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Capítulo 50

Emma – Jane Austen

¡Qué enorme diferencia había entre los sentimientos de Emma al salir de
su casa y al volver a entrar en ella! Había salido al jardín sin atreverse a
esperar más que un pequeño respiro para sus zozobras… Y ahora se
sentía invadida por una maravillosa sensación de felicidad… felicidad que,
además, sabía que iba a ser aún mayor cuando hubiese pasado la
turbación de aquellos primeros momentos.
Se sentaron a tomar el té… las mismas personas reunidas en torno a la
misma mesa… ¡Cuántas veces se habían reunido los tres en aquel mismo
lugar! ¡Y cuántas veces los ojos de Emma se habían posado en los
mismos arbustos que crecían entre la hierba, y habían contemplado el
hermoso efecto de la puesta de sol! Pero nunca en aquel estado de ánimo,
nunca como aquella vez; y ahora le resultaba difícil dominarse lo suficiente
para ser la atenta ama de casa de siempre, incluso la hija cariñosa de costumbre.
El pobre señor Woodhouse no podía estar más lejos de sospechar lo que
se estaba tramando contra él en el corazón de aquel hombre a quien había
acogido con tanta cordialidad, a quien había preguntado con tanto interés
si no se había resfriado al venir de Londres bajo la lluvia… De haber
podido penetrar en su corazón, se hubiera preocupado muy poco por sus
pulmones; pero sin imaginar ni el más remoto atisbo de los peligros que le
amenazaban, sin advertir ni la menor diferencia anormal en el aspecto o la
actitud de ninguno de los dos, les repitió feliz y tranquilo todas las noticias
que acababa de darle el señor Perry, y siguió conversando con ellos muy
satisfecho de sí mismo, incapaz de sospechar las noticias que ellos a su
vez hubieran podido contarle.
Mientras el señor Knightley permaneció en la casa, la agitación de Emma
no se calmó; pero una vez se hubo ido empezó a tranquilizarse un poco y
a lograr dominarse… y durante toda la noche que pasó en vela, que fue el
precio que tuvo que pagar por una tarde como aquella, vio que había una
o dos cuestiones muy graves sobre las que reflexionar y que le hicieron
advertir que incluso su felicidad no iba a dejar de tener ciertas sombras. Su
padre… y Harriet. No podía quedarse a solas sin darse cuenta de la
enorme importancia que tenían para ella los derechos de ambos; y lo difícil
era conseguir para los dos la máxima felicidad posible. Con respecto a su
padre el problema sólo admitía una solución. Apenas sabía aún lo que el
señor Knightley iba a exigir; pero tras un breve sondeo de su propio
corazón, adoptó la solemne decisión de no abandonar nunca a su padre…
Incluso descartó la simple idea de hacerlo, como si sólo al pensarlo se
hiciese responsable de una grave culpa. Mientras él viviera sólo debía
prometerse, no casarse; pero se dijo a sí misma que, alejado el peligro de
perderla, aumentaría el bienestar y la seguridad de su padre… En cuanto
al mejor modo de obrar respecto a Harriet, la decisión era mucho más
difícil… ¿Cómo evitarle un dolor innecesario? ¿Cómo sacrificarse por ella
dentro de lo que fuera posible? ¿Cómo conseguir demostrarle que no era
su enemiga? En lo tocante a estos puntos, sus dudas y su desasosiego no
podían ser mayores… y su memoria tuvo que volver a evocar una y otra
vez aquellos amargos reproches, aquellas penosas lamentaciones que no
habían dejado de obsesionarla en los últimos días… Por último sólo pudo
decidir que seguiría evitando encontrarse con ella y que le comunicaría
todo lo que tuviera que decirle por carta; pensó que en aquella situación lo
mejor sería que Harriet se fuera de Highbury por algún tiempo, y pasando
ya a esbozar otro plan, casi concluyó que podría lograrse que la invitaran
en Brunswick Square… Isabella estaría encantada de tener a Harriet a su
lado… y unas cuantas semanas en Londres no dejarían de distraerla…
Por otra parte no creía que Harriet fuese una muchacha como para olvidar
sus pesares distrayéndose con cosas nuevas y distintas, con calles,
tiendas y niños. En todo caso, sería una prueba de atención y de cariño
por parte de ella, que era la responsable de todo; una separación
momentánea; un aplazamiento de aquel triste día en el que era forzoso
que volvieran a encontrarse todos juntos.
