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Acto III

Romeo y Julieta – William Shakespeare
ESCENA PRIMERA

Plaza de Verona
MERCUTIO, BENVOLIO
BENVOLIO
Amigo Mercutio, pienso que debíamos refrenarnos, porque hace
mucho calor, y los Capuletos andan encalabrinados, y ya sabes que en
verano hierve mucho la sangre.
MERCUTIO
Tú eres uno de esos hombres que cuando entran en una taberna, ponen
la espada sobre la mesa, como diciendo: «ojalá que no te necesite»,
y luego, a los dos tragos, la sacan, sin que nadie les provoque.
BENVOLIO
¿Dices que yo soy de ésos?
MERCUTIO
Y de los más temibles espadachines de Italia, tan fácil de entrar en
cólera como de provocar a los demás.
BENVOLIO
¿Por qué dices eso?
MERCUTIO
Si hubiera otro como tú, pronto os mataríais. Capaz eres de reñir
por un solo pelo de la barba. Donde nadie vería ocasión de camorra, la
ves tú. Llena está de riña tu cabeza, como de yema un huevo, y eso que
a porrazos te han puesto tan blanda como una yema, la cabeza. Reñiste
con uno porque te vio en la calle y despertó a tu perro que estaba
durmiendo al sol. Y con un sastre porque estrenó su ropa nueva antes
de Pascua, y con otro porque ataba sus zapatos con cintas viejas. ¿Si
vendrás tú a enseñarme moderación y prudencia?
BENVOLIO
Si yo fuera tan camorrista como tú, ¿Quién me aseguraría la vida ni
siquiera un cuarto de hora?… Mira, aquí vienen los
CAPULETOS.
Mercutio
¿Y qué se me da a mí, vive Dios?
(Teobaldo y otros)
TEOBALDO
Estad cerca de mí, que tengo que decirles dos palabras. Buenas tardes,
hidalgos. Quisiera hablar con uno de vosotros.
MERCUTIO
¿Hablar sólo? Más valiera que la palabra viniese acompañada de
algo, v. g., de un golpe.
TEOBALDO
Hidalgo, no dejaré de darle si hay motivo.
MERCUTIO
¿Y no podéis encontrar motivo sin que os lo den?
TEOBALDO
Mercutio, tú estás de acuerdo con Romeo.
MERCUTIO
¡De acuerdo! ¿Has creído que somos músicos? Pues aunque lo seamos,
no dudes que en esta ocasión vamos a desafinar. Yo te haré bailar
con mi arco de violín. ¡De acuerdo! ¡Válgame Dios!
BENVOLIO
Estamos entre gentes. Buscad pronto algún sitio retirado, donde satisfaceros,
o desocupad la calle, porque todos nos están mirando.
MERCUTIO
Para eso tienen ojos. No me voy de aquí por dar gusto a nadie.
TEOBALDO
Adiós, señor. Aquí está el doncel que buscábamos.
(Entra Romeo)
MERCUTIO
Mátenme si él lleva los colores de vuestro escudo. Aunque de fijo os
seguirá al campo, y por eso le llamáis doncel.
TEOBALDO
Romeo, sólo una palabra me consiente decirte el odio que te profeso.
Eres un infame.
ROMEO
Teobaldo, tales razones tengo para quererte que me hacen perdonar
hasta la bárbara grosería de ese saludo. Nunca he sido infame. No me
conoces. Adiós.
TEOBALDO
Mozuelo imberbe, no intentes cobardemente excusar los agravios
que me has hecho. No te vayas, y defiéndete.
ROMEO
Nunca te agravié. Te lo afirmo con juramento. Al contrario hoy te
amo más que nunca, y quizá sepas pronto la razón de este cariño. Vete
en paz, buen Capuleto, nombre que estimo tanto como el mío.
MERCUTIO
¡Qué extraña cobardía! Decídanlo las estocadas. Teobaldo, espadachín,
¿quieres venir conmigo?
TEOBALDO
¿Qué me quieres?
MERCUTIO
Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas, y luego aporrearte
a palos las otras seis. ¿Quieres tirar de las orejas a tu espada, y
sacarla de la vaina? Anda presto, porque si no, la mía te calentará tus
orejas antes que la saques.
TEOBALDO
Soy contigo.
ROMEO
Detente, amigo Mercutio.
MERCUTIO
Adelante, hidalgo. Enseñadme ese quite.
(Se baten)
ROMEO
Saca la espada, Benvolio. Separémoslos. ¡Qué afrenta, hidalgos!
¡Oíd, Teobaldo! ¡Oye, Mercutio! ¿No sabéis que el Príncipe ha prohibido
sacar la espada en las calles de Verona? Deteneos, Teobaldo y
Mercutio.
