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Capítulo 3

Hamlet – William Shakespeare

ACTO TERCERO

Escena I

CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA, RICARDO, GUILLERMO
Galería de Palacio.

CLAUDIO.- ¿Y no os fue posible indagar en la conversación que con él
tuvisteis, de qué nace aquel desorden de espíritu que tan cruelmente altera su
quietud, con turbulenta y peligrosa demencia?
RICARDO.- Él mismo reconoce los extravíos de su razón; pero no ha
querido manifestarnos el origen de ellos.
GUILLERMO.- Ni le hallamos en disposición de ser examinado, porque
siempre huye de la cuestión, con un rasgo de locura; cuando ve que le
conducimos al punto de descubrir la verdad.
GERTRUDIS.- ¿Fuisteis bien recibidos de él?
RICARDO.- Con mucha cortesía.
GUILLERMO.- Pero se le conocía una cierta sujeción.
RICARDO.- Preguntó poco; pero respondía a todo con prontitud.
GERTRUDIS.- ¿Le habéis convidado para alguna diversión?
RICARDO.- Sí señora, porque casualmente habíamos encontrado una
compañía de Cómicos en el camino; se lo dijimos, y mostró complacencia al
oírlo. Están ya en la corte, y creo que tienen orden de representarle esta noche una pieza.
POLONIO.- Así es la verdad, y me ha encargado de suplicar a Vuestras
Majestades que asistan a verla y oírla.
CLAUDIO.- Con mucho gusto; me complace en extremo saber que tiene
tal inclinación. Vosotros, señores, excitadle a ella, y aplaudid su propensión a este género de placeres.
RICARDO.- Así lo haremos.


Escena II


CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA
CLAUDIO.- Tú, mi amada Gertrudis, deberás también retirarte, porque
hemos dispuesto que Hamlet al venir aquí, como si fuera casualidad,
encuentre a Ofelia. Su padre y yo, testigos los más aptos para el fin, nos
colocaremos donde veamos sin ser vistos: así podremos juzgar de lo que
entre ambos pase, y en las acciones y palabras del Príncipe conoceremos si es
pasión de amor el mal de que adolece.
GERTRUDIS.- Voy a obedeceros, y por mi parte, Ofelia, ¡oh, cuánto
desearía que tu rara hermosura fuese el dichoso origen de la demencia de
Hamlet! Entonces yo debería esperar que tus prendas amables pudieran para
vuestra mutua felicidad restituirle su salud perdida.
OFELIA.- Yo, señora, también quisiera que fuese así.


Escena III


CLAUDIO, POLONIO, OFELIA
POLONIO.- Paséate por aquí, Ofelia. Si Vuestra Majestad gusta,
podemos ya ocultarnos. Haz que lees en este libro ; esta ocupación disculpará
la soledad del sitio… ¡Materia es, por cierto, en que tenemos mucho de que
acusarnos! ¡Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de
acciones piadosas, engañamos al diablo mismo!
CLAUDIO.- Demasiado cierto es… ¡Qué cruelmente ha herido esa
reflexión mi conciencia! El rostro de la meretriz, hermoseada con el arte, no
es más feo despojado de los afeites, que lo es mi delito disimulado en
palabras traidoras. ¡Oh! ¡Qué pesada carga me oprime
POLONIO.- Ya le siento llegar; señor, conviene retirarnos.


Escena IV


HAMLET, OFELIA
HAMLET.- Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna
acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer
los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida
resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las
aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil
naturaleza?… Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es
dormir… y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el
considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando
hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para
detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga.
¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia
de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres
más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos
de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando
el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién
podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida
molesta sino fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la
Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos
embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a
buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos
hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los
barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta
sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios
vanos. Pero… ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no
serán olvidados en tus oraciones.
OFELIA.- ¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?
HAMLET.- Muchas gracias. Bien.
OFELIA.- Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo
restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.
HAMLET.- No, yo nunca te dí nada.
OFELIA.- Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis
palabras, de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su
valor pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa
considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí.
HAMLET.- ¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?
OFELIA.- Señor…
HAMLET.- ¿Eres hermosa?
OFELIA.- ¿Qué pretendéis decir con eso?
HAMLET.- Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.
OFELIA.- ¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la +honestidad?
HAMLET.- Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la
honestidad en una alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura
su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad
presente es cosa probada… Yo te quería antes, Ofelia.
OFELIA.- Así me lo dabais a entender.
HAMLET.- Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la
virtud ingerirse tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos
quite aquel resquemo original… Yo no te he querido nunca.
OFELIA.- Muy engañada estuve.
HAMLET.- Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser
madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar
algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me
hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más
pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para
darles forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables
como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos
insignes malvados: no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un convento…
¿En donde está tu padre?
OFELIA.- En casa está, señor.
HAMLET.- Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere
hacer locuras, las haga dentro de su casa. Adiós.
OFELIA.- ¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle.
HAMLET.- Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas
un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte
de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero… escucha: si tienes
necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben
muy bien que vosotras los convertís en fieras… Al convento y pronto. Adiós.
OFELIA.- ¡El Cielo, con su poder, le alivie!
HAMLET.- He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La
naturaleza os dio una cara y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos
brinquillos, ese pasito corto, ese hablar aniñado, pasáis por inocentes y
convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero, no hablemos más de esta
materia, que me ha hecho perder la razón… Digo sólo que de hoy en adelante
no habrá más casamientos; los que ya están casados (exceptuando uno)
permanecerán así; los otros se quedarán solteros… Vete al convento, vete.


Escena V


OFELIA sola
OFELIA.- ¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La
penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la
esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la
gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo,
la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de
sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento
desacordado, como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable
presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh!
¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!


Escena VI


CLAUDIO, POLONIO, OFELIA
CLAUDIO.- ¡Amor! ¡Qué! No van por ese camino sus afectos, ni en lo
que ha dicho; aunque algo falto de orden, hay nada que parezca locura.
Alguna idea tiene en el ánimo que cubre y fomenta su melancolía, y recelo
que ha de ser un mal el fruto que produzca; a fin de prevenirlo, he resuelto
que salga prontamente para Inglaterra, a pedir en mi nombre los atrasados
tributos. Acaso el mar y los países diferentes podrán con la variedad de
objetos alejar esta pasión que le ocupa, sea la que fuere: sobre la cual su
imaginación sin cesar golpea. ¿Qué te parece?
POLONIO.- Que así es lo mejor. Pero yo creo, no obstante, que el origen
y principio de su aflicción provengan de un amor mal correspondido. Tú,
Ofelia, no hay para que nos cuentes lo que te ha dicho el Príncipe, que todo lo hemos oído.