Se levantó temprano y escribió la carta a Harriet; una ocupación que la
dejó tan pensativa, casi podría decirse tan triste, que cuando el señor
Knightley llegó a Hartfield para desayunar aún le pareció que llegaba
demasiado tarde; luego necesitó media hora de pasear con él y de
conversar sobre los últimos acontecimientos, para poder recuperar la
misma sensación de felicidad de la tarde anterior.
Al poco rato de haberla dejado, demasiado poco para que Emma tuviese
aún la menor tentación de pensar en nadie más, trajeron una carta de
Randalls… un sobre muy abultado; Emma adivinó lo que contenía y pensó
que era necesario leerla… En aquellos momentos se sentía muy benévola
para con Frank Churchill; no quería explicaciones… sólo quería que la
dejaran a solas con sus pensamientos… y por otra parte se sentía incapaz
de comprender nada de lo que él podía escribir; sin embargo tenía que
desembarazarse de aquella cuestión. Abrió el sobre, segura de lo que
contenía… Una breve nota de la señora Weston dirigida a ella,
acompañada de la carta que Frank Churchill había escrito a la señora Weston:


Mi querida Emma, te envío con el mayor placer la carta adjunta. Sé que
sabrás apreciarla en todo lo que vale y que no tendrás la menor duda de
las buenas consecuencias que ha tenido… No creo que nunca más
volvamos a disentir gravemente en nuestra opinión acerca de quien la ha
escrito; pero no quiero entretenerte más haciendo un prólogo demasiado
largo… Estamos todos bien… Esta carta ha sido la mejor medicina para
todos los pequeños trastornos nerviosos que he tenido últimamente… No
me dejó tranquila el aspecto que tenías el martes, pero la mañana no era
de las más propicias; y aunque tú nunca quieres reconocer que el tiempo
te influye en tu estado de ánimo, creo que todo el mundo se resiente
cuando sopla viento del noreste. Me acordé mucho de tu querido padre
durante la tormenta del martes por la tarde y de ayer por la mañana, pero
ayer por la noche me tranquilicé al saber por el señor Perry que no se
había encontrado mal. Recibe un cariñoso saludo de


A. W.


(A la señora Weston)
Windsor. Julio.
Apreciada señora:
Si ayer supe expresarme como era mi deseo, habrán estado ustedes
esperando esta carta; pero tanto si la esperaban como si no, sé que será
leída con buena voluntad y con indulgencia… Usted, tan bondadosa, creo
que necesitará recurrir a toda su bondad para disculpar ciertos aspectos
de mi pasada conducta… Pero ya he sido perdonado por alguien que tenía
más motivos para sentirse ofendido. A medida que voy escribiendo me
siento con más valor. Es difícil para el afortunado ser humilde. Yo he
tenido ya tanta fortuna en las dos ocasiones en las que he solicitado
perdón, que corro el peligro de creerme demasiado seguro de obtener el
de usted ahora, y luego el de aquellos de sus amigos que tengan algún
motivo para considerar que me he portado mal con ellos. Todos ustedes
deben intentar comprender cuál era exactamente mi situación cuando
llegué por vez primera a Randalls; debe usted pensar que entonces poseía
un secreto que debía seguir siéndolo costara lo que costase. Ésta era la
realidad. El derecho que tenía a ponerme en una situación que requería tal
disimulo ya es otro asunto. No voy a discutirlo aquí. En lo referente a mi
tentación de creerlo un derecho, remito a quien no opine así a una casa de
ladrillos de Highbury, una casa con simples ventanas en la planta baja y
