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Capítulo 46

Emma – Jane Austen

Una mañana, unos diez días después de la muerte de la señora Churchill,
Emma tuvo que bajar precipitadamente a la puerta para recibir al señor
Weston, que «sólo podía quedarse cinco minutos y tenía una gran
urgencia de hablar con ella». El señor Weston salió a su encuentro a la
puerta del salón, y después de saludarla en su habitual tono de voz,
inmediatamente le susurró al oído para que no les oyera su padre:
—¿Puede venir a Randalls esta misma mañana? Venga por poco que
pueda. La señora Weston quiere verla. Necesita verla. —¿Se encuentra mal?
—No, no; en absoluto; sólo un poco nerviosa. Hubiese podido hacer
preparar el coche y venir ella misma; pero tiene que verla a solas, y, claro,
aquí… —señalando a su padre con la cabeza—. Bueno… ¿puede usted venir?
—Desde luego. Ahora mismo si quiere. Me es imposible negarme a una
cosa que me pide de este modo. Pero ¿de qué se trata? ¿De verdad que
no está enferma?
—No, no, no se trata de nada de eso… Pero no haga más preguntas. En
seguida lo sabrá todo. ¡Es lo más increíble…! Pero ¡vamos, vamos!
Incluso a Emma le resultaba imposible adivinar lo que significaba todo
aquello. Por su tono dedujo que se trataba de algo realmente importante;
pero como su amiga se encontraba bien, intentó tranquilizarse, y después
de explicar a su padre que iba a salir a dar un paseo, ella y el señor
Weston no tardaron en salir juntos de la casa y en dirigirse a Randalls a un
paso muy vivo.
—Ahora —dijo Emma, cuando ya se hubieron alejado bastante de la verja
de la casa—, ahora, señor Weston, dígame lo que ha ocurrido.
—No, no —replicó él muy serio—, no me lo pregunte a mí. He prometido a
mi esposa que le dejaría contárselo todo. Ella se lo contará mejor que yo.
No sea impaciente, Emma, dentro de un momento lo sabrá todo.
—No, dígamelo ahora —exclamó Emma deteniéndose horrorizada—.
¡Santo Cielo! Señor Weston, dígamelo en seguida… ha ocurrido algo en
Brunswick Square, ¿verdad? Sí, estoy segura. Dígamelo, cuénteme ahora
mismo todo lo que ha pasado.
—No, no, se equivoca usted…
—Señor Weston, no juegue usted conmigo… piense usted en cuántos
seres queridos tengo ahora en Brunswick Square. ¿Cuál de ellos es? Le
ruego por lo más sagrado… no trate de ocultármelo…
—Emma, le doy mi palabra…
—¡Su palabra…! ¿Por qué no me lo jura? ¿Por qué no me jura que es algo
que no tiene nada que ver con ninguno de ellos? ¡Santo Cielo! ¿Qué
pueden tener que comunicarme que no sea referente a alguien de aquella familia?
—Le juro —dijo él gravemente— que no tiene nada que ver con ellos. No
tiene la menor relación con nadie que lleve el apellido Knightley.
Emma cobró ánimos y siguió andando.
—Me he expresado mal —siguió diciendo el señor Weston— al decir que
era algo que teníamos que comunicarle. No hubiera tenido que decírselo
así. En realidad no le concierne a usted… sólo me concierne a mí… es
decir, eso es lo que esperamos… Sí, eso es… en resumen, mi querida
Emma, que no hay motivos para que se intranquilice. No es que diga que
no se trata de un asunto desagradable… pero las cosas podrían ser
mucho peor… si apretamos el paso en seguida llegaremos a Randalls.
Emma comprendió que debía esperar; y ahora ya no le exigía tanto
esfuerzo; por lo tanto no hizo más preguntas, dedicándose simplemente a
dejar volar su fantasía, y ello no tardó en llevarle a la suposición de que
debía de tratarse de algún problema de dinero… algún hecho
desagradable que se habría acabado de descubrir en el seno de la
familia… algo de lo que se habrían enterado gracias al reciente
fallecimiento de la señora Churchill. Su fantasía era incansable. Tal vez
media docena de hijos naturales… ¡Y el pobre Frank desheredado! Una
cosa así no era nada agradable, pero tampoco era como para angustiarla.