(Se van Teobaldo y sus amigos)
MERCUTIO
Mal me han herido. ¡Mala peste a Capuletos y Montescos! Me hirieron
y no los herí.
ROMEO
¿Te han herido?
MERCUTIO
Un arañazo, nada más, un arañazo, pero necesita cura. ¿Dónde está
mi paje, para que me busque un cirujano?
(Se va el paje)
ROMEO
No temas. Quizá sea leve la herida.
MERCUTIO
No es tan honda como un pozo, ni tan ancha como el pórtico de
una iglesia, pero basta. Si mañana preguntas por mí, verásme tan callado
como un muerto. Ya estoy escabechado para el otro mundo. Mala
landre devore a vuestras dos familias. ¡Vive Dios! ¡Qué un perro, una
rata, un ratón, un gato mate así a un hombre! Un matón, un pícaro,
que pelea contra los ángulos y reglas de la esgrima. ¿Para qué te pusiste
a separarnos? Por debajo de tu brazo me ha herido.
ROMEO
Fue con buena intención.
MERCUTIO
Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala landre
devore a entrambas casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la discordia
de Capuletos y Montescos!
(Vanse)
ROMEO
Por culpa mía sucumbe este noble caballero, tan cercano deudo del
Príncipe. Estoy afrentado por Teobaldo, por Teobaldo que ha de ser
mi pariente dentro de poco. Tus amores, Julieta, me han quitado el
brío y ablandado el temple de mi acero.
BENVOLIO
(Que vuelve). ¡Ay, Romeo! Mercutio ha muerto. Aquella alma audaz,
que hace poco despreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes.
ROMEO
Y de este día sangriento nacerán otros que extremarán la copia de
mis males.
BENVOLIO
Por allí vuelve Teobaldo.
ROMEO
Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercutio muerto! Huye de mí, dulce
templanza. Sólo la ira guíe mi brazo. Teobaldo, ese mote de infame
que tú me diste, yo te le devuelvo ahora, porque el alma de Mercutio
está desde las nubes llamando a la tuya, y tú o yo o los dos hemos de
seguirle forzosamente.
TEOBALDO
Pues vete a acompañarle tú, necio, que con él ibas siempre.
ROMEO
Ya lo decidirá la espada.
(Se baten, y cae herido Teobaldo)
BENVOLIO
Huye, Romeo. La gente acude y Teobaldo está muerto. Si te alcanzan,
vas a ser condenado a muerte. No te detengas como pasmado.
Huye, huye.
ROMEO
Soy triste juguete de la suerte.
BENVOLIO
Huye, Romeo.
(Acude gente)
CIUDADANO 1.º
¿Por dónde habrá huido Teobaldo, el asesino de Mercutio?
BENVOLIO
Ahí yace muerto Teobaldo.
CIUDADANO 1.º
Seguidme todos. En nombre del Príncipe lo mando.
(Entran el Príncipe con sus guardias, Montescos, Capuletos, etc.)
EL PRÍNCIPE
¿Dónde están los promovedores de esta reyerta?
BENVOLIO
Ilustre Príncipe, yo puedo referiros todo lo que aconteció. Teobaldo
mató al fuerte Mercutio, vuestro deudo, y Romeo mató a Teobaldo.
LA SEÑORA DE CAPULETO
¡Teobaldo! ¡Mi sobrino, hijo de mi hermano! ¡Oh, Príncipe! un
Montesco ha asesinado a mi deudo. Si sois justo, dadnos sangre por
sangre. ¡Oh, sobrino mío!
PRÍNCIPE
Dime con verdad, Benvolio. ¿Quién comenzó la pelea?
BENVOLIO
Teobaldo, que luego murió a manos de Romeo. En vano Romeo
con dulces palabras le exhortaba a la concordia, y le traía al recuerdo
vuestras ordenanzas: todo esto con mucha cortesía y apacible ademán.
Nada bastó a calmar los furores de Teobaldo, que ciego de ira, arremetió
con el acero desnudo contra el infeliz Mercutio. Mercutio le resiste
primero a hierro, y apartando de sí la suerte, quiere arrojarla
del lado de Teobaldo. Éste le esquiva con ligereza. Romeo se interpone,
clamando: «Paz, paz, amigos». En pos de su lengua va su brazo a
interponerse entre las armas matadoras, pero de súbito, por debajo de
ese brazo, asesta Teobaldo una estocada que arrebata la vida al pobre
Mercutio; Teobaldo huye a toda prisa, pero a poco rato vuelve, y halla
a Romeo, cuya cólera estalla. Arrójanse como rayos al combate, y
antes de poder atravesarme yo, cae Teobaldo y huye Romeo. Esta es la
verdad lisa y llana, por vida de Benvolio.