Escena VII


CLAUDIO, POLONIO
POLONIO.- Haced lo que os parezca, señor; pero si lo juzgáis a
propósito, sería bien que la Reina retirada a solas con él, luego que se acabe
el espectáculo, le inste a que la manifieste sus penas, hablándole con entera
libertad. Yo, si lo permitís, me pondré en paraje de donde pueda oír toda la
conversación. Si no logra su madre descubrir este arcano, enviadle a
Inglaterra, o desterradle a donde vuestra prudencia os dicte.
CLAUDIO.- Así se hará. La locura de los poderosos debe ser examinada con escrupulosa atención.


Escena VIII


HAMLET Y DOS CÓMICOS
Salón del Palacio.

HAMLET.- Dirás este pasaje en la forma que te le he declamado yo: con
soltura de lengua, no con voz desentonada, como lo hacen muchos de
nuestros Cómicos; más valdría entonces dar mis versos al Pregonero para que
los dijese. Ni manotees así, acuchillando el aire: moderación en todo; puesto
que aun en el torrente, la tempestad, y por mejor decir, el huracán de las
pasiones, se debe conservar aquella templanza que hace suave y elegante la
expresión. A mí me desazona en extremo ver a un hombre, muy cubierta la
cabeza con su cabellera, que a fuerza de gritos estropea los afectos que quiere
exprimir, y rompe y desgarra los oídos del vulgo rudo; que sólo gusta de
gesticulaciones insignificantes y de estrépito. Yo mandaría azotar a un
energúmeno de tal especie: Herodes de farsa, más furioso que el mismo
Herodes. Evita, evita este vicio.
CÓMICO 1.º.- Así os lo prometo.
HAMLET.- Ni seas tampoco demasiado frío; tu misma prudencia debe
guiarte. La acción debe corresponder a la palabra, y ésta a la acción, cuidando
siempre de no atropellar la simplicidad de la naturaleza. No hay defecto que
más se oponga al fin de la representación que desde el principio hasta ahora,
ha sido y es: ofrecer a la naturaleza un espejo en que vea la virtud su propia
forma, el vicio su propia imagen, cada nación y cada siglo sus principales
caracteres. Si esta pintura se exagera o se debilita, excitará la risa de los
ignorantes; pero no puede menos de disgustar a los hombres de buena razón,
cuya censura debe ser para vosotros de más peso que la de toda la multitud
que llena el teatro. Yo he visto representar a algunos Cómicos, que otros
aplaudían con entusiasmo, por no decir con escándalo; los cuales no tenían
acento ni figura de Cristianos, ni de gentiles, ni de hombres; que al verlos
hincharse y bramar, no los juzgué de la especie humana, sino unos simulacros
rudos de hombres, hechos por algún mal aprendiz. Tan inicuamente imitaban la naturaleza.
CÓMICO l.º.- Yo creo que en nuestra Compañía se ha corregido bastante ese defecto.
HAMLET.- Corregidle del todo, y cuidad también que los que hacen de
payos no añadan nada a lo que está escrito en su papel; porque algunos de
ellos, para hacer reír a los oyentes más adustos, empiezan a dar risotadas,
cuando el interés del drama debería ocupar toda la atención. Esto es indigno,
y manifiesta demasiado en los necios que lo practican, el ridículo empeño de lucirlo. Id a preparaos.


Escena IX


HAMLET, POLONIO, RICARDO, GUILLERMO
HAMLET.- Y bien, Polonio, ¿gustará el Rey de oír esta pieza?
POLONIO.- Sí, señor, al instante y la Reina también.
HAMLET.- Ve a decir a los Cómicos que se despachen. ¿Queréis ir vosotros a darles prisa?
RICARDO.- Con mucho gusto.


Escena X


HAMLET, HORACIO
HAMLET.- ¿Quién es?… ¡Ah! Horacio.
HORACIO.- Veisme aquí, señor, a vuestras órdenes.
HAMLET.- Tú, Horacio, eres un hombre cuyo trato me ha agradado siempre.
HORACIO.- ¡Oh! Señor
HAMLET.- No creas que pretendo adularte: ¿ni qué utilidades puedo yo
esperar de ti? Que exceptuando tus buenas prendas, no tienes otras rentas
para alimentarte y vestirte. ¿Habrá quien adule al pobre? No… Los que tienen
almibarada la lengua váyanse a lamer con ella la grandeza estúpida, y doblen
los goznes de sus rodillas donde la lisonja encuentre galardón. ¿Me has
entendido? Desde que mi alma se halló capaz de conocer a los hombres y
pudo elegirlos; tú fuiste el escogido y marcado para ella, porque siempre, o
desgraciado o feliz, has recibido con igual semblante los premios y los
reveses de la fortuna. Dichosos aquellos cuyo temperamento y juicio se
combinan con tal acuerdo, que no son entre los dedos de la fortuna una flauta,
dispuesta a sonar según ella guste. Dame un hombre que no sea esclavo de
sus pasiones, y yo le colocaré en el centro de mi corazón; sí, en el corazón de
mi corazón, como lo hago contigo. Pero, yo me dilato demasiado en esto.
Esta se representa un drama delante del Rey, una de sus escenas contiene
circunstancias muy parecidas a las de la muerte de mi padre, de que ya te
hablé. Te encargo que cuando este paso se represente, observes a mi tío con
la más viva atención del alma, si al ver uno de aquellos lances su oculto
delito no se descubre por sí solo, sin duda el que hemos visto es un espíritu
infernal, y son todas mis ideas más negras que los yunques de Vulcano.
Examínale cuidadosamente, yo también fijaré mi vista en su rostro, y después
uniremos nuestras observaciones, para juzgar lo que su exterior nos anuncie.
HORACIO.- Está bien, señor, y si durante el espectáculo logra hurtar a
nuestra indagación el menor arcano, yo pago el hurto.
HAMLET.- Ya vienen a la función, vuélvome a hacer el loco, y tú busca asiento.