Apenas le inspiraba algo más que una viva curiosidad.
—¿Quién es aquel señor a caballo? —dijo ella mientras seguían andando.
Emma hablaba sobre todo con la intención de ayudar al señor Weston a
guardar su secreto.
—No lo sé… uno de los Otway… no es Frank; le aseguro que no es Frank.
No le verá usted. A estas horas está a medio camino de Windsor.
—Entonces es que les ha hecho una visita, ¿no?
—¡Oh, sí! ¿No lo sabía? Bueno, no tiene importancia.
Permaneció en silencio durante unos momentos; y luego añadió en un
tono mucho más precavido y grave:
—Sí, Frank ha venido a vernos esta mañana sólo para saber cómo estábamos.
Apretaron el paso y no tardaron en llegar a Randalls.
—Bueno, querida —dijo al entrar en el salón—, ya ves que te la he traído;
ahora supongo que pronto te sentirás mejor. Os dejaré solas. No serviría
de nada seguir aplazándolo. No me iré muy lejos por si me necesitáis.
Y Emma oyó claramente que añadía en voz más baja antes de abandonar la estancia:
—He cumplido mi palabra, no tiene ni la menor idea.
La señora Weston tenía tan mal aspecto y parecía tan preocupada que la
inquietud de Emma aumentó; y apenas estuvieron solas la joven dijo rápidamente:
—¿Qué ocurre, mi querida amiga? Veo que ha sucedido algo muy
desagradable; dime inmediatamente de qué se trata. He venido durante
todo el camino sin saber qué pensar. Las dos odiamos los misterios. No
me tengas por más tiempo en esta incertidumbre. Te hará bien hablar de
esta desgracia, sea lo que sea.
—¿Es cierto que aún no sabes nada? —dijo la señora Weston con voz
temblorosa—. ¿No adivinas, mi querida Emma… no eres capaz de
adivinar lo que vas a oír?
—Supongo que es algo referente al señor Frank Churchill, ¿no?
—Sí, lo has acertado. Es algo que se refiere a él, y voy a decírtelo sin más
rodeos —reemprendiendo su labor y pareciendo decidida a no levantar los
ojos de ella—; esta misma mañana ha venido a vernos para decirnos algo
inimaginable. No puedes imaginar la sorpresa que hemos tenido. Ha
venido para hablar con su padre… para anunciarle que estaba enamorado…
Se interrumpió para tomar aliento. Emma primero pensó en sí misma y
luego en Harriet.
—Bueno, en realidad se trata de algo más que de un enamoramiento
—siguió diciendo la señora Weston—; es todo un compromiso… un
compromiso matrimonial en toda regla… ¿Qué vas a decir, Emma… qué
van a decir los demás cuando se sepa que Frank Churchill y la señorita
Jane Fairfax están prometidos; mejor dicho, ¡que hace ya mucho tiempo
que están prometidos!?
Emma, boquiabierta, se incorporó… y exclamó llena de estupefacción.
—¡Jane Fairfax! ¡Cielo Santo! ¿No hablarás en serio? No puedo creerlo.
—Comprendo que te quedes asombrada —siguió la señora Weston aún
sin levantar los ojos y hablando con rapidez para que Emma tuviese
tiempo de rehacerse—, comprendo que te quedes asombrada. Pero es
así. Entre ellos hay un compromiso formal desde el pasado mes de
octubre… la cosa ocurrió en Weymouth y ha sido un secreto para todo el
mundo. Nadie más lo ha sabido… ni los Campbell, ni la familia de ella ni la
de él… Es algo tan fuera de lo común que aunque estoy totalmente
convencida del hecho a mí misma me resulta increíble. Apenas puedo
creerlo… yo que creía conocerle…
Emma apenas oía lo que le decían… su mente se hallaba dividida entre
dos ideas… Las conversaciones que ellos dos habían sostenido tiempo
atrás acerca de la señorita Fairfax y la pobre Harriet; y durante un rato sólo
fue capaz de emitir exclamaciones de sorpresa y de pedir una y otra vez
que le confirmasen la noticia, que le repitiesen la confirmación.
—Bueno —dijo por fin tratando de dominarse—; es algo en lo que tendré
que pensar por lo menos medio día antes de llegar a comprenderlo del
todo… ¡Vaya!… Ha estado prometido con ella durante todo el invierno…
antes de que ninguno de los dos viniera a Highbury, ¿no?