LA SEÑORA DE CAPULETO
No ha dicho verdad. Es pariente de los Montescos, y la afición que
les tiene le ha obligado a mentir. Más de veinte espadas se desenvainaron
cordra mi pobre sobrino. Justicia, Príncipe. Si Romeo mató a
Teobaldo, que muera Romeo.
PRÍNCIPE
Él mató a Mercutio, según se infiere del relato. ¿Y quién pide justicia,
por una sangre tan cara?
MONTESCO
No era Teobaldo el deudor, aunque fuese amigo de Mercutio, ni
debía haberse tomado la justicia por su mano, hasta que las leyes
decidiesen.
PRÍNCIPE
En castigo, yo te destierro. Vuestras almas están cegadas por el encono,
y a pesar vuestro he de haceros llorar la muerte de mi deudo.
Seré inaccesible a lágrimas y a ruegos. No me digáis palabra. Huya Romeo;
porque si no huye, le alcanzará la muerte. Levantad el cadáver.
No sería clemencia perdonar al homicida.

ESCENA SEGUNDA

Jardín en casa de Capuleto
JULIETA Y EL AMA
JULIETA
Corred, corred a la casa de Febo, alados corceles del sol. El látigo
de Faetón os lance al ocaso. Venga la dulce noche a tender sus espesas
cortinas. Cierra ¡oh sol! tus penetrantes ojos, y deja que en el silencio
venga a mí mi Romeo, e invisible se lance en mis brazos. El amor es
ciego y ama la noche, y a su luz misteriosa cumplen sus citas los amantes.
Ven, majestuosa noche, matrona de humilde y negra túnica, y enséñame
a perder en el blando juego, donde las vírgenes empeñan su
castidad. Cubre con tu manto la pura sangre que arde en mis mejillas.
Ven, noche; ven, Romeo, tú que eres mi día en medio de esta noche,
tú que ante sus tinieblas pareces un copo de nieve sobre las negras alas
del cuervo. Ven, tenebrosa noche, amiga de los amantes, y vuélveme
a mi Romeo. Y cuando muera, convierte tú cada trozo de su cuerpo
en una estrella relumbrante, que sirva de adorno a tu manto, para que
todos se enamoren de la noche, desenamorándose del sol. Ya he adquirido
el castillo de mi amor, pero aún no le poseo. Ya estoy vendida,
pero no entregada a mi señor. ¡Qué día tan largo! tan largo como víspera
de domingo para el niño que ha de estrenar en él un traje nuevo.
Pero aquí viene mi ama, y me traerá noticias de él. (Llega el ama con
una escala de cuerdas). Ama, ¿Qué noticias traes? ¿Esa es la escala que
te dijo Romeo?
AMA
Sí, esta es la escala.
JULIETA
¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes las manos cruzadas?
AMA
¡Ay, señora! murió, murió. Perdidas somos. No hay remedio… Murió.
Le mataron… Está muerto.
JULIETA
¿Pero cabe en el mundo tal maldad?
AMA
En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar tal cosa de Romeo?
JULIETA
¿Y quién eres tú, demonio, que así vienes a atormentarme? Suplicio
igual sólo debe de haberle en el infierno. Dime, ¿Qué pasa? ¿Se ha matado
Romeo? Dime que sí, y esta palabra basta. Será más homicida que
mirada de basilisco. Di que sí o que no, que vive o que muere. Con una
palabra puedes calmar o serenar mi pena.
AMA
Sí: yo he visto la herida. La he visto por mis ojos. Estaba muerto:
amarillo como la cera, cubierto todo de grumos de sangre cuajada. Yo
me desmayé al verle.
JULIETA
¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos míos, yaceréis desde ahora en
prisión tenebrosa, sin tornar a ver la luz del día!
¡Tierra, vuelve a la tierra! Sólo resta morir, y que un mismo túmulo
cubra mis restos y los de Romeo.
AMA
¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué
he vivido yo para verte muerto?
JULIETA
Pero ¡qué confusión es esta en que me pones! ¿Dices que Romeo ha
muerto, y que ha muerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, la
trompeta del juicio final. Si esos dos han muerto, ¿qué importa que
vivan los demás?
AMA
A Teobaldo mató Romeo, y éste anda desterrado.
JULIETA
¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo derramó la sangre de Teobaldo?
¡Alma de sierpe, oculta bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamás
tan espléndida gruta? Hermoso tirano, demonio angelical, cuervo con
plumas de paloma, cordero rapaz como lobo, materia vil de forma celeste,
santo maldito, honrado criminal, ¿en qué pensabas, naturaleza
de los infiernos, cuando encerraste en el paraíso de ese cuerpo el alma
de un condenado? ¿Por qué encuadernaste tan bellamente un libro de
tan perversa lectura? ¿Cómo en tan magnífico palacio pudo habitar la
traición y el dolo?