Escena XI


CLAUDIO, GERTRUDIS y HAMLET, HORACIO, POLONIO,
OFELIA, RICARDO, GUILLERMO, y acompañamiento de Damas,
Caballeros, Pajes y Guardias. Suena la marcha dánica.

CLAUDIO.- ¿Cómo estás, mi querido Hamlet?
HAMLET.- Muy bueno, señor, me mantengo del aire como el camaleón,
engordo con esperanzas. No podréis vos cebar así a vuestros capones.
CLAUDIO.- No comprehendo esa respuesta, Hamlet; ni tales razones son para mí.
HAMLET.- Ni para mí tampoco. ¿No dices tú que una vez representaste en la Universidad? ¿Eh?
POLONIO.- Sí, señor, así es, y fui reputado por muy buen actor.
HAMLET.- ¿Y qué hiciste?
POLONIO.- El papel de Julio César. Bruto me asesinaba en el Capitolio.
HAMLET.- Muy bruto fue el que cometió en el Capitolio tan capital
delito. ¿Están ya prevenidos los Cómicos?
RICARDO.- Sí, señor, y esperan solo vuestras órdenes.
GERTRUDIS.- Ven aquí, mi querido Hamlet, ponte a mi lado.
HAMLET.- No, señora, aquí hay un imán de más atracción para mí.
POLONIO.- ¡Ah! ¡Ah! ¿Habéis notado eso?
HAMLET.- ¿Permitiréis que me ponga sobre vuestra rodilla?
OFELIA.- No señor.
HAMLET.- Quiero decir, apoyar mi cabeza en vuestra rodilla.
OFELIA.- Sí señor.
HAMLET.- ¿Pensáis que yo quisiera cometer alguna indecencia?
OFELIA.- No, no pienso nada de eso.
HAMLET.- Qué dulce cosa es…
OFELIA.- ¿Qué decís, señor?
HAMLET.- Nada.
OFELIA.- Se conoce que estáis de fiesta.
HAMLET.- ¿Quién yo?
OFELIA.- Sí señor.
HAMLET.- Lo hago sólo por divertiros. Y, bien mirado, ¿qué debe hacer
un hombre sino vivir alegre? Ved mi madre que contenta está y mi padre murió ayer.
OFELIA.- ¡Eh! No señor, que ya hace dos meses.
HAMLET.- ¿Tanto ha? ¡Oh! Pues quiero vestirme todo de armiños y
llévese el diablo el luto. ¡Dios mío! Dos meses ha que murió y ¿todavía se
acuerdan de él? De esa manera ya puede esperarse que la memoria de n
grande hombre le sobreviva, quizás, medio año; bien que es menester que
haya sido fundador de iglesias, que si no, por la Virgen santa, no habrá nadie
que de él se acuerde: como del caballo de palo, de quien dice aquel epitafio.
Ya murió el caballito de palo
y ya le olvidaron así que murió
OFELIA.- ¿Qué significa esto, señor?
HAMLET.- Eso es un asesinato oculto, y anuncia grandes maldades.
OFELIA.- Según parece, la escena muda contiene el argumento del drama.


Escena XII


CÓMICO 4º y dichos.
HAMLET.- Ahora lo sabremos por lo que nos diga ese actor; los Cómicos
no pueden callar un secreto, todo lo cuentan.
OFELIA.- ¿Nos dirá éste lo que significa la escena que hemos visto?
HAMLET.- Sí, por cierto, y cualquiera otra escena que le hagáis ver.
Como no os avergoncéis de representársela, él no se avergonzará de deciros lo que significa.
OFELIA.- ¡Qué malo! ¡Qué malo sois! Pero, dejadme atender a la pieza.
CÓMICO 4.º.-Humildemente os pedimos
que escuchéis esta Tragedia,
disimulando las faltas
que haya en nosotros y en ella.
HAMLET.- ¿Es esto prólogo, o mote de sortija?
OFELIA.- ¡Qué corto ha sido!
HAMLET.- Como cariño de mujer.