—Se prometieron en octubre… en secreto… eso me ha dolido mucho,
Emma, muchísimo. También ha dolido mucho a su padre. Hay detalles en
su conducta que no podemos excusar.
Emma reflexionó durante unos momentos y luego replicó:
—No voy a pretender que no te entiendo; y para consolarte dentro de lo
que me es posible, te diré que puedes estar segura que sus atenciones
para conmigo no han tenido el efecto que tú temes.
La señora Weston levantó la mirada como sin atreverse a creer lo que oía;
pero la actitud de Emma era tan firme como sus palabras.
—Para que tengas menos dificultad en creer esta jactancia de que ahora
me es totalmente indiferente —siguió diciendo—, te diré algo más: que
hubo una época en los primeros tiempos de nuestra amistad en que me
sentía atraída por él, en que estaba muy propensa a enamorarme de él…
mejor dicho, en que estuve enamorada… y tal vez lo más extraño es cómo
terminó ese enamoramiento. Sin embargo, por fortuna el hecho es que
terminó, y la verdad es que hace ya tiempo, por lo menos estos últimos
tres meses, que ya no siento ninguna atracción por él. Puedes creerme;
ésta es la pura verdad.
La señora Weston la besó con lágrimas de alegría; y cuando pudo articular
unas palabras le aseguró que lo que le acababa de decir le había hecho
más bien que ninguna otra cosa del mundo.
—El señor Weston se alegrará casi tanto como yo misma —dijo ella—.
Este detalle nos ha preocupado muchísimo. Era nuestro mayor deseo el
que os sintierais atraídos el uno por el otro. Y nosotros estábamos
convencidos de que había sido así… imagínate lo que hemos sufrido por ti
al saber todo eso.
—Me he salvado de este peligro; y el haberme salvado es una agradable
sorpresa tanto para vosotros como para mí. Pero eso no le libra de su
responsabilidad; y debo decir que su proceder me parece muy censurable.
¿Qué derecho tenía a presentarse aquí de una manera tan desenvuelta
estando ya prometido? ¿Qué derecho tenía a querer agradar (porque eso
es lo que hizo), a distinguir a una joven con sus constantes atenciones
(como lo hizo), cuando en realidad ya pertenecía a otra? ¿Cómo no
pensaba en el mal que podía llegar a hacer? ¿Cómo no pensaba que
podía inducirme a mí a enamorarme de él? Todo esto es indigno,
totalmente reprobable.
—Por una cosa que él dijo, mi querida Emma, yo más bien imagino…
—Y ¿cómo podía ella tolerar una conducta semejante? ¡Verlo todo con
tanta sangre fría! ¡Ver cómo se tenían constantes atenciones a otra mujer,
en presencia suya, sin demostrar nada! ¡Éste es un tipo de impasibilidad
que no puedo ni comprender ni respetar!
—Había desavenencias entre ellos, Emma; él lo ha dicho con toda
claridad. No ha tenido tiempo de dar muchas explicaciones. Sólo ha
estado aquí un cuarto de hora, y su excitación no le permitía aprovechar el
poco tiempo de que disponía… pero que había desavenencias entre ellos
lo ha dicho explícitamente. Parece ser que ésta ha sido la causa de esta
crisis de ahora; y las desavenencias posiblemente surgieron debido a lo
impropio de su proceder.
—¡Impropio! ¡Oh, querida, eres muy benigna al censurarle! ¡Mucho peor
que impropio, mucho peor! Ha sido algo que le ha desmerecido tanto a mis
ojos… ¡Oh, tanto…! ¡Es tan indigno de un hombre hacer una cosa
semejante! Es algo tan opuesto a la honradez inflexible, a la fidelidad a la
verdad y a los buenos principios, al desdén por el engaño y la ruindad que
debe demostrar siempre un hombre en todas las situaciones de su vida…!
—Bueno, querida Emma, me obligas a salir en defensa suya; porque
aunque en este caso haya obrado mal, le conozco lo suficiente para poder
tener la seguridad de que posee muchas, pero que muchas buenas cualidades; y…
—¡Cielo Santo! —exclamó Emma interrumpiendo a su amiga. Y además lo
de la señora Smallridge! ¡Jane que estaba a punto de irse a trabajar como
institutriz! ¿Qué pretendía con esa horrible falta de delicadeza?