AMA
Los hombres son todos unos. No hay en ellos verdad, ni fe, ni constancia.
Malvados, pérfidos, trapaceros… ¿Dónde está mi escudero?
Dame unas gotas de licor. Con tantas penas voy a envejecer antas de
tiempo. ¡Qué afrenta para Romeo!
JULIETA
¡Maldita la lengua que tal palabra osé decir! En la noble cabeza de
Romeo no es posible deshonra. En su frente reina el honor como soberano
monarca. ¡Qué necia yo que antes decía mal de él!
AMA
¿Cómo puedes disculpar al que mató a tu primo?
JULIETA
¿Y cómo he de decir mal de quien es mi esposo? Mató a mi primo,
porque si no, mi primo le hubiera matado a él. ¡Atrás, lágrimas mías,
tributo que erradamente ofrecí al dolor, en vez de ofrecerle al gozo!
Vive mi esposo, a quien querían dar muerte, y su matador yace por
tierra. ¿A qué es el llanto? Pero creo haberte oído otra palabra que me
angustia mucho más que la muerte de Teobaldo. En vano me esfuerzo
por olvidarla. Ella pesa sobre mi conciencia, como puede pesar en el
alma de un culpable el remordimiento. Tú dijiste que Teobaldo había
sido muerto y Romeo desterrado. Esta palabra desterrado me pesa más
que la muerte de diez mil Teobaldos. ¡No bastaba con la muerte de Teobaldo,
o es que las penas se deleitan con la compañía y nunca vienen
solas! ¿Por qué cuando dijiste: «ha muerto Teobaldo», no añadiste: «tu
padre o tu madre, o los dos»? Aun entonces no hubiera sido mayor mi
pena. ¡Pero decir: «Romeo desterrado»¡ Esta palabra basta a causar la
muerte a mi padre y a mi madre, y a Romeo y a Julieta. «¡Desterrado
Romeo!» Dime, ¿podrá encontrarse término o límite a la profundidad
de este abismo? ¿Dónde están mi padre y mi madre? Dímelo.
AMA
Llorando sobre el cadáver de Teobaldo. ¿Quieres que te acompañe
allá?
JULIETA
Ellos con su llanto enjugarán las heridas. Yo entre tanto lloraré
por el destierro de Romeo. Toma tú esa escalera, a quien su ausencia
priva de su dulce objeto. Ella debía haber sido camino para mi lecho
nupcial. Pero yo moriré virgen y casada. ¡Adiós, escala de cuerda!
¡Adiós, nodriza! Me espera el tálamo de la muerte.
AMA
Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Romeo sin pérdida de tiempo.
Está escondido en la celda de Fray Lorenzo. Esta noche vendrá a
verte.
JULIETA
Dale en nombre mío esta sortija, y dile que quiero oír su postrera
despedida.

ESCENA TERCERA

Celda de Fray Lorenzo
FRAY LORENZO Y ROMEO
FRAY LORENZO
Ven, pobre Romeo. La desgracia se ha enamorado de ti, y el dolor
se ha desposado contigo.
ROMEO
Decidme, padre. ¿Qué es lo que manda el Príncipe? ¿Hay alguna
pena nueva que yo no haya sentido?
FRAY LORENZO
Te traigo la sentencia del Príncipe.
ROMEO
¿Y cómo a de ser si no es de muerte?
FRAY LORENZO
No. Es algo menos dura. No es de muerte sino de destierro. Romeo
¡De destierro! Clemencia, padre. Decid de muerte. El destierro me infunde
más temor que la muerte. No me habléis de destierro.
FRAY LORENZO
Te manda salir de Verona, pero no temas: ancho es el mundo.
ROMEO
Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación.
Desterrarme de Verona es como desterrarme de la tierra. Lo
mismo da que digáis muerte que destierro. Con un hacha de oro cortáis
mi cabeza, y luego os reís del golpe mortal.
FRAY LORENZO
¡Oh, qué negro pecado es la ingratitud! Tu crimen merecía muerte,
pero la indulgencia del Príncipe trueca la muerte en destierro, y aún
no se lo agradeces.
ROMEO
Tal clemencia es crueldad. El cielo está aquí donde vive Julieta. Un
perro, un ratón, un gato pueden vivir en este cielo y verla. Sólo Romeo
no puede. Más prez, más gloria, más felicidad tiene una mosca o un
tábano inmundo que Romeo. Ellos pueden tocar aquella blanca y maravillosa
mano de Julieta, o posarse en sus benditos labios, en esos labios
tan llenos de virginal modestia que juzgan pecado el tocarse. No
lo hará Romeo. Le mandan volar y tiene envidia a las moscas que vuelan.