Escena XIII


CÓMICO 1.º, CÓMICO 2.º, y dichos.
CÓMICO 1º.- Ya treinta vueltas dio de Febo
el carro
a las ondas saladas de Nereo,
y al globo de la tierra, y treinta
veces
con luz prestada han alumbrado el
suelo
doce lunas, en giros repetidos,
después que el Dios de amor y el
Himeneo
nos enlazaron, para dicha nuestra,
en nudo santo el corazón y el cuello.
CÓMICO 2.º.-Y, ¡oh! Quiera el Cielo que otros
tantos giros
a la luna y al sol, señor, contemos
antes que el fuego de este amor se
apague.
Pero es mi pena inconsolable al
veros
doliente, triste, y tan diverso ahora
de aquel que fuisteis… Tímida
recelo…
Mas toda mi aflicción nada os
conturbe:
que en pecho femenil llega al exceso
el temor y el amor. Allí residen
en igual proporción ambos afectos,
o no existe ninguno, o se combinan
este y aquel con el mayor extremo.
Cuan grande es el amor que a vos
me inclina,
las pruebas lo dirán que dadas
tengo;
pues tal es mi temor. Si un fino
amante,
sin motivo tal vez, vive temiendo;
la que al veros así toda es temores,
muy puro amor abrigará en el
pecho.
CÓMICO l.º.- Si, yo debo dejarte, amada mía,
inevitable es ya: cederán presto
a la muerte mis fuerzas fatigadas;
tú vivirás, gozando del obsequio
y el amor de la tierra. Acaso
entonces
un digno esposo…
CÓMICO No, dad al silencio
esos anuncios. ¿Yo? Pues ¿no
serían
traición culpable en mí tales
afectos?
¿Yo un nuevo esposo? No, la que se
entrega
al segundo, señor, mató al primero.
HAMLET.- Esto es zumo de ajenjos.
CÓMICO 2.º.- Motivos de interés tal vez inducen
a renovar los nudos de Himeneo;
no motivos de amor: yo causaría
segunda muerte a mi difunto dueño
cuando del nuevo esposo recibiera
en tálamo nupcial amantes besos.
CÓMICO l.º.- No dudaré que el corazón te dicta
lo que aseguras hoy: fácil creemos
cumplir lo prometido y fácilmente
se quebranta y se olvida. Los
deseos
del hombre a la memoria están
sumisos,
que nace activa y desfallece presto.
Así pende del ramo acerbo el
fruto,
y así maduro, sin impulso ajeno,
se desprende después. Difícilmente
nos acordamos de llevar a efecto
promesas hechas a nosotros
mismos,
que al cesar la pasión cesa el
empeño.
Cuando de la aflicción y la alegría
se moderan los ímpetus violentos,
CÓMICO 2.º.-con ellos se disipan las ideas
a que dieron lugar, y el más ligero
acaso, los placeres en afanes
muda tal vez, y en risa los lamentos.
Amor, como la suerte, es
inconstante:
que en este mundo al fin nada hay
eterno,
y aun se ignora si él manda a la
fortuna
o si ésta del amor cede del imperio.
Si el poderoso del lugar sublime
se precipita, le abandonan luego
cuantos gozaron su favor; si el
pobre
sube a prosperidad, los que le
fueron
más enemigos su amistad procuran
(y el amor sigue a la fortuna en
esto)
que nunca al venturoso amigos
faltan,
ni al pobre desengaños y
desprecios.
Por diferente senda se encaminan
los destinos del hombre y sus
afectos,
y sólo en él la voluntad es libre;
mas no la ejecución, y así el suceso
nuestros designios todos desvanece.
Tú me prometes no rendir a nuevo
yugo tu libertad… Esas ideas,
¡Ay! Morirán cuando me vieres
muerto.
Luces me niegue el sol, frutos la
tierra,
sin descanso y placer viva
muriendo,
desesperada y en prisión obscura
su mesa envidie al eremita austero;
cuantas penas el ánimo
entristecen,
todas turben al fin de mis deseos
y los destruyan, ni quietud
encuentre
en parte alguna con afán eterno;
si ya difunto mi primer esposo,
segundas bodas pérfida celebro.
HAMLET.- Si ella no cumpliese lo que promete…
CÓMICO 1.º.- Mucho juraste. Aquí gozar quisiera
solitaria quietud, rendido siento
al cansancio mi espíritu. Permite
que alguna parte le conceda al
sueño
de las molestas horas.
CÓMICO 2.º.-Él te halague
con tranquilo descanso y nunca el
Cielo
en unión tan feliz pesares mezcle
HAMLET.- Y bien, señora, ¿qué tal os va pareciendo la pieza?
GERTRUDIS.- Me parece que esa mujer promete demasiado.
HAMLET.- Sí, pero lo cumplirá.
CLAUDIO.- ¿Te has enterado bien del asunto? ¿Tiene algo que sea de mal ejemplo?
HAMLET.- No, señor, no. Si todo ello es mera ficción, un veneno…,
fingido; pero mal ejemplo, ¡qué! No señor.
CLAUDIO.- ¿Cómo se intitula este Drama?
HAMLET.- La Ratonera. Cierto que sí… es un título metafórico. En esta
pieza se trata de un homicidio cometido en Viena… el Duque se llama
Gonzago y su mujer Baptista… Ya, ya veréis presto… ¡Oh! ¡Es un enredo
maldito! Y ¿qué importa? A Vuestra Majestad y a mí, que no tenemos
culpado el ánimo, no nos puede incomodar: al rocín que esté lleno de
mataduras le hará dar coces; pero, a bien que nosotros no tenemos desollado el lomo.


Escena XIV


CÓMICO 3.º y dichos.
HAMLET.- Este que sale ahora se llama Luciano, sobrino del Duque.
OFELIA.- Vos suplís perfectamente la falta del coro.
HAMLET.- Y aun pudiera servir de intérprete entre vos y vuestro amante,
si viese puestos en acción entrambos títeres.
OFELIA.- ¡Vaya, que tenéis una lengua que corta!
HAMLET.- Con un buen suspiro que deis, se la quita el filo.
OFELIA.- Eso es; siempre de mal en peor.
HAMLET.- Así hacéis vosotras en la elección de maridos: de mal en
peor. Empieza asesino… Déjate de poner ese gesto de condenado y empieza.
Vamos… el cuervo graznador está ya gritando venganza.
CÓMICO 3.º.-Negros designios, brazo ya
dispuesto
a ejecutarlos, tosigo oportuno,
sitio remoto, favorable el tiempo
y nadie que lo observe. Tú, extraído
de la profunda noche en el silencio
atroz veneno, de mortales yerbas
(invocada Proserpina) compuesto:
infectadas tres veces y otras tantas
exprimidas después, sirve a mi
intento;
pues a tu actividad mágica,
horrible,
la robustez vital cede tan presto
HAMLET.- ¿Veis? Ahora le envenena en el jardín para usurparle el cetro.
El Duque se llama Gonzago, es historia cierta y corre escrita en muy buen
Italiano. Presto veréis como la mujer de Gonzago se enamora del matador.
OFELIA.- El Rey se levanta.
HAMLET.- ¿Qué? ¿Le atemoriza un fuego aparente?
GERTRUDIS.- ¿Qué tenéis, señor?
POLONIO.- No paséis adelante, dejadlo.
CLAUDIO.- Traed luces. Vamos de aquí.
TODOS.- Luces, luces.


Escena XV


HAMLET, HORACIO, CÓMICO 1.º, CÓMICO 3.º
HAMLET.- El ciervo herido llora
y el corzo no tocado
de flecha voladora,
se huelga por el prado;
duerme aquel, y a deshora
veis éste desvelado,
que tanto el mundo va
desordenado.
Y, dígame, señor mío, si en adelante la fortuna me tratase mal, con esta
gracia que tengo para la música, y un bosque de plumas en la cabeza, y un
par de lazos Provenzales en mis zapatos rayados, ¿no podría hacerme lugar
entre un coro de Comediantes?
HORACIO.- Mediano papel.
HAMLET.- ¿Mediano? Excelente.
Tú sabes, Damon querido,
que esta nación ha perdido
al mismo Jove, y violento
tirano lo ha sucedido
en el trono mal habido,
un… ¿Quien diré yo? Un…, un
sapo.
HORACIO.- Bien pudierais haber conservado el consonante.
HAMLET.- ¡Oh! Mi buen Horacio; cuanto aquel espíritu dijo es
demasiado cierto. ¿Lo has visto ahora?
HORACIO.- Sí señor, bien lo he visto.
HAMLET.- ¿Cuándo se trató de veneno?
HORACIO.- Bien, bien le observé entonces.
HAMLET.- ¡Ah! Quisiera algo de música : traedme unas flautas… Si el
Rey no gusta de la Comedia, será sin duda porque… Porque no le gusta. Vaya
un poco de música.