con puertas ventanas en el primer piso. Yo no me atrevía a dirigirme a ella
abiertamente; mis dificultades, en el estado de cosas que había entonces
en Enscombe, son ya lo bastante conocidas para que necesite explicarme
más; y fui tan afortunado que conseguí mi propósito antes de que nos
separáramos en Weymouth, y convencí a la mujer más recta de toda la
creación para que consintiese, dadas las circunstancias, en un
compromiso matrimonial secreto… Si ella se hubiese negado me hubiera
vuelto loco… Supongo que usted me preguntará qué esperaba conseguir
con todo eso… Cuáles eran mis propósitos… Yo esperaba cualquier cosa,
todo… que pasara el tiempo, que surgiera una posibilidad, que se diese
una circunstancia favorable… lo esperaba todo de los efectos lentos, de
los estallidos imprevistos, de la perseverancia y del cansancio, de la salud
y de la enfermedad. Tenía ante mí todas las posibilidades de felicidad, y
asegurada la mayor de las dichas al conseguir que me prometiera fidelidad
y correspondencia. Si necesita usted más explicaciones, mi apreciada
señora, sólo le diré que tengo el honor de ser el hijo de su esposo, y la
ventaja de haber heredado su predisposición a esperar que las cosas
siempre salgan bien, herencia que siempre será mucho más valiosa que la
de casas y tierras… Piense usted entonces en mí, en estas circunstancias,
efectuando mi primera visita a Randalls; en este punto tengo conciencia de
haber obrado mal, porque aquella visita debiera haberla hecho mucho
antes. Si recuerda usted aquellos meses advertirá que yo no acudí hasta
que la señorita Fairfax estuvo en Highbury; y como era precisamente usted
la persona a quien hice el desaire, sabrá perdonarme inmediatamente;
pero diré, para atraerme el perdón de mi padre, que debo recordarle que si
permanecí tanto tiempo alejado de su casa, fue tiempo en el que no pude
disfrutar del bien de conocerla a usted. Confío en que mi conducta durante
aquellas dos semanas tan felices que pasé con ustedes no merezca
ningún reproche, exceptuando un aspecto. Y ahora entro en lo principal, el
único aspecto importante de mi conducta mientras estuve en su casa que
me tiene inquieto y que requiere explicaciones más detalladas. Con el
máximo respeto y con los sentimientos de la más afectuosa de las
amistades, tengo que mencionar aquí a la señorita Woodhouse; mi padre
tal vez pensará que debería añadir «y con la más profunda humillación»…
Por algunas palabras que se le escaparon ayer vi cuál era su opinión, y
reconozco que yo mismo considero justos ciertos reproches… A mi
entender, mi trato con la señorita Woodhouse se interpretó de un modo
exagerado… A fin de contribuir a guardar aquel secreto tan esencial para
mí, me vi empujado a hacer un usa indebido de la amistad que se
estableció inmediatamente entre nosotros… No puedo negar que la
señorita Woodhouse era ostensiblemente el objeto de todas mis
atenciones… Pero estoy seguro de que me creerá usted si le digo que de
no haber estado yo convencido de que le era indiferente, no hubiese
consentido que mis miras personales me impulsaran a seguir adelante…
La señorita Woodhouse, aun siendo tan afectuosa, tan encantadora, nunca
me dio la impresión de una joven fácil de enamorar; y el que ella fuese
completamente ajena a cualquier propensión a enamorarse de mí, era no
sólo mi convicción, sino también mi deseo… Acogía mis deferencias del
modo desenvuelto, amistoso, jovial, que a mí más me convenía.