¿Por qué decís que el destierro no es la muerte? ¿No teníais algún
veneno sutil, algún hierro aguzado que me diese la muerte más pronto
que esa vil palabra «desterrado»? Eso es lo que en el infierno se dicen
unos a otros los condenados. ¿Y tú, sacerdote, confesor mío y mi amigo
mejor, eres el que vienes a matarme con esa palabra?
FRAY LORENZO
Oye, joven loco y apasionado.
ROMEO
¿Vais a hablarme otra vez del destierro?
FRAY LORENZO
Yo te daré tal filosofía que te sirva de escudo y vaya aliviándote.
ROMEO
¡Destierro! ¡Filosofía! Si no basta para crear otra Julieta, para arrancar
un pueblo de su lugar, o para hacer variar de voluntad a un príncipe,
no me sirve de nada, ni la quiero, ni os he de oír.
FRAY LORENZO
¡Ay, hijo mío! Los locos no oyen.
ROMEO
¿Y cómo han de oír, si los que están en su seso no tienen ojos?
FRAY LORENZO
Te daré un buen consejo.
ROMEO
No podéis hablar de lo que no sentís. Si fuerais joven, y recién
casado con Julieta, y la adoraseis ciegamente como yo, y hubierais
dado muerte a Teobaldo, y os desterrasen, os arrancaríais los cabellos
al hablar, y os arrastraríais por el suelo como yo, midiendo vuestra
sepultura.
(Llaman dentro)
FRAY LORENZO
Llaman. Levántate y ocúltate, Romeo.
ROMEO
No me levantaré. La nube de mis suspiros me ocultará de los que
vengan.
FRAY LORENZO
¿No oyes? ¿Quién va?… Levántate, Romeo, que te van a prender…
Ya voy… Levántate. Pero, Dios mío, ¡qué terquedad, qué locura! Ya
voy. ¿Quién llama? ¿Qué quiere decir esto?
AMA
(Dentro). Dejadme entrar. Traigo un recado de mi ama Julieta.
FRAY LORENZO
Bien venida seas.
(Entra el Ama)
AMA
Decidme, santo fraile. ¿Dónde está el esposo y señor de mi señora?
FRAY LORENZO
Mírale ahí tendido en el suelo y apacentándose de sus lágrimas.
AMA
Lo mismo está mi señora: enteramente igual.
FRAY LORENZO
¡Funesto amor! ¡Suerte cruel!
AMA
Lo mismo que él: llorar y gemir. Levantad, levantad del suelo: tened
firmeza varonil. Por amor de ella, por amor de Julieta. Levantaos, y no
lancéis tan desesperados ayes.
ROMEO
Ama.
AMA
Señor, la muerte lo acaba todo.
ROMEO
Decías no sé qué de Julieta. ¿Qué es de ella? ¿No llama asesino a mí
que manché con sangre la infancia de nuestra ventura? ¿Dónde está?
¿Qué dice?
AMA
Nada, señor. Llorar y más llorar. Unas veces se recuesta en el lecho,
otras se levanta, grita: «Teobaldo», «Romeo», y vuelve a acostarse.
ROMEO
Como si ese nombre fuera bala de arcabuz que la matase, como lo
fue la infame mano de Romeo que mató a su pariente. Decidme, padre,
¿en qué parte de mi cuerpo está mi nombre? Decídmelo, porque
quiero saquear su odiosa morada.
(Saca el puñal)
FRAY LORENZO
Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí,
pero tu llanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre albedrío.
Horror me causas. Juro por mi santo hábito que yo te había
creído de voluntad más firme. ¡Matarte después de haber matado a
Teobaldo! Y matar además a la dama que sólo vive por ti. Dime, ¿por
qué maldices de tu linaje, y del cielo y de la tierra? Todo lo vas a perder
en un momento, y a deshonrar tu nombre y tu familia, y tu amor
y tu juicio. Tienes un gran tesoro, tesoro de avaro, y no lo empleas en
realzar tu persona, tu amor y tu ingenio. Ése tu noble apetito es figura
de cera, falta de aliento viril. Tu amor es perjurio y juramento vacío,
y profanación de lo que juraste, y tu entendimiento, que tanto realce
daba a tu amor y a tu fortuna, es el que ciega y descamina a tus demás
potencias, como soldado que se inflama con la misma pólvora que tiene,
y perece víctima de su propia defensa. ¡Alienta, Romeo! Acuérdate
que vive Julieta, por quien hace un momento hubieras dado la vida.