¡Consentirle que se comprometiera a ponerse a trabajar…! ¡Consentirle
que incluso pensara en tomar una decisión como ésta!
—Frank no sabía nada de todo esto, Emma. En ese asunto sí que tengo
que justificarle. Fue una decisión que tomó ella por sí misma… sin
comunicárselo a Frank… o por lo menos sin comunicárselo de un modo
resuelto… Hasta ayer sé que él dijo que no sabía nada de los planes de
Jane. Se enteró, no sé cómo… debió de ser por alguna carta o por alguien
que se lo dijo… y al saber lo que ella iba a hacer, al enterarse de este
proyecto, fue cuando se determinó a descubrirlo todo en seguida, a
confesarlo todo a su tío y a acogerse a su bondad, y en resumen a poner
fin a esta lamentable situación de engaños y disimulos que ya había
durado tanto tiempo.
Emma empezó a escuchar con más atención y sosiego.
—Pronto tendré noticias suyas —continuó diciendo la señora Weston—. Al
irse me dijo que me escribiría en seguida; y lo dijo de una manera que
parecía prometerme que daría muchos detalles más que entonces no tenía
tiempo de aclarar. Por lo tanto esperemos esta carta. Quizá contenga
muchos atenuantes. Quizás entonces podamos comprender y excusar
muchas cosas que ahora nos resultan incomprensibles. No seamos
severas, no tengamos tanta prisa por condenarle. Tengamos paciencia. Yo
le quiero; y ahora que ya me has tranquilizado sobre una cuestión que me
preocupaba, una cuestión muy concreta, deseo con toda mi alma que todo
termine bien y no pierdo la esperanza de que así sea. Los dos tienen que
haber sufrido mucho en medio de tantos secretos y tantos disimulos.
—¿Sufrir él? —replicó Emma secamente—. No parece que todo esto le
haya hecho mucha mella. Bueno, ¿y cómo se lo tomó el señor Churchill?
—Pues muy favorablemente para su sobrino… dio su consentimiento
apenas sin poner dificultades. ¡Imagínate cómo los acontecimientos de
esta semana han llegado a introducir cambios en la familia! Mientras vivía
la pobre señora Churchill supongo que no había ni una esperanza, ni la
menor posibilidad… pero apenas sus restos descansan en el panteón de
la familia, su esposo se deja convencer para hacer todo lo contrario de lo
que ella hubiese querido. ¡Qué gran suerte es el que las influencias que se
ejercen indebidamente no nos sobrevivan! Le costó muy poco dejarse
convencer para dar su consentimiento.
«¡Ah! —pensó Emma—. Igual hubiese ocurrido si se hubiera tratado de Harriet».
—Eso se acordaba ayer por la noche, y Frank salía de Richmond al
amanecer. Se detuvo algún tiempo en Highbury… en casa de las Bates,
supongo… y luego vino directamente hacia aquí; pero tenía tanta prisa por
volver al lado de su tío que ahora le necesita más que nunca, que, como
ya te he dicho, apenas pudo estar con nosotros un cuarto de hora…
Estaba muy nervioso… sí, mucho… hasta el punto de que me parecía ser
casi otra persona distinta a la que yo conocía… Y añade a todo lo demás
la inquietud que tenía porque acababa de ver que Jane estaba tan
enferma, de lo cual él no tenía la menor sospecha… y por todas las
apariencias, yo deduje que eso le tenía preocupadísimo.
—Pero ¿crees de veras que este asunto ha sido llevado tan en secreto
como dice…? Los Campbell, los Dixon… ¿ninguno de ellos sabía nada de su compromiso?
Emma no podía citar el nombre de Dixon sin un ligero rubor.
—Nadie; nadie lo sabía. Insistió en que no lo sabía absolutamente nadie, salvo ellos dos.
—Bueno —dijo Emma—, supongo que ya nos iremos acostumbrando poco
a poco a la idea, y les deseo que sean muy felices. Pero siempre pensaré
que el suyo ha sido un proceder odioso. ¡Ha sido algo más que toda una
red de hipocresías y de engaños… de intrigas y de falsedades!