Escena XVI


HAMLET, HORACIO, RICARDO, GUILLERMO
GUILLERMO.- Señor, ¿permitiréis que os diga una palabra?
HAMLET.- Y una historia entera.
GUILLERMO.- El Rey…
HAMLET.- Muy bien, ¿qué le sucede?
GUILLERMO.- Se ha retirado a su cuarto con mucha destemplanza.
HAMLET.- De vino. ¿Eh?
GUILLERMO.- No señor, de cólera.
HAMLET.- Pero, ¿no sería más acertado írselo a contar al médico? ¿No
veis que si yo me meto en hacerle purgar ese humor bilioso, puede ser que le aumente?
GUILLERMO.- ¡Oh! Señor, dad algún sentido a lo que habláis, sin
desentenderos con tales extravagancias de lo que os vengo a decir.
HAMLET.- Estamos de acuerdo. Prosigue, pues.
GUILLERMO.- La Reina vuestra madre, llena de la mayor aflicción, me envía a buscaros.
HAMLET.- Seáis muy bien venido.
GUILLERMO.- Esos cumplimientos no tienen nada de sinceridad. Si
queréis darme una respuesta sensata, desempeñaré el encargo de la Reina; si
no, con pediros perdón y retirarme se acabó todo.
HAMLET.- Pues, señor, no puedo.
GUILLERMO.- ¿Cómo?
HAMLET.- Me pides una respuesta sensata y mi razón está un poco
achacosa; no obstante, responderé del modo que pueda a cuanto me mandes,
o por mejor decir, a lo que mi madre me manda. Con que nada hay que añadir
en esto. Vamos al caso. Tú has dicho que mi madre…
RICARDO.- Señor, lo que dice es que vuestra conducta la ha llenado de sorpresa y admiración.
HAMLET.- ¡Oh! ¡Maravilloso hijo! Que así ha podido aturdir a su madre.
Pero, dime, ¿esa admiración no ha traído otra consecuencia? ¿No hay algo más?
RICARDO.- Sólo que desea hablaros en su gabinete, antes que os vais a recoger.
HAMLET.- La obedeceré, si diez veces fuera mi madre. ¿Tienes algún
otro negocio que tratar conmigo?
RICARDO.- Señor, yo me acuerdo de que en otro tiempo me estimabais mucho.
HAMLET.- Y ahora también. Te lo juro, por estas manos rateras.
RICARDO.- Pero, ¿cuál puede ser el motivo de vuestra indisposición?
Eso, por cierto, es cerrar vos mismo las puertas a vuestra libertad, no
queriendo comunicar con vuestros amigos los pesares que sentís.
HAMLET.- Estoy muy atrasado.
RICARDO.- ¿Cómo es posible? ¿Cuándo tenéis el voto del Rey mismo
para sucederte en el trono de Dinamarca?
HAMLET.- Sí, pero mientras nace la yerba… Ya es un poco antiguo el tal
refrán. ¡Ah! Ya están aquí las flautas.


Escena XVII


CÓMICO 3.º y dichos.

HAMLET.- Dejadme ver una… ¿A qué tengo de ir ahí? Parece que me
quieres hacer caer en alguna trampa, según me cercas por todos lados.
GUILLERMO.- Ya veo, señor, que si el deseo de cumplir con mi
obligación me da osadía; acaso el amor que os tengo me hace grosero también e importuno.
HAMLET.- No entiendo bien eso. ¿Quieres tocar esta flauta?
GUILLERMO.- Yo no puedo, señor.
HAMLET.- Vamos.
GUILLERMO.- De veras que no puedo.
HAMLET.- Yo te lo suplico
GUILLERMO.- Pero, si no sé palabra de eso.
HAMLET.- Más fácil es que tenderse a la larga. Mira, pon el pulgar y los
demás dedos según convenga sobre estos agujeros, sopla con la boca y verás
que lindo sonido resulta. ¿Ves? Estos son los toques.
GUILLERMO.- Bien, pero si no sé hacer uso de ellos para que produzcan
armonía. Como ignoro el arte…
HAMLET.- Pues, mira tú, en que opinión tan baja me tienes. Tú me
quieres tocar, presumes conocer mis registros, pretendes extraer lo más
íntimo de mis secretos, quieres hacer que suene desde el más grave al más
agudo de mis tonos y ve aquí este pequeño órgano, capaz de excelentes voces
y de armonía, que tú no puedes hacer sonar. ¿Y juzgas que se me tañe a mí
con más facilidad que a una flauta? No; dame el nombre del instrumento que
quieras: por más que le manejes y te fatigues, jamás conseguirás hacerle
producir el menor sonido.

Escena XVIII


POLONIO y dichos.
HAMLET.- ¡Oh! Dios te bendiga.
POLONIO.- Señor, la Reina quisiera hablaros al instante.
HAMLET.- ¿No ves allí aquella nube que parece un camello?
POLONIO.- Cierto, así en el tamaño parece un camello.
HAMLET.- Pues ahora me parece una comadreja.
POLONIO.- No hay duda, tiene figura de comadreja.
HAMLET.- O como una ballena.
POLONIO.- Es verdad, sí, como una ballena.
HAMLET.- Pues al instante iré a ver a mi madre. Tanto harán estos que
me volverán loco de veras. Iré, iré al instante.
POLONIO.- Así se lo diré.
HAMLET.- Fácilmente se dice, al instante viene. Dejadme solo, amigos.


Escena XIX


HAMLET solo
HAMLET.- Este es el espacio de la noche, apto a los maleficios. Esta es
la hora en que los cementerios se abren y el infierno respira contagios al
mundo. Ahora podría yo beber caliente sangre, ahora podría ejecutar tales
acciones, que el día se estremeciese al verla. Pero, vamos a ver a mi madre…
¡Oh! ¡Corazón! No desconozcas la naturaleza, ni permitas que en este firme
pecho se albergue la fiereza de Nerón. Déjame ser cruel, pero no parricida. El
puñal que ha de herirla está en mis palabras, no en mi mano; disimulen el
corazón y la lengua, sean las que fueren las execraciones que contra ella
pronuncie, nunca, nunca mi alma solicitará que se cumplan.


Escena XX


CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO
Gabinete.