Este es un consuelo. Teobaldo te buscaba para matarte, y le mataste
tú. He aquí otro consuelo. La ley te condenaba a muerte, y la sentencia
se conmutó en destierro. Otro consuelo más. Caen sobre ti las bendiciones
del cielo, y tú, como mujer liviana, recibes de mal rostro a la
dicha que llama a tus puertas. Nunca favorece Dios a los ingratos. Vete
a ver a tu esposa; sube por la escala, como lo dejamos convenido. Consuélala,
y huye de su lado antes que amanezca. Irás a Mantua, y allí
permanecerás, hasta que se pueda divulgar tu casamiento, hechas las
paces entre vuestras familias y aplacada la indignación del Príncipe.
Entonces volverás, mil veces más alegre que triste te vas ahora. Vete,
nodriza. Mil recuerdos a tu ama. Haz que todos se recojan presto, lo
cual será fácil por el disgusto de hoy. Dila que allá va Romeo.
AMA
Toda la noche me estaría oyéndoos. ¡Qué gran cosa es el saber! Voy
a animar a mi ama con vuestra venida.
ROMEO
Sí: dile que se prepare a reñirme.
AMA
Toma este anillo que ella me dio, y vete, que ya cierra la noche.
(Vase)
ROMEO
Ya renacen mis esperanzas.
FRAY LORENZO
Adiós. No olvides lo que te he dicho. Sal antes que amanezca, y si
sales después, vete disfrazado; y a Mantua. Tendrás con frecuencia
noticias mías, y sabrás todo lo que pueda interesarte. Adiós. Dame la
mano. Buenas noches.

ESCENA CUARTA

Sala en casa de Capuleto
CAPULETO, SU MUJER Y PÁRIS
CAPULETO
La reciente desgracia me ha impedido hablar con mi hija. Tanto ella
como yo queríamos mucho a Teobaldo. Pero la muerte es forzosa. Ya
es tarde para que esta noche nos veamos, y a fe mía os juro que si no
fuera por vos, ya hace una hora que me habría acostado.
PARIS
Ni es esta ocasión de galanterías sino de duelo. Dad mis recuerdos
a vuestra hija.
CAPULETO
Paris, os prometo solemnemente la mano de mi hija. Creo que ella
me obedecerá. Puedo asegurároslo. Esposa mía, antes de acostarte,
ve a contarla el amor de Paris, y dila que el miércoles próximo… Pero
¿Qué día es hoy?
PARIS
Lunes.
CAPULETO
¡Lunes! Pues no puede ser el miércoles. Que sea el jueves. Dile que
el jueves se casará con el conde. ¿Estáis contento?
No tendremos fiesta. Sólo convidaré a los amigos íntimos, porque
estando tan fresca la muerte de Teobaldo, el convidar a muchos parecería
indicio de poco sentimiento. ¿Os parece bien el jueves?
PARIS
¡Ojalá fuese mañana!
CAPULETO
Adelante, pues: que sea el jueves. Avisa a Julieta, antes de acostarte.
Adiós, amigo. Alumbradme. Voy a mi alcoba. Es tan tarde, que pronto
amanecerá. Buenas noches.
ESCENA V
Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventana que da al jardín
ROMEO Y JULIETA
JULIETA
¿Tan pronto te vas? Aún tarda el día. Es el canto del ruiseñor, no el
de la alondra el que resuena. Todas las noches se posa a cantar en aquel
granado. Es el ruiseñor, amado mío.
ROMEO
Es la alondra que anuncia el alba; no es el ruiseñor. Mira, amada
mía, cómo se van tiñendo las nubes del oriente con los colores de la aurora.
Ya se apagan las antorchas de la noche. Ya se adelanta el día con
rápido paso sobre las húmedas cimas de los montes. Tengo que partir,
o si no, aquí me espera la muerte.
JULIETA
No es esa luz la de la aurora. Te lo aseguro. Es un meteoro que
desprende de su lumbre el sol para guiarte en el camino de Mantua.
Quédate. ¿Por qué te vas tan luego?
ROMEO
¡Que me prendan, que me maten! Mandándolo tú, poco importa.
Diré que aquella luz gris que allí veo no es la de la mañana sino el
pálido reflejo de la luna. Diré que no es el canto de la alondra el que
resuena. Más quiero quedarme que partir. Ven, muerte, pues Julieta lo
quiere. Amor mío, hablemos, que aún no amanece.
JULIETA
Sí, vete, que es la alondra la que canta con voz áspera y destemplada.
¡Y dicen que son armoniosos sus sones, cuando a nosotros viene a
separarnos! Dicen que cambia de ojos como el sapo. ¡Ojalá cambiara
de voz! Maldita ella que me aparta de tus atractivos. Vete, que cada
vez se clarea más la luz.
ROMEO
¿Has dicho la luz? No, sino las tinieblas de nuestro destino.
(Entra el Ama)
AMA
¡Julieta!
JULIETA
¡Ama!
AMA
Tu madre viene. Ya amanece. Prepárate y no te descuides.