Parecíamos entendernos muy bien. Y en nuestras respectivas situaciones,
yo estaba obligado a tener aquellas deferencias, y ella también lo creía
así… No sabría decir si la señorita Woodhouse empezó a entenderme de
veras antes de que terminaran aquellos quince días; cuando la visité para
despedirme de ella, recuerdo que estuve a punto de confesarle la verdad,
y que entonces imaginé que ella no dejaba de abrigar ciertas sospechas;
pero no tengo la menor duda de que a partir de aquel momento me ha
descubierto, aunque no sé hasta qué punto… Quizá no lo haya
descubierto todo, pero con su agudeza ha tenido que darse cuenta de
algo… No me cabe ninguna duda. Ya comprobará usted, cuando pueda
hablarse con más libertad que ahora de todo este asunto, que no va a
tener una gran sorpresa. En muchas ocasiones me lo insinuó. Recuerdo
que en el baile me dijo que yo tenía que estar muy agradecido a la señora
Elton por las atenciones que tenía con la señorita Fairfax. Confío en que
toda esta historia de mi proceder con ella será admitida por usted y por mi
padre como un considerable atenuante de lo que ustedes hayan
considerado reprochable en mi conducta. Mientras consideren que me he
portado muy mal con Emma Woodhouse, no merece la estimación de
ninguno de los dos. Discúlpenme en este punto y aboguen por mí cuando
sea posible, para que la señorita Woodhouse me otorgue su perdón y me
devuelva su amistad; díganle que siento por ella un afecto de verdadero
hermano, y que sólo deseo que llegue a estar tan enamorada y que sea
tan feliz como yo lo soy ahora… Ahora ya saben ustedes cómo interpretar
todas las cosas extrañas que dije o hice durante aquellas dos semanas. Mi
corazón estaba en Highbury, y yo sólo procuraba trasladarme allí tan a
menudo como me era posible sin despertar sospechas. Si recuerda usted
alguna rareza mía, sepa ahora a lo que debe atribuirla. Por lo que se
refiere a aquel piano del que tanto se habló, sólo creo necesario decir que
lo compré sin que la señorita Fairfax tuviera la menor noticia de ello, ya
que en caso de habérselo comunicado nunca hubiese querido aceptarlo…
La delicadeza de sentimientos de la que ha dado prueba durante todo este
tiempo, mi apreciada señora, va mucho más allá de todo lo que yo podría
explicarle. No tardará usted, como deseo vivamente, en conocerla bien por
sí misma. Nada de lo que yo le diga serviría para describirla. Ella misma le
demostrará a usted cómo es… pero no de palabra, pues hay muy pocas
personas tan empeñadas como ella en ocultar sus propios méritos.
Mientras estaba escribiendo esta carta, que será más larga de lo que yo
preveía, he tenido noticias suyas… Buenas noticias en lo que respecta a
su salud… pero como nunca se queja, no me atrevo a estar seguro sobre
este punto. Prefiero tener su opinión acerca de su aspecto. Sé que usted
no tardará en visitarla; ella teme esta visita. Tal vez la haya hecho ya.
Dígame algo acerca de esto lo antes posible; estoy impaciente por que me
dé mil detalles. Recuerde qué pocos minutos estuve en Randalls, y en qué
estado de ánimo tan turbado y exaltado; aún no estoy mucho mejor. Aún
turbado tanto por la felicidad como por el dolor. Cuando pienso en la
amabilidad y el afecto que han tenido para conmigo, en lo que ella vale y
en la paciencia que ha tenido, y en la generosidad de mi tío, me vuelvo
loco de alegría; pero cuando recuerdo todos los trastornos que he
ocasionado y lo poco que merezco que me perdonen, me pongo loco de
ira. ¡Si pudiese volver a verla! Pero aún no debo hacer tal cosa. Mi tío ha
sido demasiado bueno conmigo para que yo abuse de este modo…
Todavía no he terminado con esta larga misiva. Aún no le he dicho todo lo
que debería usted saber. Ayer no pude darles muchos detalles más; pero
lo inesperado, y en cierto modo lo inoportuno, del modo en que se ha
desvelado el secreto, necesita explicación; pues aunque el acontecimiento
del pasado día 26, como usted ya habrá pensado, significó para mí la
posibilidad de las más felices perspectivas, yo no hubiera tomado medidas
tan rápidas de no forzarme a ello circunstancias muy peculiares que me
obligaron a no perder ni una hora. Yo hubiese querido evitar todo este
apresuramiento, y ella hubiese compartido todos mis escrúpulos con
mucha más intensidad y una delicadeza mucho mayor que la mía… Pero
no pude elegir… El inesperado compromiso que había contraído con