CLAUDIO.- No, no le quiero aquí; ni conviene a nuestra seguridad dejar
libre el campo a su locura. Preveníos, pues, y haré que inmediatamente se os
despache para que él os acompañe a Inglaterra. El interés de mi corona no
permite ya exponerme a un riesgo tan inmediato, que crece por instantes en
los accesos de su demencia.
GUILLERMO.- Al momento dispondremos nuestra marcha. El más santo
y religioso temor es aquel que procura la existencia de tantos individuos,
cuya vida pende de vuestra Majestad.
RICARDO.- Si es obligación en un particular defender su vida de toda
ofensa, por medio de la fuerza y el arte, ¿cuánto más lo será conservar aquella
en quien estriba la felicidad pública? Cuando llega a faltar el Monarca, no
muere él solo, sino que, a manera de un torrente precipitado, arrebata consigo
cuanto le rodea. Como una gran rueda colocada en la cima del más alto
monte, a cuyos enormes rayos están asidas innumerables piezas menores; que
si llega a caer, no hay ninguna de ellas, por más pequeña que sea, que no
padezca igualmente en el total destrozo. Nunca el Soberano exhala un suspiro
sin excitar en su nación general lamento.
CLAUDIO.- Yo os ruego que os prevengáis sin dilación para el viaje.
Quiero encadenar este temor, que ahora camina demasiado libre.
LOS DOS.- Vamos a obedeceros con la mayor prontitud.


Escena XXI


CLAUDIO, POLONIO
POLONIO.- Señor, ya se ha encaminado al cuarto de su madre, voy a
ocultarme detrás de los tapices para ver el suceso. Es seguro que ella le
reprenderá fuertemente, y como vos mismo habéis observado muy bien,
conviene que asista a oír la conversación alguien más que su madre, que
naturalmente le ha de ser parcial, como a todas sucede. Quedaos a Dios, yo
volveré a veros antes que os recojáis para deciros lo que haya pasado.
CLAUDIO.- Gracias, querido Polonio.


Escena XXII


CLAUDIO solo
CLAUDIO.- ¡Oh! ¡Mi culpa es atroz! Su hedor sube al cielo, llevando
consigo la maldición más terrible, la muerte de un hermano. No puedo
recogerme a orar, por más que eficazmente lo procuro, que es más fuerte que
mi voluntad el delito que la destruye. Como el hombre a quien dos
obligaciones llaman, me detengo a considerar por cual empezaré primero, y
no cumpla ninguna… Pero, si este brazo execrable estuviese aún más teñido
en la sangre fraterna, ¿faltará en los Cielos piadosos suficiente lluvia para
volverle cándido como la nieve misma? ¿De qué sirve la misericordia, si se
niega a ver el rostro del pecado? ¿Qué hay en la oración sino aquella
duplicada fuerza, capaz de sostenernos al ir a caer, o de adquirirnos el perdón
habiendo caído? Sí, alzaré mis ojos al cielo, y quedará borrada mi culpa.
Pero, ¿qué género de oración habré de usar? Olvida, señor, olvida el horrible
homicidio que cometí… ¡Ah! Que será imposible, mientras vivo poseyendo
los objetos que me determinaron a la maldad: mi ambición, mi corona, mi
esposa… ¿Podrá merecerse el perdón cuando la ofensa existe? En este mundo
estragado sucede con frecuencia que la mano delincuente, derramando el oro,
aleja la justicia, y corrompe con dádivas la integridad de las leyes; no así en
el cielo, que allí no hay engaños, allí comparecen las acciones humanas como
ellas son, y nos vemos compelidos a manifestar nuestras faltas todas, sin
excusa, sin rebozo alguno… En fin, en fin, ¿qué debo hacer?… Probemos lo
que puede el arrepentimiento… y ¿qué no podrá? Pero, ¿qué ha de poder con
quien no puede arrepentirse? ¡Oh! ¡Situación infeliz! ¡Oh! ¡Conciencia
ennegrecida con sombras de muerte! ¡Oh! ¡Alma mía aprisionada! Que
cuanto más te esfuerzas para ser libre, más quedas oprimida, ¡Ángeles,
asistidme! Probad en mí vuestro poder. Dóblense mis rodillas tenaces, y tu
corazón mío de aceradas fibras, hazte blando como los nervios del niño que
acaba de nacer. Todo, todo puede enmendarse.


Escena XXIII


CLAUDIO, HAMLET
HAMLET.- Esta es la ocasión propicia. Ahora está rezando, ahora le
mato… Y así se irá al cielo… ¿y es esta mi venganza? No, reflexionemos. Un
malvado asesina a mi padre, y yo, su hijo único, aseguro al malhechor la
gloria. ¿No es esto, en vez de castigo, premio y recompensa? Él sorprendió a
mi padre, acabados los desórdenes del banquete, cubierto de más culpas que
el mayo tiene flores… ¿quién sabe, sino Dios, la estrecha cuenta que hubo de
dar? Pero, según nuestra razón concibe, terrible ha sido su sentencia. ¡Y
quedaré vengado dándole a éste la muerte, precisamente cuando purifica su
alma, cuando se dispone para la partida! No, espada mía, vuelve a tu lugar y
espera ocasión de ejecutar más tremendo golpe. Cuando esté ocupado en el
juego, cuando blasfeme colérico, o duerma con la embriaguez, o se abandone
a los placeres incestuosos del lecho, u cometa acciones contrarias a su
salvación; hiérele entonces, caiga precipitado al profundo y su alma quede
negra y maldita, como el infierno que ha de recibirle. Mi madre me espera,
malvado; esta medicina que te dilata la dolencia no evitará tu muerte.


Escena XXIV


CLAUDIO solo
CLAUDIO.- Mis palabras suben al cielo, mis afectos quedan en la tierra.
Palabras sin afectos, nunca llegan a los oídos de Dios.


Escena XXV


GERTRUDIS, POLONIO, HAMLET
Cuarto de la Reina.

POLONIO.- Va a venir al momento. Mostradle entereza, decidle que sus
locuras han sido demasiado atrevidas e intolerables, que vuestra bondad le ha
protegido, mediando entre él y la justa indignación que excitó. Yo, entretanto,
retirado aquí, guardaré silencio. Habladle con libertad, yo os lo suplico.
HAMLET.- Madre, madre.
GERTRUDIS.- Así te lo prometo, nada temo. Ya le siento llegar. Retírate.