ROMEO
¡Un beso! ¡Adiós, y me voy!
(Vase por la escala)
JULIETA
¿Te vas? Mi señor, mi dulce dueño, dame nuevas de ti todos los días,
a cada instante. Tan pesados corren los días infelices, que temo envejecer
antes de tornar a ver a mi Romeo.
ROMEO
Adiós. Te mandaré noticias mías y mi bendición por todos los medios
que yo alcance.
JULIETA
¿Crees que volveremos a vernos?
ROMEO
Sí, y que en dulces coloquios de amor recordaremos nuestras angustias
de ahora.
JULIETA
¡Válgame Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo difunto
sobre un catafalco. Aquel es tu cuerpo, o me engañan los ojos.
ROMEO
Pues también a ti te ven los míos pálida y ensangrentada. ¡Adiós,
adiós! (Vase)
JULIETA
¡Oh, fortuna! te llaman mudable: a mi amante fiel poco le importan
tus mudanzas. Sé mudable en buen hora, y así no le detendrás y me le
restituirás luego.
SEÑORA DE CAPULETO (Dentro).
Hija, ¿estás despierta?
JULIETA
¿Quién me llama? Madre, ¿estás despierta todavía o te levantas ahora?
¿Qué novedad te trae a mí?
(Entra la señora de Capuleto)
SEÑORA DE CAPULETO
¿Qué es esto, Julieta?
JULIETA
Estoy mala.
SEÑORA DE CAPULETO
¿Todavía lloras la muerte de tu primo? ¿Crees que tus lágrimas pueden
devolverle la vida? Vana esperanza. Cesa en tu llanto, que aunque
es signo de amor, parece locura.
JULIETA
Dejadme llorar tan dura suerte.
SEÑORA DE CAPULETO
Eso es llorar la pérdida, y no al amigo.
JULIETA
Llorando la pérdida, lloro también al amigo. Señora de Capuleto
Más que por el muerto ¿lloras por ese infame que le ha matado? Julieta
¿Qué infame, madre? Señora de Capuleto Romeo. Julieta (Aparte).
¡Cuánta distancia hay entre él y un infame! (Alto). Dios le perdone
como le perdono yo, aunque nadie me ha angustiado tanto como él.
SEÑORA DE CAPULETO
Eso será porque todavía vive el asesino.
JULIETA
Sí, y donde mi venganza no puede alcanzarle. Yo quisiera vengar a
mi primo.
SEÑORA DE CAPULETO
Ya nos vengaremos. No llores. Yo encargaré a uno de Mantua, donde
ese vil ha sido desterrado, que le envenenen con alguna mortífera
droga. Entonces irá a hacer compañía a Teobaldo, y tú quedarás contenta
y vengada.
JULIETA
Satisfecha no estaré, mientras no vea a Romeo… muerto… Señora,
si hallas alguno que se comprometa a darle el tósigo, yo misma le prepararé,
y así que lo reciba Romeo, podrá dormir tranquilo. Hasta su
nombre me es odioso cuando no lo tengo cerca, para vengar en él la
sangre de mi primo.
SEÑORA DE CAPULETO
Busca tú el modo de preparar el tósigo, mientras yo busco a quien
ha de administrárselo. Ahora oye tú una noticia agradable.
JULIETA
¡Buena ocasión para gratas nuevas! ¿Y cuál es, señora?
SEÑORA DE CAPULETO
Hija, tu padre es tan bueno que deseando consolarte, te prepara un
día de felicidad que ni tú ni yo esperábamos.
JULIETA
¿Y que día es ese?
SEÑORA DE CAPULETO
Pues es que el jueves, por la mañana temprano, el conde Paris, ese
gallardo y discreto caballero, se desposará contigo en la iglesia de San
Pedro.
JULIETA
Pues te juro, por la iglesia de San Pedro, y por San Pedro purísimo,
que no se desposará. ¿A qué es tanta prisa? ¿Casarme con él cuando
todavía no me ha hablado de amor? Decid a mi padre, señora, que todavía
no quiero casarme. Cuando lo haga, con juramento os digo que
antes será mi esposo Romeo, a quien aborrezco, que Paris. ¡Vaya una
noticia que me traéis!
SEÑORA DE CAPULETO
Aquí viene tu padre. Díselo tú, y verás cómo no le agrada.
(Entran Capuleto y el Ama)
CAPULETO
A la puesta del sol cae el rocío, pero cuando muere el hijo de mi hermano,
cae la lluvia a torrentes. ¿Aún no ha acabado el aguacero, niña?
Tu débil cuerpo es nave y mar y viento. En tus ojos hay marca de lágrimas,
y en ese mar navega la barca de tus ansias, y tus suspiros son el
viento que la impele. Dime, esposa, ¿has cumplido ya mis órdenes?