aquella señora… Aquí, mi apreciada señora, me veo obligado a interrumpir
bruscamente esta carta, y a serenarme un poco… He estado paseando
por el campo y ahora creo que estoy lo suficientemente sosegado para
escribir el resto de la carta como debo hacerlo… En realidad éstos son
recuerdos muy penosos para mí. Me porté de un modo vergonzoso. Y aquí
puedo admitir que mi actitud con la señorita Woodhouse, de querer ser
desagradable para la señorita Fairfax, fue verdaderamente indigna. Ella
quedó muy contrariada y esto hubiera debido bastarme para reparar en lo
que hacía; no consideró justificada mi excusa de hacer todo lo posible por
ocultar la verdad… Quedó muy contrariada; yo pensaba que sin
fundamento; yo consideraba que en muchas ocasiones era
innecesariamente escrupulosa y precavida; incluso me parecía demasiado
fría. Pero siempre tenía razón. Si yo hubiese seguido su criterio y hubiese
dominado mi carácter hasta el punto en que ella lo creía conveniente,
hubiese evitado los mayores sinsabores que he conocido en toda mi
vida… Disputamos… ¿Recuerda usted la mañana que pasamos en
Donwell? Allí todas las pequeñas diferencias que hasta entonces
habíamos tenido desembocaron en una verdadera crisis. Yo llegué tarde;
la encontré regresando a su casa sola y quise acompañarla, pero ella no lo
consintió. Se negó rotundamente a permitírmelo, lo cual entonces me
pareció lo más irracional del mundo. Ahora sin embargo sólo veo en ello
una actitud de discreción muy natural y muy fundada. Mientras yo, para
engañar a todos ocultando nuestro compromiso, dedicaba todas mis
preferencias a otra mujer, de un modo muy poco grato para ella, ¿cómo
iba al día siguiente a aceptar una proposición que podía hacer
completamente inútiles todas las precauciones anteriores? Si alguien nos
hubiera visto juntos en el camino entre Donwell y Highbury, hubiera debido
sospecharse la verdad… Sin embargo, yo fui lo suficientemente loco como
para ofenderme… Dudé de su cariño. Dudé aún más al día siguiente en
Box Hill; cuando, provocada por mi conducta, por aquella indiferencia
insolente y humillante que yo le mostraba y por la aparente predilección
que manifestaba por la señorita Woodhouse, hasta un extremo que
ninguna mujer de sensibilidad hubiera podido soportar, expresó su
resentimiento con unas palabras que yo comprendí perfectamente. En
resumen, mi apreciada señora, que fue una disputa de la que ella no tenía
la menor culpa, y yo la tenía toda; aunque hubiese podido quedarme en
casa de usted hasta la mañana siguiente, yo volví a Richmond aquella
misma tarde, simplemente porque no podía estar más encolerizado con
ella. Aún entonces no fui tan necio como para no pensar que ya volvería a
reconciliarme con ella; pero yo era el ofendido, ofendido por su frialdad, y
me fui decidido a que fuese ella quien diese el primer paso. Siempre me
alegraré de que usted no fuera a la excursión de Box Hill. De haber
presenciado usted la conducta mía allí, dudo que nunca más hubiera
vuelto a tener una buena opinión de mí. El efecto que tuvo en ella se vio
por la decisión inmediata que tomó; tan pronto como supo que yo me
había ido de veras de Randalls, aceptó el ofrecimiento de la entrometida
de la señora Elton; cuyo modo de tratarla, dicho sea de paso, siempre me
había llenado de indignación y me la había hecho antipática. No puedo
hablar ahora contra un espíritu de tolerancia del que han dado muestras
tantas personas para conmigo; pero de no ser así protestaría airadamente
por el modo en que se le tolera todo a esta mujer… ¡Jane!»… ¡Santo Dios!
Habrá usted observado que aún no me permito llamarla por este nombre,
ni siquiera dirigiéndome a usted. Hágase usted cargo de lo insufrible que
me era el verlo citado continuamente por los Elton con toda la vulgaridad
de las repeticiones innecesarias y toda la insolencia de una supuesta
superioridad. Tenga paciencia conmigo, no tardaré en terminar… Aceptó
este ofrecimiento decidida a romper definitivamente conmigo, y al día
siguiente me escribió diciendo que nunca más volveríamos a vernos.
Decía que se había dado cuenta de que nuestro compromiso sólo nos
había traído sinsabores y desdichas a los dos, y que por lo tanto lo
consideraba deshecho… Esta carta llegó a mis manos la misma mañana
en que murió mi pobre tía. Al cabo de una hora ya la había contestado.