Escena XXVI


GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO
HAMLET.- ¿Qué me mandáis, señora?
GERTRUDIS.- Hamlet, muy ofendido tienes a tu padre.
HAMLET.- Madre, muy ofendido tenéis al mío.
GERTRUDIS.- Ven, ven aquí; tú me respondes con lengua demasiado libre.
HAMLET.- Voy, voy allá… y vos me preguntáis con lengua bien perversa.
GERTRUDIS.- ¿Qué es esto, Hamlet?
HAMLET.- ¿Y qué es eso, madre?
GERTRUDIS.- ¿Te olvidas de quién soy?
HAMLET.- No, por la cruz bendita, que no me olvido. Sois la Reina,
casada con el hermano de vuestro primer esposo y… Ojalá no fuera así… ¡Eh!
Sois mi madre.
GERTRUDIS.- Bien está. Yo te pondré delante de quien te haga hablar con más acuerdo.
HAMLET.- Venid, sentaos y no saldréis de aquí, no os moveréis; sin que
os ponga un espejo delante en que veáis lo más oculto de vuestra conciencia.
GERTRUDIS.- ¿Qué intentas hacer? ¿Quieres matarme?… ¿Quién me socorre?.. ¡Cielos!
POLONIO.- Socorro pide… ¡Oh!..
HAMLET.- ¿Qué es esto?… ¿Un ratón? Murió… Un ducado a que ya está muerto.
POLONIO.- ¡Ay de mí!
GERTRUDIS.- ¿Qué has hecho?
HAMLET.- Nada… ¿Qué sé yo?.. ¿Si sería el Rey?
GERTRUDIS.- ¡Qué acción tan precipitada y sangrienta!
HAMLET.- Es verdad, madre mía, acción sangrienta y casi tan horrible
como la de matar a un Rey y casarse después con su hermano.
GERTRUDIS.- ¿Matar a un Rey?
HAMLET.- Sí, señora, eso he dicho. Y tú, miserable, temerario,
entremetido, loco, adiós. Yo te tomé por otra persona de más consideración.
Mira el premio que has adquirido; ve ahí el riesgo que tiene la demasiada
curiosidad. No, no os torzáis las manos… sentaos aquí, y dejad que yo os
tuerza el corazón. Así he de hacerlo, si no le tenéis formado de impenetrable
pasta, si las costumbres malditas no le han convertido en un muro de bronce,
opuesto a toda sensibilidad.
GERTRUDIS.- ¿Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspereza me insultes?
HAMLET.- Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da
nombre de hipocresía a la virtud, arrebata las flores de la frente hermosa de
un inocente amor, colocando un vejigatorio en ella, que hace más pérfidos los
votos conyugales que las promesas del tahúr. Una acción que destruye la
buena fe, alma de los contratos, y convierte la inefable religión en una
compilación frívola de palabras. Una acción, en fin, capaz de inflamar en ira
la faz del cielo y trastornar con desorden horrible esta sólida y artificial
máquina del mundo, como si se aproximara su fin temido.
GERTRUDIS.- ¡Ay de mi! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al
anunciarla, con espantosa voz de trueno?
HAMLET.- Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los retratos de dos
hermanos. ¡Ved cuanta gracia residía en aquel semblante! Los cabellos del
Sol, la frente como la del mismo Júpiter; su vista imperiosa y amenazadora,
como la de Marte; su gentileza, semejante a la del mensajero; Mercurio,
cuando aparece sobre una montaña cuya cima llega a los cielos. ¡Hermosa
combinación de formas! Donde cada uno de los Dioses imprimió su carácter
para que el mundo admirase tantas perfecciones en un hombre solo. Este fue
vuestro esposo. Ved ahora el que sigue. Este es vuestro esposo que como la
espiga con tizón destruye la sanidad de su hermano. ¿Lo veis bien? ¿Pudisteis
abandonar las delicias de aquella colina hermosa por el cieno de ese pantano?
¡Ah! ¿Lo veis bien?… Ni podéis llamarlo amor; porque en vuestra edad los
hervores de la sangre están ya tibios y obedientes a la prudencia, y ¿qué
prudencia desde aquel a este? Sentidos tenéis, que a no ser así no tuvierais
afectos; pero esos sentidos deben de padecer letargo profundo. La demencia
misma no podría incurrir en tanto error, ni el frenesí tiraniza con tal exceso
las sensaciones, que no quede suficiente juicio para saber elegir entre dos
objetos, cuya diferencia es tan visible… ¿Qué espíritu infernal os pudo
engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el tacto sin la vista, los oídos o el
olfato solo, una débil porción de cualquier sentido, hubiera bastado a impedir
tal estupidez… ¡Oh!, modestia, ¿y no te sonrojas? ¡Rebelde infierno! Si así
pudiste inflamar las médulas de una matrona, permite, permite que la virtud
en la edad juvenil sea dócil como la cera y se liquide en sus propios fuegos;
ni se invoque al pudor para resistir su violencia, puesto que el hielo mismo
con tal actividad se enciende y es ya el entendimiento el que prostituye al corazón.
GERTRUDIS.- ¡Oh! ¡Hamlet! No digas más… Tus razones me hacen
dirigir la vista a mi conciencia, y advierto allí las más negras y groseras
manchas, que acaso nunca podrán borrarse.
HAMLET.- ¡Y permanecer así entre el pestilente sudor de un lecho
incestuoso, envilecida en corrupción prodigando caricias de amor en aquella sentina impura!
GERTRUDIS.- No más, no más, que esas palabras, como agudos puñales,
hieren mis oídos… No más, querido Hamlet.
HAMLET.- Un asesino… Un malvado… Vil… Inferior mil veces a vuestro
difunto esposo… Escarnio de los Reyes, ratero del imperio y el mando; que
robó la preciosa corona, y se la guardó en el bolsillo.
GERTRUDIS.- No más…