SEÑORA DE CAPULETO
Sí, pero no lo agradece. ¡Insensata! Con su sepulcro debía casarse.
CAPULETO
¿Eh? ¿Qué es eso? Esposa mía. ¿Qué es eso de no querer y no agradecer?
¿Pues no la enorgullece el que la hayamos encontrado para esposo
un tan noble caballero?
JULIETA
¿Enorgullecerme? No, agradecer sí. ¿Quién ha de estar orgullosa
de lo que aborrece? Pero siempre se agradece la buena voluntad, hasta
cuando nos ofrece lo que odiamos.
CAPULETO
¡Qué retóricas son esas! «¡Enorgullecerse!» «Sí y no». «¡Agradecer y
no agradecer!» Nada de agradecimientos ni de orgullo, señorita. Prepárate
a ir por tus pies el jueves próximo a la iglesia de San Pedro a
casarte con Paris, o si no, te llevo arrastrando en un serón, ¡histérica,
nerviosa, pálida, necia!
SEÑORA DE CAPULETO
¿Estás en ti? Cállate.
JULIETA
Padre mío, de rodillas os pido que me escuchéis una palabra sola.
CAPULETO
¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el jueves irás a San Pedro, o no
me volverás a mirar la cara. No me supliques ni me digas una palabra
más. El pulso me tiembla. Esposa mía, yo siempre creí que era poca
bendición de Dios el tener una hija sola, pero ahora veo que es una
maldición, y que aun ésta sobra.
AMA
¡Dios sea con ella! No la maltratéis, señor.
CAPULETO
¿Y por qué no, entremetida vieja? Cállate, y habla con tus iguales.
AMA
A nadie ofendo… No puede una hablar.
CAPULETO
Calla, cigarrón, y vete a hablar con tus comadres, que aquí no metes
baza.
SEÑORA DE CAPULETO
Loco estás.
CAPULETO
Loco sí. De noche, de día, de mañana, de tarde, durmiendo, velando,
solo y acompañado, en casa y en la calle, siempre fue mi empeño
el casarla, y ahora que la encuentro un joven de gran familia, rico, gallardo,
discreto, lleno de perfecciones, según dicen, contesta esta mocosa
que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven. Pues
bien, te perdonaré, si no te casas, pero no vivirás un momento aquí.
Poco falta para el jueves. Piénsalo bien. Si consientes, te casarás con
mi amigo. Si no, te ahorcarás, o irás pidiendo limosna, y te morirás de
hambre por esas calles, sin que ninguno de los míos te socorra. Piénsalo
bien, que yo cumplo siempre mis juramentos.
(Vase)
JULIETA
¿Y no hay justicia en el cielo que conozca todo el abismo de mis males?
No me dejes, madre. Dilatad un mes, una semana el casamiento,
o si no, mi lecho nupcial será el sepulcro de Teobaldo.
SEÑORA DE CAPULETO
Nada me digas, porque no he de responderte. Decídete corno
quieras.
(Se va)
JULIETA
¡Válgame Dios! Ama mía, ¿Qué haré? Mi esposo está en la tierra, mi
fe en el cielo. ¿Y cómo ha de volver a la tierra mi fe, si mi esposo no la
envía desde el cielo? Aconséjame, consuélame. ¡Infeliz de mi! ¿Por qué
el cielo ha de emplear todos sus recursos contra un ser tan débil como
yo? ¿Qué me dices? ¿Ni una palabra que me consuele?
AMA
Sólo te diré una cosa. Romeo está desterrado, y puede apostarse
doble contra sencillo a que no vuelve a verte, o vuelve ocultamente,
en caso de volver. Lo mejor sería, pues, a mi juicio, que te casaras con
el Conde, que es mucho más gentil y discreto caballero que Romeo.
Ni un águila tiene tan verdes y vivaces ojos como Paris. Este segundo
esposo te conviene más que el primero. Y además, al primero puedes
darle por muerto. Para ti como si lo estuviera.
JULIETA
¿Hablas con el alma?
AMA
Con el alma, o maldita sea yo.
JULIETA
Así sea.
AMA
¿Por qué?
JULIETA
Por nada. Buen consuelo me has dado. Vete, di a mi madre que he
salido. Voy a confesarme con Fray Lorenzo, por el enojo que he dado
a mi padre.
AMA
Obras con buen seso.
(Vase)
JULIETA
¡Infame vieja! ¡Aborto de los infiernos! ¿Cuál es mayor pecado en ti,
querer hacerme perjura, o mancillar con tu lengua al mismo a quien
tantas veces pusiste por las nubes? Maldita sea yo si vuelvo a aconsejarme
de ti. Sólo mi confesor me dará amparo y consuelo, o a lo menos
fuerzas para morir.

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