Pero debido a la confusión de mi espíritu y a las innumerables cuestiones
que tenía que resolver en seguida, mi respuesta, en vez de enviarse con
las otras muchas cartas de aquel día, se quedó encerrada dentro de mi
escritorio; y yo, confiado que ya le había dicho lo suficiente para
tranquilizarla, a pesar de que no eran más que unas breves líneas, me
quedé sin ninguna inquietud… Me decepcionó un poco no tener respuesta
suya inmediatamente; pero la disculpé, y estaba demasiado atareado, y
¿se me permite decirlo?, demasiado contento con las perspectivas que se
me ofrecían, para reparar en aquello; nos fuimos a Windsor… y dos días
más tarde recibí un paquete de ella que contenía todas mis cartas… y al
mismo tiempo unas breves líneas por correo en las que expresaba la gran
sorpresa que había tenido al no recibir ninguna respuesta a la última de
sus cartas; y añadía que como mi silencio sobre aquella cuestión no podía
interpretarse más que de una manera, lo mejor para ambos era que todos
los detalles secundarios se resolvieran lo antes posible, que me enviaba
por conducto seguro todas mis cartas, y me rogaba que si no podía
mandarle las suyas a Highbury antes de una semana, que se las mandase
a su nombre a… En fin, que tenía ante mis ojos la dirección de la casa de
la señora Smallridge, cerca de Bristol. Yo sabía el nombre, el lugar, estaba
enterado de todo aquel asunto, e inmediatamente comprendí lo que había
decidido. Algo que estaba totalmente de acuerdo con un carácter tan
resuelto como yo sabía que era el suyo; y el secreto que había mantenido
en su última carta respecto a este propósito, revelaba también su
extremada delicadeza… Por nada del mundo hubiese consentido en
decirme algo que hubiese sonado como una amenaza… Imagine usted mi
sorpresa y mi contrariedad; imagine cómo maldije al servicio de correos,
hasta que advertí que sólo se trataba de un descuido mío. ¿Qué podía
hacer? Sólo era posible una cosa… Debía hablar con mi tío. Sin su
consentimiento no podía esperar que volviera a escucharme… Le hablé
pues… Las circunstancias me eran favorables; la muerte tan reciente de
su esposa había suavizado su orgullo, y mucho antes de lo que yo había
previsto, se avenía a mis deseos. Y aún terminó diciendo con un profundo
suspiro, pobre hombre, que me deseaba que fuera tan feliz en el
matrimonio como él lo había sido… Yo pensé que sería muy diferente al
suyo… ¿Se siente usted inclinada a compadecerme por todo lo que sufrí al
explicarle mi caso, y por mi incertidumbre mientras todo parecía aún
indeciso? No; no me compadezca por eso, sino por cuando llegué a
Highbury y me di cuenta de todo el daño que le había hecho; no me
compadezca sino por el momento en que volví a verla, pálida y enferma.
Llegué a Highbury a una hora en la que, por lo que sabía acerca de sus
costumbres sobre el desayuno, estaba seguro de tener probabilidades de
encontrarla sola… Y no me equivoqué; como no me equivoqué tampoco al
decidir efectuar aquel viaje. Tenía que disipar una contrariedad muy justa y
razonable por su parte. Pero lo logré; estamos reconciliados, y nos
queremos más, mucho más que antes, y en ningún momento habrá una
nueva inquietud que vuelva a interponerse entre nosotros. Ahora, mi
apreciada señora, tengo que concluir; pero no podía hacerlo antes. Mil y
mil gracias por todas las bondades que usted siempre me ha dispensado,
y diez mil gracias por todas las atenciones que su corazón quiera tener en
lo sucesivo para con ella. Si cree usted que en el fondo soy más feliz de lo
que merezco, yo le doy toda la razón… La señorita Woodhouse me llama
el niño mimado de la fortuna. Confío en que tenga razón. En un aspecto al
menos mi buena suerte es indiscutible: en el de poder considerarme como
Su agradecido y afectuoso hijo


F. C. WESTON CHURCHILL

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