior y los amigos salieron por ella para emprender su viaje.
El sol brillaba con todo su esplendor cuando nuestros amigos se volvieron
hacia el Sur; estaban todos muy animados y reían y charlaban alegremente.
A Dorothy la alentaba de nuevo la esperanza de regresar al hogar, y el Espantapájaros
y el Leñador se alegraban de poder serle útiles. En cuanto al
León, aspiró el aire libre con deleite y agitó la cola fuertemente, lleno de
alegría al hallarse de nuevo en campo abierto. Toto, por su parte, corría
alrededor de todos ellos y se alejaba a veces persiguiendo mariposas, sin
dejar de ladrar en ningún momento.
–La vida de la ciudad no me sienta -comentó el León mientras iban
marchando a paso vivo-. He perdido kilos mientras estuve allá, y ahora estoy
ansioso por demostrar a las otras fieras lo valiente que soy.
Se volvieron entonces para lanzar una última mirada a la Ciudad Esmeralda,
y todo lo que pudieron ver fue el perfil de las torres y campanarios detrás
de los muros verdes y, muy por encima de todo, la cúpula enorme del Palacio de Oz.
–La verdad es que Oz no era malo como mago -dijo el Leñador al sentir que
el corazón le golpeteaba dentro del pecho.
–Supo darme un cerebro, y muy bueno por cierto -manifestó el Espantapájaros.
–Si él hubiera tomado la misma dosis de valor que me dio a mí -terció el
León-, habría sido un hombre muy valiente.
Dorothy no dijo nada. Oz no había cumplido la promesa que le hiciera,
aunque hizo todo lo posible, de modo que lo perdonaba. Como él mismo
decía, era un buen hombre, aunque de mago no tuviera nada.
El primer día de viaje los llevó a través de los verdes campos salpicados de
flores que se extendían alrededor de la Ciudad Esmeralda. Aquella noche
durmieron sobre la hierba, sin otra manta que las estrellas que brillaban en
el cielo; sin embargo, descansaron muy bien.
En la mañana continuaron andando hasta llegar a un espeso bosque al que
parecía imposible rodear, pues se extendía a izquierda y derecha tan lejos
como alcanzaba la vista. Además, no se atrevían a desviarse de la ruta directa
por temor de extraviarse. De modo que empezaron a buscar un punto
por el cual fuera fácil entrar en el bosque.
El Espantapájaros, que iba a la cabeza del grupo, descubrió al fin un corpulento
árbol dotado de ramas tan extendidas hacia los costados que por debajo
podrían pasar todos ellos. Al observar el espacio libre, encaminóse hacia
el árbol, mas cuando llegaba debajo de las primeras ramas, éstas se inclinaron
y se enroscaron en su cuerpo, levantándolo acto seguido para arrojarlo
con fuerza hacia donde se hallaban sus compañeros de viaje.
Aunque esto no le hizo daño, no dejó de sorprenderlo, y el pobre hombre de
paja parecía un tanto atontado cuando Dorothy lo ayudó a levantarse.
–Allí hay otro espacio entre los árboles -anunció el León.
–Déjenme probar a mi primero -pidió el Espantapájarospues no me hace
daño que me arrojen a tierra.
Así hablando, encaminóse hacia el otro árbol, pero las ramas lo apresaron
inmediatamente y volvieron a arrojarlo al
–Es muy extraño -dijo Dorothy-. ¿Qué podemos hacer?
–Parece que los árboles han decidido luchar contra nosotros para impedir
nuestro viaje -comentó el León.
Creo que ahora voy a probar yo -dijo el Leñador.
Se echó el hacha al hombro y fue hacia el primero de los árboles que tan
mal había tratado al Espantapájaros. Cuando una gruesa rama descendió
para apoderarse de él, el hombre de hojalata le asestó un tajo tan feroz que
la cortó en dos. En seguida empezó el árbol a sacudir todas sus otras ramas
como si estuviera muy dolorido, y el Leñador pudo pasar por debajo sin ninguna dificultad.
–¡Vamos! -les gritó a los otros-. ¡Aprisa!
Todos se adelantaron a la carrera y pasaron debajo del árbol sin sufrir el
menor daño, salvo Toto, al que apresó una rama pequeña que lo sacudió
hasta hacerlo aullar, pero el Leñador la cortó sin demora, liberando así al perrito.
Los otros árboles del bosque no hicieron nada para impedir su paso, razón
por la cual los viajeros comprendieron que sólo la primera hilera podía
doblar sus ramas hacia abajo, y probablemente eran los guardianes del
bosque, dotados de aquel maravilloso poder a fin de mantener alejados a los intrusos.
Los cuatro amigos marcharon tranquilamente por entre los árboles hasta llegar
al otro lado del bosque, y allí, para su gran sorpresa, se hallaron frente a
un alto muro que parecía de porcelana blanca. Era tan pulido como la superficie
de un plato y se elevaba muy por encima de las cabezas de todos ellos.
–¿Qué hacemos ahora? -preguntó Dorothy.
–Fabricaré una escalera -manifestó el Leñador-, pues no cabe duda que
debemos pasar por sobre ese muro.