Escena XXVII


GERTRUDIS, HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET
HAMLET.- Un Rey de botarga… ¡Oh! ¡Espíritus celestes, defendedme!
Cubridme con vuestras alas… ¿Qué quieres, venerada Sombra?
GERTRUDIS.- ¡Ay! Que está fuera de sí.
HAMLET.- ¿Vienes acaso a culpar la negligencia de tu hijo, que
debilitado por la compasión y la tardanza, olvida la importante ejecución de
tu precepto terrible?… Habla.
LA SOMBRA.- No lo olvides. Vengo a inflamar de nuevo tu ardor casi
extinguido. ¿Pero, ves? Mira cómo has llenado de asombro a tu madre. Ponte
entre ella y su alma agitada y hallarás que la imaginación obra con mayor
violencia en los cuerpos más débiles. Háblala, Hamlet.
HAMLET.- ¿En qué pensáis, señora?
GERTRUDIS.- ¡Ay! ¡Triste! Y en qué piensas tú que así diriges la vista
donde no hay nada, razonando con el aire incorpóreo. Toda tu alma se ha
pasado a tus ojos, que se mueven horribles, y tus cabellos que pendían,
adquiriendo vida y movimiento, se erizan y levantan como los soldados, a
quienes improviso rebato despierta. ¡Hijo de mi alma! ¡Oh! Derrama sobre el
ardiente fuego de tu agitación y la paciencia fría. ¿A quién estás mirando?
HAMLET.- A él, a él… ¿Le veis, que pálida luz despide? Su aspecto y su
dolor bastarían a conmover las piedras… ¡Ay! No me mires así, no sea que
ese lastimoso semblante destruya mis designios crueles, no sea que al
ejecutarlos equivoque los medios, y en vez de sangre se derramen lágrimas.
GERTRUDIS.- ¿A quién dices eso?
HAMLET.- ¿No veis nada allí?
GERTRUDIS.- Nada, y veo todo lo que hay.
HAMLET.- ¿Ni oísteis nada tampoco?
GERTRUDIS.- Nada más que lo que nosotros hablamos.
HAMLET.- Mirad allí… ¿Le veis?… Ahora se va… Mi padre…, con el
traje mismo que se vestía. ¿Veis por donde va?… Ahora llega al pórtico.


Escena XXVIII


GERTRUDIS, HAMLET
GERTRUDIS.- Todo es efecto de la fantasía. El desorden que padece tu
espíritu produce confusiones vanas.
HAMLET.- ¿Desorden? Mi pulso, como el vuestro, late con regular
intervalo y anuncia igual salud en sus compases… Nada de lo que he dicho es
locura. Haced la prueba y veréis si os repito cuantas ideas y palabras acabo de
proferir, y un loco no puede hacerlo. ¡Ah! ¡Madre mía! En merced os pido
que no apliquéis al alma esa unción halagüeña, creyendo que es mi locura la
que habla, y no vuestro delito. Con tal medicina lograréis sólo irritar la parte
ulcerada, aumentando la ponzoña pestífera, que interiormente la corrompe…
Confesad al Cielo vuestra culpa, llorad lo pasado, precaved lo futuro; y no
extendáis el beneficio sobre las malas yerbas, para que prosperen lozanas.
Perdonad este desahogo a mi virtud, ya que en esta delincuente edad, la
virtud misma tiene que pedir perdón al vicio; y aun para hacerle bien, le halaga y le ruega.
GERTRUDIS.- ¡Ay! Hamlet, tú despedazas mi corazón.
HAMLET.- ¿Sí? Pues apartad de vos aquella porción más dañada, y vivid
con la que resta, más inocente. Buenas noches… Pero, no volváis al lecho de
mi tío. Si carecéis de virtud, aparentadla al menos. La costumbre, aquel
monstruo que destruye las inclinaciones y afectos del alma, si en lo demás es
un demonio; tal vez es un ángel cuando sabe dar a las buenas acciones una
cierta facilidad con que insensiblemente las hace parecer innatas. Conteneos
por esta noche: este esfuerzo os hará más fácil la abstinencia próxima, y la
que siga después la hallaréis más fácil todavía. La costumbre es capaz de
borrar la impresión misma de la naturaleza, reprimir las malas inclinaciones y
alejarlas de nosotros con maravilloso poder. Buenas noches, y cuando
aspiréis de veras la bendición del Cielo, entonces yo os pediré vuestra
bendición… La desgracia de este hombre me aflige en extremo; pero Dios lo
ha querido así, a él le ha castigado por mi mano y a mí también,
precisándome a ser el instrumento de su enojo. Yo le conduciré a donde
convenga y sabré justificar la muerte que le dí. Basta. Buenas noches. Porque
soy piadoso debo ser cruel, ve aquí el primer daño cometido; pero aún es
mayor el que después ha de ejecutarse… ¡Ah! Escuchad otra cosa.
GERTRUDIS.- ¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?
HAMLET.- No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el
Rey, hinchado con el vino, os conduzca otra vez al lecho y allí os acaricie,
apretando lascivo vuestras mejillas, y os tiente el pecho con sus malditas
manos y os bese con negra boca. Agradecida entonces, declaradle cuanto hay
en el caso, decidle que mi locura no es verdadera, que todo es artificio. Sí,
decídselo, porque ¿cómo es posible que una Reina hermosa, modesta,
prudente, oculte secretos de tal importancia a aquel gato viejo, murciélago,
sapo torpísimo? ¿Cómo sería posible callárselo? Id, y a pesar de la razón y
del sigilo, abrid la jaula sobre el techo de la casa y haced que los pájaros se
vuelen, y semejante al mono (tan amigo de hacer experiencias) meted la
cabeza en la trampa, a riesgo de perecer en ella misma.
GERTRUDIS.- No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento,
y éste anuncia vida, no hay vida ni aliento en mí, para repetir lo que me has dicho.
HAMLET.- ¿Sabéis que debo ir a Inglaterra?
GERTRUDIS.- ¡Ah! Ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.
HAMLET.- He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos
condiscípulos (de quienes yo me fiaré, como de una víbora ponzoñosa) van
encargados de llevar el mensaje facilitarme la marcha, y conducirme al
precipicio. Pero, yo los dejaré hacer: que es mucho gusto ver volar al minador
con su propio hornillo, y mal irán las cosas; o yo excavaré una vara no más
debajo de las minas, y les haré saltar hasta la luna. ¡Oh! ¡Es mucho gusto,
cuando un pícaro tropieza con quien se las entiende!… Este hombre me hace
ahora su ganapán…, le llevaré arrastrando a la pieza inmediata. Madre,
buenas noches… Por cierto que el señor Consejero (que fue en vida un
hablador impertinente) es ahora bien reposado, bien serio y taciturno. Vamos,
amigo, que es menester sacaros de aquí y acabar con ello. Buenas noches, madre.

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