Presentarse aquí fingiendo espontaneidad, sinceridad… y haber urdido
toda esa combinación en secreto para poder conocernos y juzgarnos a
todos… Durante todo el invierno y toda la primavera hemos vivido
completamente engañados, imaginando que éramos todos igualmente
sinceros y francos mientras había entre nosotros dos personas que se
comunicaban sin que nadie lo supiera, que comparaban y juzgaban sobre
sentimientos y palabras de las que nunca hubieran debido enterarse
ambos… Ahora tienen que atenerse a las consecuencias si han oído
hablar el uno del otro de un modo no del todo agradable…
—Eso no me preocupa lo más mínimo —dijo la señora Weston—. Estoy
completamente segura de que nunca he dicho nada a uno de los dos
respecto al otro que los dos no pudieran oír.
—Tienes suerte… yo fui la única que me enteré de tu error… cuando
imaginaste que cierto amigo nuestro estaba enamorado de esta señorita.
—Sí, cierto. Pero como siempre he tenido muy buena opinión de la
señorita Fairfax, ningún error ha podido hacerme hablar mal de ella; y en
cuanto a criticarle a él, de eso jamás he sentido la menor tentación.
En aquel momento apareció el señor Weston a cierta distancia de la
ventana, evidentemente vigilando lo que ocurría. Su esposa le invitó a
entrar con un ademán; y mientras él iba a dar la vuelta, la señora Weston añadió:
—Ahora, mi querida Emma, te suplico que digas a mi marido todo lo que
creas que pueda servir para tranquilizarle y hacerle ver esta unión como
algo ventajoso. Hagamos lo que podamos para convencerle… y al fin y al
cabo sin necesidad de mentir pueden hacerse casi todos los elogios de
ella. No es que sea una boda como para quedar excesivamente
satisfecho; pero si el señor Churchill no pone obstáculos, ¿por qué vamos
a ponerlos nosotros? Y en el fondo tal vez sea una suerte para él… Quiero
decir que puede ser muy beneficioso para Frank haberse enamorado de
una muchacha de tanta firmeza de carácter y de tanto criterio como yo
siempre he creído que tenía Jane… y aún estoy dispuesta a creerlo, a
pesar de que en esta ocasión se haya desviado tanto de las normas que
rigen una conducta leal. Y a pesar de todo, en una situación como la suya
no sería muy difícil justificar un error como éste…
—Sí, es verdad —exclamó Emma vivamente—. Si puede disculparse a
una mujer por pensar sólo en sí misma es en una situación como la de
Jane Fairfax… En esos casos casi puede decirse que «no pertenece al
mundo, ni a las normas del mundo…»
Emma recibió al señor Weston con un aspecto sonriente, y exclamó:
—¡Vaya! Veo que me ha gastado una buena broma… Supongo que todo
eso estaba destinado a excitar mi curiosidad y ejercitar mis dotes de
adivinación. Pero la verdad es que me asustó usted. Yo ya creía que por lo
menos había perdido la mitad de su fortuna. Y ahora resulta que en vez de
ser una cosa como para consolarles, es algo que merece que le den la
enhorabuena… Señor Weston, le doy mi enhorabuena de todo corazón
porque va usted a tener por nuera a una de las jóvenes más encantadoras
y de mejores prendas de toda Inglaterra.
Una mirada o dos que cambiaron marido y mujer acabaron de convencerle
de que todo iba tan bien como parecían proclamar aquellas palabras; y el
beneficioso efecto de esta convicción se dejó sentir inmediatamente en su
estado de ánimo. Su porte y su voz recobraron su habitual jovialidad. Lleno
de gratitud, estrechó cordialmente la mano de la joven, y empezó a hablar
de la cuestión en un tono que demostraba que ahora sólo necesitaba
tiempo y persuasión para creer que aquel compromiso matrimonial
después de todo no era una cosa demasiado mala. Ellas sólo le sugirieron
lo que podía paliar la imprudencia y suavizar las dificultades; y una vez
hubieron hablado de ello todos juntos, y el señor Weston hubo vuelto a
hablar con Emma en el camino de regreso a Hartfield, se acostumbró
totalmente a la idea y llegó a no estar lejos de pensar que había sido lo
mejor que Frank hubiese podido hacer.

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